Por Delfina Haddad
Sobre la calle Hidalgo, a pocas cuadras de Parque Centenario, hay un departamento pequeño en donde la luz del sol se filtra por una ventana con la persiana baja. Hay madera en cada rincón que se mire, mezclada con algunas máquinas y herramientas. En el taller de Guitarras Moggia, el polvillo cubre las sillas de trabajo, el piso y flota en el aire. Cerca de la entrada, como prendas de un perchero, cuelgan tapas de guitarra una al lado de la otra de diferentes tonos amarronados.
La luthería existe en nuestro país desde la conformación de la Nación e incluso desde antes, cuando los nativos ya hacían sus propios instrumentos de viento, de cuerda, de percusión y aerófonos. “Con la llegada de las misiones jesuíticas, quienes enseñaban a hacer instrumentos comenzaron a hacer violines”, explica el presidente de la Asociación de Luthiers Argentina, Leandro Salzmann. “Los alumnos de segunda generación de los grandes luthiers italianos más importantes llegaron a partir de 1870.”
Con el tiempo la información acerca del oficio comenzó a salir de los talleres y dejó de transmitirse solo en las escuelas jesuíticas, de padre a hijo o de luthier a ayudante, y surgieron las primeras escuelas de luthería en Argentina. La primera fue la de Tucumán, que nació en 1949 y fue una de las más importantes y con mayor trayectoria. Hoy depende de la Universidad Tecnológica Nacional y surgió principalmente por la necesidad de hacer el mantenimiento de los instrumentos de la orquesta. “Lo de Tucumán fue una rareza porque casi hasta los años 90 o 2000 no ha habido escuelas de luthería”, aclara Salzmann.
“La luthería para mí es una necesidad, es uno de los arte-oficio más preciosos y más complejos que tiene la humanidad”, dice el luthier Ezequiel Moggia, que lleva 24 años en el oficio, mientras fuma un cigarrillo electrónico sentado en su taller, en el que trabaja todos los días y donde además da clases.
Este es un oficio que se aprende “haciendo” y que conlleva dos responsabilidades muy grandes: poder brindarle al músico lo que busca de un instrumento técnica y sonoramente, y al mismo tiempo cuidar el cuerpo de quien lo vaya a usar. “A veces una guitarra mal hecha te puede lastimar los dedos al igual que un violín mal calibrado te puede romper los hombros y los codos”, explica el artesano de guitarras clásicas, flamencas y australianas mientras con los dedos simula que toca uno de sus instrumentos.
La luthería requiere de mucho tiempo y dedicación. El lugar de trabajo debe tener entre el 30 y el 60 por ciento de humedad ambiente, ya que en otras condiciones la madera puede rajarse, pero bien cuidada llega a durar hasta cien años. Un luthier puede hacer diez o doce guitarras por año, dependiendo de los métodos de construcción que utilice. Algunos tienen ayudantes o aprendices que agilizan el trabajo que en otros casos también puede llegar a estar más mecanizado. Para elaborar un instrumento, se requiere cierta planificación de diseño y de lo que se quiere obtener. Ninguna guitarra es igual a la otra.
En el taller Moggia hay varias máquinas rodeadas de madera y otras herramientas. Ezequiel explica que el uso de la tecnología no hace al luthier más o menos artesanal porque este concepto se describe como la aproximación del individuo hacia el material, para comprenderlo. En el último tiempo, los avances tecnológicos más que dejar atrás a la luthería, le han facilitado bastante el trabajo al artesano. “Si hoy uno puede ver una foto macroscópica de la madera, se la puede entender más y eso es gracias a la tecnología”, asegura Ezequiel con cierta simpatía y emoción. La aparición de internet les proporcionó a los músicos profesionales
información que antes no conocían sobre el instrumento que tocan.
A veces, los luthiers se preguntan si su oficio ha quedado viejo para esta época, pero todo parece indicar que no, ya que para la mayoría de ellos este es un oficio irreemplazable. Nadie puede hacer el trabajo de un luthier más que ellos mismos. La industria ha crecido en los últimos tiempos. Ahora las fábricas de guitarras abundan en todo el mundo pero eso no quiere decir que sus productos sean buenos. La producción masiva incluye operarios en vez de luthiers y la proyección y la aproximación hacia el instrumento se pierde. Las guitarras que puede llegar a construir un luthier nunca van a ser iguales ya que cada una está hecha con un tipo de madera distinta y el sonido va a ser diferente. Cada una cumple con las expectativas del músico o muchas veces del luthier mismo. En cambio, una guitarra de fábrica va a sonar a esa marca al igual que las otras miles que fueron hechas en el mismo lugar.
