Por M. Carrau, A.Erquiaga y M. Ruiz
Ir caminando por los shoppings Galerías Pacífico o Alto Palermo y ver la nueva temporada en los locales de las marcas favoritas es lo más común. Pero para que esas prendas estén a la venta, debieron pasar por un proceso altamente contaminante para el medioambiente.
La industria de la moda es responsable del 8% de las emisiones de CO2 globales, según el reporte Measuring Fashion (Medición de la moda) de Quantis & Climate Works Foundation. El periódico inglés The Economist informó a fines de 2018 que se fabrican unas 80.000 millones de prendas al año y la organización Fast Feet Grinded, dedicada al reciclaje de calzado, reportó que lo mismo sucede con 20.000 millones de zapatos. Según la Comisión Económica de las Naciones Unidas para Europa, en 2018 un consumidor promedio compró 60% más de prendas en comparación con el 2000; mientras que cada prenda dura la mitad del tiempo y al menos el 40% de la ropa nunca será usada.
“La contaminación producida se debe a toda la cadena valor, que va desde la fabricación de la fibra, la hilandería textil, la manufactura y el transporte, es decir, importación y exportación; venta comercial, ya sea en local, packaging o envíos; uso y disposición, y la falta de control y concientización del consumidor”, explica Fedra Mauri, productora de moda y fundadora de Back In Fashion, un grupo que difunde y promueve la cultura sostenible a través de acciones de comunicación, formación y marketing para marcas, poniendo en práctica los objetivos de desarrollo sostenible.
“El 80% del impacto ambiental de un producto se define en la etapa de diseño, por eso desde Back In Fashion siempre hablamos de la importancia de esas decisiones: no deben ser sólo sobre la textura de la tela, los colores, la línea de producto, sino que debemos incorporar decisiones sobre materialidad que tengan en cuenta comprar nuevas telas o evaluar las ya existentes, la selección de proveedores, la cantidad de fabricación, el stock mínimo y máximo”, marca la productora.
Leonardo Salatrini, diseñador de la marca Taglie Forti, coincide con Mauri. “La industria es una de las más contaminantes del mundo porque hay una demanda altísima de ropa barata y un descarte impresionante”, dijo. “Todo lo que está de moda a la mañana deja de estarlo por la tarde; y eso genera más demanda del mercado, es decir, la gente quiere más ropa para estar a la moda”.
En el informe Puntadas tóxicas: El desfile de la contaminación, publicado por Greenpeace en noviembre de 2012, el proceso de “moda rápida” es definido como la creación de nuevas tendencias de moda en ciclos temporalmente cortos como respuesta a las preferencias de los consumidores. El problema radica en que así aumenta la cantidad de indumentaria que se confecciona, vende y desecha, mientras que se magnifican los costes humanos y medioambientales de la ropa que se consume.
Entre los principales riesgos de la industria textil para el medio ambiente hay que tener en cuenta varios aspectos. Mauri habló sobre los microplásticos que terminan en el océano; el algodón y los pesticidas, y las enfermedades provocadas por los agroquímicos. Además, explica que en mayo de este año las emisiones de dióxido de carbono cerraron en 415 ppm (partículas por millón), muy cerca del límite crítico para afectar a la humanidad, que es de 450 ppm. También destaca el impacto directo en la salud de los trabajadores, “cuando los lugares de trabajo no cumplen con las normas de salud, hay poca ventilación y están en contacto directo con materiales tóxicos”.
En la actualidad, agrega,“se han desarrollado nuevas tecnologías en base al desarrollo textil, técnicas como el tratamiento de ozono, colores limpios como el proceso desarrollado por SpinDye (empresa sueca que ha desarrollado un método de coloración sostenible para textiles sintéticos), y moldería con cero desechos como el método de Trazado Medio MSD”. Este último método es una técnica desarrollada por las diseñadores argentinas Liliana Evangelina Cisneros y Lis Carrizo de La Fuente.
Gema Gómez, diseñadora española y creadora de la empresa Slow fashion Next, opina que hay dos focos en los que derivar la atención. “Por un lado, en los mercados emergentes, hay un sector que se está preparando para dar servicio; y por otro lado, están los conceptos de automatización y eficiencia, que no siempre significa sostenibilidad cuando no se ejerce dentro de los límites planetarios”. Para solucionar estos problemas, Gómez plantea que es necesario “exigir a los diseñadores y a las marcas hechos concretos, trazabilidad de los productos y de la cadena de valor y no solo palabras de marketing, porque es muy fácil decir y no hacer”.
La empresaria propone, en primer lugar, empezar a trabajar con productos que ya existen, es decir de segunda mano; y también con modelos de negocio vinculados con el alquiler de prendas. Por otro lado, solamente se deberían producir prendas nuevas cuando generen empleo de calidad y sean capaces de regenerar lo que las empresas agresivas nacidas en el siglo XX han destruido. Para Gómez, “esos son los modelos de negocio a los que tenemos que aspirar en este sector”.
Pero hacer una marca de ropa ecológica no es fácil, ya que el costo es muy alto. “Trabajar con un producto puro es un 100% o 200% más caro que un producto con derivados sintéticos”, explica Salatrini. “En mi caso, diseño talles especiales de lujo y trabajo con artistas plásticos. Las pinturas que uso son tintes ingleses o biodegradables, por lo que se encarece el producto”.
Los consumidores, para ayudar al medio ambiente, también pueden tomar medidas a la hora de elegir un producto. Mauri cree que todos deberían “repensar su forma de consumo, no realizar compras compulsivas sino inteligentes; comprar prendas funcionales y que nos permitan una versatilidad en nuestros cambios diarios”. Además sostiene: “Es necesario investigar el mercado local, pensar en la forma de lavado, planchado y por último evaluar qué hacemos cuando esa prenda ya no nos dé más satisfacción y, según el caso, se abren un abanico de posibilidades”.
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