Por M. Callebaut, A. Urcelay, L. Fonte y C. Blanco
Lejos quedó la época dorada de los años 50, cuando los kioscos de diarios y revistas desbordaban de títulos y la historieta era una industria pujante. “Se vendían prioritariamente en los puestos de diarios y eran el único entretenimiento en los hogares. Eran un medio masivo. Con la TV, el cine y lo que llegó después, el mercado del cómic nacional empezó a desglosarse en nuestro país”, dice Juan Pablo Camarda, ilustrador y diseñador gráfico, consultado en el stand de Ediciones Noviembre en la Feria del Libro de Olivos 2018.
“Esa etapa, para mí, ya no existe. Hay una nostalgia de algo que no va a pasar más porque ya no hay una industria”, sostiene Alejandro Farías. Oriundo de Bahía Blanca y licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA), es además guionista y editor. Creó junto al dibujante Marcos Vergara la editorial Loco Rabia, que nació en 2008 con la necesidad de autoeditarse y, en diez años de vida, superó las 100 publicaciones impresas de obras de autores de historietas contemporáneos, consagrados o no. “Las revistas en general están muriendo. Los canillitas están sobreviviendo como pueden. Pero hay un fuerte crecimiento del cómic editado en formato libro”, agrega el autor de Mi Buenos Aires querido, entre tantos otros títulos.
La editorial recibe aproximadamente ocho propuestas “serias” de libros por año y, generalmente, publica más de la mitad. La elección de los proyectos es muy subjetiva: “Si nos gusta y es una obra que disfrutaríamos leer, la editamos. Nos tiene que convencer a la mayoría de los cuatro (Julia Rodríguez, Marcos Vergara, Ernesto Parrilla y él). No hay una búsqueda de mercado. No tenemos libros sobre problemáticas recientes porque no los pensamos para crearlos ni nos los propusieron”. Y explica: “Cuando empecé, a fines de los años 90, no había industria. Había mucho fanzine y revista, y poco libro. En comparación, ahora estamos muy bien. Hay un montón de editoriales y todo el tiempo surgen autores nuevos, que son alumnos de los consagrados. Es un fuego que se va apagando”.
En los ’90, la Ley de Convertibilidad facilitó la importación de cómics extranjeros, y los superhéroes norteamericanos inundaron el mercado del noveno arte en la Argentina. Fueron desapareciendo las revistas de antología, reemplazadas por los comic books; proliferaron las comiquerías, que sustituyeron como puntos de venta a los kioscos de diarios; y aparecieron nuevos dibujantes relevantes. Un rasgo también distintivo de esta década fue la consagración mundial de autores argentinos, convocados para trabajar para Europa y los Estados Unidos. A nivel nacional, entre 1994 y 1999, surgieron cientos de revistas independientes (y no tanto) y fanzines.
En diciembre de 2001, la caída de la convertibilidad y el lógico aumento de los precios dinamitaron la industria de los cómics nacionales. La editorial Columba cerró, las comiquerías fueron desapareciendo -quedaron algunas-, los proyectos autofinanciados no fueron mayoría y las nuevas tiras demoraban en aparecer. Pero hubo revistas, editoriales independientes y personajes significativos. Los web comics, originarios de los Estados Unidos de fines del siglo XX, tomaron fuerza en la Argentina en 2004. Internet y las redes sociales son las herramientas elegidas para difundir y consumir las historietas locales, caracterizadas por la libertad y la diversidad expresiva de sus autores y el autofinanciamiento.
“Lo loco es que los autores contemporáneos son creadores de su propio público. Antes, por ejemplo, el lector dependía de la revista que compraba, en la que iban apareciendo los dibujantes y los guionistas, pero ahora muchos historietistas están formando su propia audiencia. Eso, para mí, está buenísimo”, agrega el cofundador de la editorial Loco Rabia, y destaca la libertad y la diversidad expresivas de los actuales hacedores de cómics: “Como no hay industria, cada uno escribe, habla y busca el camino y la estética que quiere”.
“Comic.ar Ediciones nació como una revista en 2009. Tres años después, dejamos de publicarla y empezamos a editar libros”, cuenta su editor, Tomás Coggiola, diseñador gráfico de la Universidad de Buenos Aires. Y continúa: “Antes de que empezáramos con la revista, había cambiado un poco la forma de consumo por la historieta online. Esto, sumado a que para mantener una revista en la calle se necesitan muchos ejemplares por el sistema de distribución y un gran aparato de ventas, principalmente de publicidad, hizo que nos planteáramos si era viable o rentable seguir haciéndola y cómo podíamos continuar produciendo lo que queríamos hacer”.
