Por Valeria Soto @valeriasotox

José Luis Guirao estaba por terminar el servicio militar obligatorio cuando empezó el alistamiento de tropas. A pesar de que su madre le ofreció la posibilidad de escaparse de la Guerra de Malvinas, sintió que no podía traicionar a sus amigos después de haber estado un año junto a ellos.

Él y Claudio Scaglione, técnico químico perteneciente al Batallón Comando, fueron destinados a la misma zona aunque no compartieron trinchera. Días antes de que Argentina se rindiera, se produjo la batalla de Monte Longdon, considerada la más sangrienta y prolongada de la Guerra, con 20 horas de enfrentamiento.

Cuando habla de su amigo, a José Luis se le hace un nudo en la garganta: “Cada 11 de junio me acordaba de él y me iba a llorar a algún lado. Ahora estoy más tranquilo porque sé que él tiene un lugar, después de 36 años”.

A los 87 años, Norberto Scaglione viajó a Malvinas para finalmente enterrar a su hijo. Junto a su mujer, que falleció en 2016, lo buscaron durante más de dos décadas. Le confesaron a José Luis que creían que estaba preso en Reino Unido porque un compañero de él les había dicho que los ingleses se lo habían llevado.

Sin embargo, Claudio fue uno de los primeros siete soldados identificados gracias al Plan Proyecto Humanitario en el que Gran Bretaña y la Argentina se unieron para realizar el proceso de identificación de los caídos en Malvinas.

Este arduo trabajo fue realizado en primera instancia por el Comité Internacional de la Cruz Roja, que entre mayo y agosto de 2017, llevó a cabo las exhumaciones de los restos sepultados en el Cementerio de Darwin. Las muestras fueron enviadas al laboratorio del Equipo Argentino de Antropología Forense, que tiempo después entregó los resultados finales. El equipo trabajó junto al ex combatiente Julio Aro y a la directora editorial de Infobae, Gabriela Cociffi, quienes realizaron las gestiones con los familiares para lograr la identificación.

La Comisión de Familiares de Caídos en Islas Malvinas se encargó de llamar a distintos puntos del país para pedir muestras de ADN para el protocolo de la Cruz Roja. En marzo de este año ayudaron a preparar el viaje de 250 familias para reencontrarse con los caídos. Una de las gestoras fue María Alejandra González, quien tenía doce años cuando su hermano Néstor fue a la guerra.

Néstor envió diez cartas escritas a puño y letra durante los setenta y cuatro días que duró el enfrentamiento. En la última que recibieron cuenta que ya no había nada más que hacer en Malvinas, que sólo quedaba volver. Su familia fue a recibirlo, sin saber que no volvería.

Los primeros años lo buscaron, hasta que las esperanzas se fueron diluyendo. Sin embargo, su familia tenía la necesidad de saber qué había ocurrido. Con el tiempo, se acercaron a los centros de los ex combatientes. Allí los compañeros de Néstor los ayudaron a rearmar su historia en los últimos momentos.

Néstor Miguel González fue identificado dentro del primer grupo de 90 caídos. Su hermana logró viajar en marzo de este año al cementerio Darwin para poner una cruz con su nombre, ya que hasta ese momento estaba rotulado como “Soldado argentino sólo conocido por Dios”.  

María Alejandra González adornó la cruz con un poncho que los alumnos de su colegio le habían regalado para su hermano.

En su última visita, Alejandra entró al cementerio de los ingleses y le dedicó unas oraciones en el libro de firmas al ex Capitán del Ejército británico Geoffrey Cardozo, quien en 1982 había enterrado a su hermano junto con un crucifijo de plata y, años después, trabajó junto a la Cruz Roja para identificar los cuerpos.

“Es un lugar místico, el viento paró cuando llegamos, como si nos protegiera. El silencio y a la vez el movimiento de los rosarios colgados…sé que están ahí”, describió Alejandra, y remarcó la importancia de que los familiares viajen más seguido ya que dos horas es muy poco tiempo de viaje.

Pedimos que el Estado se haga cargo y lleve a las madres que necesitan ver a sus hijos, por eso estamos peleando. A mi familia le hizo tanto bien tener un lugar que ahora voy por las demás”, agrega.

Sergio Aguirre, quien también integra la Comisión de Familiares, al principio de las negociaciones diplomáticas estaba en desacuerdo con hacerse el ADN para la identificación. Finalmente aportó su muestra para decir ante un escribano público que quería que los restos de su padre quedaran allá, en caso de ser localizado.

Sergio describe a su padre Miguel como un marino de ley: “Creo que si él hubiera sabido que su destino era quedarse en ese buque, hubiera tomado la decisión de ir”. El lunes 10 de mayo, el buque ARA Isla de los Estados, del cual era jefe de máquinas, estaba llevando comida y medicamentos al Puerto Mitre, pero a diez kilómetros del destino fue interceptado por una fragata inglesa que lo destruyó.

Junto a su madre, creyeron que los restos estaban en el fondo del mar. Grande fue la sorpresa cuando en diciembre del año pasado los resultados dieron positivo: estaba en las Islas, y ya viajaron para despedirse.

La psicóloga Graciela Bellati, quien trabaja con familiares y ex combatientes hace 20 años, viajó como apoyo emocional en marzo. Afirma que ellos vivieron un abandono terrible por parte del Estado que continúa hasta el día de hoy, aunque luchan por mantener en pie la memoria de los caídos.

El estrés post traumático es algo que, según Bellati, lo sufren tanto ex combatientes como quienes no fueron a la guerra. Lo define como algo transgeneracional: si el duelo no se elabora a nivel familiar se seguirá perjudicando la salud: “Necesitamos poder hacer un entierro para cerrar el ciclo y hacer un buen duelo”.

Son 105 los soldados argentinos identificados hasta noviembre de 2018. Es necesario para esas familias ir a reencontrarse con sus seres amados y el Estado debe garantizar estos costosos viajes, una forma de compensar tantos años de olvido.