Por M. Á. Franchini, D. Haddad y A. Marchese

El Fondo Monetario Internacional (FMI) parece ser el villano de la película, el culpable de todos los males argentinos, gracias a los veinte acuerdos que el país firmó con la entidad durante las últimas seis décadas. Hacía años que no se hablaba tanto de él. En 2018, una corrida cambiaria y un cuadro de inestabilidad fueron la excusa del gobierno de Mauricio Macri para pedir un préstamo de 50 mil millones de dólares, la cifra más alta de todos los acuerdos previos. Mientras tanto, la deuda externa volvió a crecer de manera acelerada, y se estima que hoy alcanza los 342 mil millones de dólares. Imposible entender este presente sin tener en cuenta la historia reciente.

La relación de la Argentina con el Fondo Monetario Internacional comenzó en 1956. El gobierno militar encabezado por el general Pedro Eugenio Aramburu, que asumió en 1955 luego del golpe cívico-militar que derrocó a Juan Domingo Perón, resolvió que el país se sumara a esa entidad por medio de un pedido de ayuda financiera. Se estaba produciendo un cambio profundo en la economía argentina: se desnacionalizaron los depósitos bancarios y se adoptó una orientación liberal con la que se buscaba favorecer los negocios de los capitales extranjeros y los grandes empresarios por encima de las mejoras en el salario de los trabajadores.

Desde esa época, los acuerdos con el FMI siempre exigieron despidos de trabajadores del Estado, recortes en gastos sociales y aumento de tarifas. Además, los préstamos de esa institución favorecieron el gran crecimiento de la deuda externa. Durante la última dictadura militar, entre 1976 y 1983, el FMI otorgó varios préstamos a la Argentina, y la deuda pasó de 7 mil millones de dólares en 1976 a 42 mil millones en 1982.

En 1991, el Fondo aceptó que el gobierno de Carlos Menem pusiera en práctica el Plan de Convertibilidad, ideado por el ministro de Economía Domingo Cavallo. Aunque se buscaba terminar con la hiperinflación, las medidas se ampliaron a la relación “un peso-un dólar”, la reducción del Estado y un programa de privatizaciones de las empresas estatales. Entre 1995 y 1996, la deuda creció a más de 90 mil millones de dólares.

En 1999, llegó al poder Fernando de la Rúa. Su gobierno consultó todos los pasos en materia económica con el FMI. Otra vez, el Fondo otorgó grandes créditos para afrontar los perjuicios ocasionados por la convertibilidad. El blindaje de la deuda significó la obtención de un crédito por 40 mil millones de dólares. El “megacanje” (hoy, “reperfilamiento”) aumentó las obligaciones en ocho mil millones de dólares, con la exigencia de imponer la Ley de déficit cero. Igualmente, en 2001 la Argentina sufrió su peor crisis institucional, que terminó con la caída del gobierno de de la Rúa y la declaración de default.

En 2003, tanto el presidente Eduardo Duhalde como su sucesor, Néstor Kirchner, buscaron un entendimiento con el FMI que contó con la participación del ministro de Economía, Roberto Lavagna. Durante la gestión de Duhalde se firmaron los últimos créditos. En 2005, con Kirchner en el sillón de Rivadavia, se canceló en un solo pago la deuda con un notable ahorro en intereses. Se cerró la oficina del organismo en el país, no se recibieron más préstamos ni se le permitió al FMI que revisara las cuentas argentinas.

Las relaciones se reanudaron tres años después de la llegada de Mauricio Macri al poder, sumando así un nuevo capítulo en la historia de la Argentina con el Fondo. En 2018 se pidió un préstamo stand-by de 50 millones de dólares por un período de 36 meses. Sin embargo, la cifra será impagable en ese tiempo. Pablo Nemiña, investigador en economía, política internacional y sociología del Conicet, explica cómo se llega a la instancia de pedir un préstamo semejante: “Cuando la demanda de dólares supera a la oferta, se puede financiar con deuda. Pero si te quedás sin la posibilidad de tomar deuda, lo hacés con reservas del Banco Central. Cuando también se agotan es cuando necesitás solicitar un préstamo al FMI”.

Vale la pena recalcar que es la primera vez que el FMI firma un acuerdo por un monto de dinero tan grande. Emiliano Libman, magíster en Economía por la Universidad de Buenos Aires, expresa: “El error fue no aceptar que el proceso inflacionario argentino es diferente al de otros países de América Latina. Además, se sumó otro problema porque el Gobierno tenía previsto adoptar medidas que iban en contra del combate a la inflación, como subir las tarifas y dolarizar el mercado de cambios”.

María Alejandra Scarano, maestranda en Economía Política de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) e integrante del Centro de Economía Política (CEPA), considera que “no tiene sentido lo que hizo nuestro país, que se endeudó en dólares supuestamente para financiar un déficit fiscal en pesos, cuando se podía ir corrigiendo de a poco o endeudarse en pesos“. “Hoy tenemos un déficit financiero casi igual al de 2015, pero en el medio tenés una deuda gigante. La verdad es que no hicimos ningún negocio porque no solucionamos el tema del déficit y terminamos endeudándonos en dólares”, explica.

El FMI fue mutando con el tiempo, y se puede notar algunas diferencias entre el de los años 90 y el actual. “El Fondo abre más instancias de diálogo con los gobiernos que no necesariamente tienen cambios sustantivos, permite que haya más intercambio con los actores políticos locales y también se muestra más abierto a discutir algunos dogmas que antes eran intocables, como las cuestiones de cambio y los planes sociales”, explica Nemiña, y agrega: “Acá hubo un ajuste muy grande pero acompañado de una ‘red de contención social’. El Fondo permitió incluso que hubiera un pequeño aumento del gasto social y transferencias de programas sociales. Si bien no son ninguna solución estructural a la pobreza ni mucho menos, atenúa en el impacto de la crisis”.

Este año sucedió un terremoto en la economía argentina luego de la amplia victoria en las PASO de Alberto Fernández. En este contexto, Nicolás Dujovne, el ministro de Hacienda que pactó y negoció con el FMI, presentó su renuncia. En su lugar asumió Hernán Lacunza y su primera declaración fue que habría que hacer un reperfilamiento de la deuda. También la francesa Christine Lagarde renunció a la presidencia del FMI, y fue sucedida por la búlgara Kristalina Georgieva.

Kristalina Georgieva, la nueva directora del FMI.

Por el momento, la entidad entregó casi el 80 por ciento del monto total del último préstamo. En septiembre de este año se esperaba el desembolso de los últimos 5.400 millones de dólares, pero serán retenidos hasta que se genere el cambio de gobierno. A pesar de que Fernández en el pasado fue crítico con el FMI, ahora adoptó una postura de diálogo con Georgieva. El 19 de noviembre conversó por teléfono por primera vez con ella y le propuso un acuerdo de pago que se pueda cumplir y que no requiera de más ajuste. ¿Podrá la Argentina salir del vínculo amoroso con el Fondo Monetario Internacional?