En 2000, junto con Rafael Turchi y Marcelo Basile, lanzaron la historieta Mikilo: “Salió en un momento en que la industria ya había desaparecido y nos autoeditamos. Rafael propuso hacerla y puso el dinero que tenía para eso. Se le ocurrió que podíamos hacer una aventura que funcionara en libro. La idea era muy buena, pero nos enfrentamos con los primeros problemas. En Argentina, hacer libros de cómics todavía no era lo que es ahora. Vender no era fácil. No íbamos a los kioscos de diarios. Teníamos que ir a las comiquerías o librerías especializadas. Y, en ese camino, nos costó bastante hacer entender que el formato (las viejas revistas) había cambiado”. Para antes de fin de año, se espera una reedición completa en dos volúmenes formato libro que se llamará “Mikilo integral” por Comic.ar.
El libro es un formato mucho mejor para el editor. “En el kiosco, la revista pierde valor rápidamente y no puede venderse durante mucho tiempo. El libro, en cambio, conserva su valor en el tiempo”, opina Coggiola. Acerca de cómo selecciona lo que publica, coincide un poco con Loco Rabia: “La historieta debe ser interesante, estar bien narrada y dibujada. Todo tiene que atrapar. La historieta es un conjunto de guión y dibujo. Las dos cosas tienen que funcionar aceitadamente para que todo fluya, para que la obra sea homogénea y se pueda disfrutar”. Y completa: “Lo bueno de editar y tener una editorial es la posibilidad de elegir qué publicar y qué no. En Comic.ar Ediciones, desde el principio, incluso cuando era una revista, editamos autores argentinos y elegimos principalmente la historieta de género, la que nos interesa, la que nos gusta. También tenemos de las que no son tan de género. Vamos por diferentes lugares. Tratamos de ofrecer un catálogo amplio y captar otro público, pero siempre vinculado a lo que nos importa”.
“En la Argentina hubo un quiebre, un momento que cambió abruptamente la forma. Las editoriales de antes no supieron cómo continuar ni rehacerse. Lo que hacían y la manera en la que lo hacían se perdieron. Los recuerdos de sus historietas quedaron en las personas. Los editores de ahora y un montón de gente que empezó a mediados de los ’90 tuvimos que ser ingeniosos e idear cómo seguir. Lo hicimos todo de vuelta. Eso llevó a un camino que sube y baja acorde a los gobiernos de turno, las épocas y la tecnología”, agrega Coggiola.
En referencia a las nuevas tecnologías, todos los entrevistados concuerdan en que, en términos generales, son de gran ayuda. En términos de producción, por ejemplo, “la impresión digital, de tiradas bajas y muy buena calidad, permite producir historietas sin embarcarse en costos altos“. “A lo mejor sale un poco más caro, pero da la oportunidad de probar cosas y generar una cantidad de ejemplares abordable”, detalla el editor de Comic.ar Ediciones, quien ejemplifica con la próxima tirada de Mikilo, que alcanzará los 500 ejemplares. Además, asegura que la situación económica actual no afectará esta impresión porque representa una cantidad razonable, no exorbitante.
Farías refuerza: “En la editorial Loco Rabia, en vez de imprimir mil o 1500 copias y tenerlas en un depósito, con las máquinas de hoy, en 15 días imprimimos un libro y hacemos tiradas de 500 o sacamos dos libros distintos. Nos permite financiarnos. No queremos obras durmiendo la siesta”. Es una política que adoptó a partir de su experiencia. Para el primer libro de la editorial, imprimieron 1500 ejemplares. “Todavía abro placares y se me caen encima”, dice. Las editoriales mencionadas coinciden en tiradas de entre 500 y 1500 copias.
Un arma de doble filo
Internet y, principalmente, las redes sociales son las grandes aliadas de la historieta argentina contemporánea. A autores y editores les da en esos espacios la posibilidad de mostrar y, además, publicitar sus trabajos a un número de receptores infinito. Así pueden difundir sus obras, captar lectores y vender de manera casi o completamente gratuita. Sin embargo, es una herramienta con la que hay que tener cuidado. “Pasa mucho que sólo uno de cada mil que ponen like compra. Es medio una trampa. Hay muchos autores que generan un montón de contenido para las redes y generan empatía, pero al trasladarlo a un libro no tiene el mismo peso porque no es un material que se comparta. Ocurre lo mismo al revés. No siempre el contenido es fácil de trasladar. Además, aunque estamos acostumbrados a darle valor a un gran número de likes, la comunidad que importa es la que traspasa las redes. Los que importan son los que conviven con el contenido, a los que les interesa realmente”, reflexiona el cofundador de Loco Rabia. “Hay un montón de autores que hoy logran armar su comunidad a través de las redes. Está buenísimo porque amplían su cantidad de lectores. Eso no implica que los cómics en general los ganen como público”.
“Cada autor tiene su propia estrategia. Por ejemplo, publica sus cómics en su blog y los publicita en sus redes sociales. Mi última historieta (El gordo sin remera) la subí completa a Instagram. Toda persona que tenga su material en Internet tendrá más likes que libros vendidos. El público de Instagram es muy diverso. Nos escriben personas de España y les tenemos que decir que somos dos en la editorial y no llegamos a enviarles el material”, cuenta Camarda, quien se define como hacedor de “historietas que no leés” en su cuenta de Twitter.