Por M. Donato, F. Maldarelli, E. Migone, C. Rodríguez y X. Solimo

“Quizás el decir más esencial de Borges, aunque no el más logrado, se dé en sus poemas”, dice Saúl Yurkievich, reconocido poeta y crítico literario argentino, en su artículo “Borges, poeta circular”. Y eso coincide con lo que pensaba el propio escritor, quien era mundialmente conocido por sus cuentos, pero otorgaba a la poesía un lugar de mayor importancia.

“La poesía es el encuentro del lector con el libro, el descubrimiento del libro”, dijo Jorge Luis Borges durante el ciclo de conferencias Siete Noches, que realizó entre junio y agosto de 1977 en el Teatro Coliseo de Buenos Aires. “Hay otra experiencia estética que es el momento en el cual el poeta concibe la obra, y la va descubriendo o inventando. Según se sabe, en latín las palabras inventar y descubrir son sinónimos. Cuando yo escribo algo, tengo la sensación de que ese algo preexiste. Parto de un concepto general; sé más o menos el principio y el fin, y luego voy descubriendo las partes intermedias; pero no tengo la sensación de inventarlas, no tengo la sensación de que dependan de mi arbitrio; las cosas son así. Son así, pero están escondidas y mi deber de poeta es encontrarlas”.

“Creo que el meollo de la originalidad de Borges no es formal, no reside en su configuración de la palabra”, dice Yurkievich. “La originalidad se asienta, más bien en un excepcional poder de asociación, en sus procesos lógicos que parten de premisas inhabituales, de una mixtura de ingredientes siempre dispares y a menudo exóticos”.

En un artículo incluido en el libro “Expliquémonos a Borges como poeta”, el escritor argentino Roberto García Pinto dice que los versos borgeanos “descubren un hondo matiz, un estremecimiento nuevo, al hecho común y evidente de que nuestra vida puede concluir en cualquier momento ulterior” y, como ejemplo, cita el siguiente fragmento del poema “Límites”: “Si para todo hay término y hay tasa/ y última vez y nunca más y olvido/ ¿Quién nos dirá de quién, en esta casa/ sin saberlo, nos hemos despedido?// Para siempre cerraste alguna puerta/ y hay un espejo que te aguarda en vano”.

“Borges rescata los valores más arquetípicos del decir poético, que tienen que ver con sus inicios como género”, dice Mariela Blanco, licenciada en Letras, investigadora del Conicet y autora del artículo “Borges poeta: imaginación y nación en sus primeros textos”. “Rescata aquello que distinguía a la lírica y la épica en la Antigüedad, que tiene que ver con la matriz oral, con la posibilidad de recordar y repetir. Por eso retoma los metros clásicos, que respetan rima y versificación”.

En la obra poética de Borges, conformada por 14 libros, entre los que se destacan “Fervor de Buenos Aires” (1923), “El hacedor” (1960) y “El oro de los tigres” (1972), pueden identificarse distintas etapas, según los especialistas.

“El principal quiebre entre el Borges joven y el Borges maduro se da por el asentamiento de la ceguera, que redunda en la adopción de metros clásicos”, dice Blanco. “No obstante, como crítica prefiero atender más a las constantes, tales como ese proyecto de imaginar Buenos Aires y, a través de eso, la nación. Esa fuerza no decae en ningún momento de su escritura. Son solo los procedimientos los que cambian”.

Por su parte, Horacio Salas, poeta, ensayista y ex director de la Biblioteca Nacional, identifica tres etapas en la poesía de Borges: la primera, la de las décadas de 1930 y 1940; la segunda, la inmediatamente posterior a 1954, año en que Borges quedó completamente ciego; y la tercera, que se inició en 1960. “El mejor momento de Borges poeta es cualquiera menos el último”, dice Salas. “En esa etapa se repetía mucho y él lo sabía. Pero igual era un genio”.