Por Catalina Roig

Hija menor del periodista y escritor Rodolfo Walsh, asesinado y desaparecido el 25 de marzo de 1977, durante la última dictadura, Patricia Walsh dialogó con Publicable sobre la vida de su familia en La Plata, la forma de humor que los unía, y recordó a su hermana Victoria, muerta en un enfrentamiento con las Fuerzas Armadas en 1976.

–¿Cómo se enteró de que su padre estaba desaparecido?

–Lo supe al mediodía del día siguiente. Íbamos a ir a conocer su casita en San Vicente, la casa donde él escribió la “Carta abierta a la Junta Militar”. Fuimos con mi pareja de entonces, Jorge Pinedo, y con nuestro bebé recién nacido de 17 días, Mariano Pinedo, el primer nieto varón de Rodolfo Walsh. Había una broma familiar de que él siempre había querido tener un hijo varón y le tocaron dos nenas. Esto era una broma, nos burlábamos de la cuestión que ahora llamamos género. Él entendía las razones, los prejuicios de los papás que querían tener hijos varones, esto era una burla entre nosotros con un poco de humor negro que él siempre tenía con estas cuestiones. Siempre le gustaba un lado humorístico. Entonces, en esa continuidad de la broma, que ahora tuviera dos nietas mujeres era también parte de la seguidilla y que naciera el nieto varón significaba que se había terminado esa racha. Era una broma familiar, con los códigos nuestros que a veces hasta eran difíciles de entender para quien no conocía el humor que tenía nuestra familia. Era importante que él pudiera conocer a Mariano. El 26 de marzo de 1977, al día siguiente de su muerte, llegamos a San Vicente, con mi familia y con la entonces pareja de mi padre, Lilia Ferreyra, pasado el mediodía. La casa estaba destruida. A la madrugada la habían bombardeado. Una vecina, Yolanda, nos comentó que mi padre no había regresado la noche anterior. Los que la bombardearon, el grupo de tareas de la ESMA, eran los mismos que lo habían secuestrado el 25.

–¿Se acuerda de su papá escribiendo? ¿Cómo era en ese momento?

Eso es imborrable para mí. Cuando yo era chica vivía con mis padres y mi hermana mayor en La Plata. Mis padres eran de la ciudad de Buenos Aires, pero cuando a mi madre la nombran directora de una escuela de ciegos y disminuidos visuales que recién se fundaba, se mudaron a La Plata, donde les daban vivienda en el edificio de la escuela. En la casa había dos habitaciones: el dormitorio de ellos dos y uno para mi hermana y para mí. Pero esas habitaciones eran muy grandes, muy frías y muy húmedas por lo que muchas veces nos dormíamos en la cama grande de nuestros padres, que, cuando nos dormíamos, nos pasaban a nuestro dormitorio (risas). Recuerdo el ruido de la máquina de escribir de mi padre por las noches cuando me dormía, nos dormíamos con el ruido de las teclas. Eso era como un arrullo, como una canción de cuna. Nos dormíamos con ese sonido de fondo, y nunca lo olvidé. Ese sonido no nos molestaba, al revés, nos acunaba, nos hacía dormir.

Un joven Rodolfo Walsh con sus dos hijas, Patricia y Victoria.

–Mencionaba antes el humor “walshiano”. ¿Cómo era?

–Nos divertíamos. Era muy gracioso mi padre. Recuerdo mucho de ese humor porque me hizo muy feliz cuando mi hermana Vicki y yo éramos niñas. Mis padres se habían separado en 1958, pero a pesar de que una separación es siempre una situación traumática, ellos construyeron una amistad que duró hasta el final de sus vidas. Esa amistad construyó el clima en el que yo viví. Mi padre fue amigo de muchas mujeres con las que luego estuvo en pareja. Cuando éramos niñas, mi hermana Vicki y yo veraneamos durante muchos años en el Tigre con él. En la isla, en el río Carapachay, todo era muy difícil: no había heladera ni luz eléctrica. No pasaba el camión de basura. La comida consistía en salir al muelle y pescar porque mi padre era pobre, no tenía plata para comprar. Pasaba la lancha almacenera y él compraba solo lo mínimo. Entonces teníamos que sacar de la pesca el plato del día. A veces teníamos suerte y a veces no. Era un buen pescador. Sus cañas no tenían ninguna tecnología, eran tan simples como la caña, el hilo, la boyita, el anzuelo y la carnada. En esas horas que pasábamos juntos en el muelle, mi padre se ponía a leer el “Diccionario del Diablo” de Ambrose Bierce, un libro de humor, un humor que a él le gustaba y nos hacía reír mucho.

–¿Cuál es su obra preferida de él?

–Me gusta “Un oscuro día de justicia”. Es un cuento donde están los alumnos de un internado organizándose porque los están maltratando mucho. Es impresionante, es un texto bellísimo que tiene que ver con lo que nos pasa, a los argentinos y a las argentinas, que tenemos que encontrar siempre la manera de salir de situaciones muy difíciles. El cuento te da una opinión acerca de cómo pensaba mi padre, Rodolfo Walsh, que tenemos que pensar la salida a nuestros problemas, sobre todo si nos están castigando mucho. Además es un cuento que siempre te da un mensaje sabio sobre lo que tal vez tiene que aprender un pueblo.