Moggia sigue fumando su cigarrillo electrónico mientras cuenta que su primer profesor, Alfredo Fariña, una vez le dijo: “Lo importante de la luthería no es cómo se hace sino la diversidad, que cada uno lo haga como quiere”. Un aprendiz puede aprender las técnicas básicas y necesarias pero a la hora de crear se torna subjetivo y eso es, para él, lo más lindo del oficio.
Pero no todo dentro de la luthería es color de rosas. Entre los practicantes del oficio suele haber recelo ya que nunca fue una actividad con mucha apertura, aunque recién ahora esto último parece estar cambiando. La luthería, como la define Moggia, es una especie de investigación sobre los demás y sobre uno mismo. Se trata de proyectar, de encontrase con uno mismo. “La luthería no es un conjunto de secretos, es un conjunto de esfuerzos”, dice Moggia.
Quien realiza este oficio debe estar muy atento a lo desconocido y ser inteligente para observar lo nuevo y aprender. Se lo podría comparar con un matemático en busca de la ecuación perfecta. “Quien elige esto no es alguien que quiere las cosas simples, ni fáciles, ni ya, debe tener paciencia y ser reflexivo”, dice Moggia mientras se inclina en su silla.
El rol de la mujer en este oficio es muy peculiar. Hay muy pocas y no están visibilizadas. En la Asociación Argentina de Luthiers, de 130 miembros solo cinco son mujeres. “La mujer siempre estuvo involucrada en la creación de guitarras, sobre todo en los detalles como la marquetería, porque es más detallista que el hombre y posee más paciencia para algunas cosas”, explica Juliana Hernández, que empezó en el oficio hace ocho años. Muchas artesanas han colaborado con hombres y sin embargo a la hora de firmar las guitarras sus nombres no aparecían. Con la información hoy disponible a través de las redes es más fácil enterarse de que también hay muchas mujeres que se dedican a esto y hace muchos años.
Además de ser luthier, Hernández trabaja en Guitarra a la Carta, un espacio casi único en la ciudad de Buenos Aires y con inspiración europea donde el comprador tiene para elegir variedad de guitarras de luthiers. Aunque no fueron muchas, ella recibió críticas por ser mujer y trabajar en ese ámbito. También eso le sucedió a Laura Reynoso, la primera mujer en Argentina en recibirse de Luthier en la Escuela de Tucumán. No fue muy bienvenida y su presencia allí fue muy atacada.
“Siento que es un laburo que lo puede hacer cualquier persona porque depende de las capacidades de cada uno y es ahí donde se encuentran las limitaciones”, dice Hernández. “A mí me encanta la guitarra porque para mí son mujeres, cuando las hago es como parir a mis hijas”. Ella las compara con los niños porque a medida las va construyendo y van creciendo, no sabe ni qué personalidad van a tener ni cómo van a quedar. Firma cada guitarra con el nombre de alguna mujer de su vida.
Julieta Rotela Feroglio creó hace cuatro años junto a su marido la primera escuela de luthería en Córdoba con la idea de que cualquiera tenga la posibilidad de aprender sobre el oficio sin importar ni su condición ni género. Comenzó en el área administrativa mientras aprendía luthería e iba construyendo de a partes. Fue en la escuela donde sintió la mayor discriminación. “Hay aprendices de entre 16 y 70 años, sobre todo varones, y me ha pasado que me digan que no me iban a hacer caso ni siquiera como autoridad, por ser mujer”. Además, Julieta y su marido tienen una tienda de insumos para luthiers donde muchos de los clientes se han negado a recibir recomendaciones sobre los materiales ya que prefieren ser atendidos por un hombre.
La discriminación hacia la mujer en el ámbito de la luthería no es un fenómeno local sino que también se registra en otros países. Tatiana Laó, oriunda de Medellín, fue discriminada por sus compañeros cuando era aprendiz. “Cuando yo estudiaba éramos quince aprendices de los cuales yo era la única mujer y muchas veces mis compañeros no me dejaban usar algunas máquinas o utilizar algunas herramientas”.
La luthería está en un buen momento. No hay máquina capaz de hacer semejante trabajo ni de reemplazar el ida y vuelta entre el músico y el artesano.
A las cuatro de la tarde, las luces del taller Moggia se apagan y queda solo la luz débil del sol que entra por la ventana. El polvillo vuelve a aparecer en el aire junto con el olor a madera recién trabajada.