Por S. Gamarra, S. Poggi y D. Roldán
Durante años, casi siempre delante de sus cuatro hijos, Luisa Fernández (50) fue víctima silenciosa de violencia de género por parte de su pareja. Los vecinos cuentan que su esposo, Alberto Gregorio Roldán (50), la golpeaba con frecuencia y recuerdan sobre todo un episodio brutal: él la tiró al piso, la tomó del pelo y la arrastró como un cavernícola. En enero, luego de una discusión en la que amenazaba con golpear a uno de sus hijos, Luisa tomó un arma de fuego del marido y se defendió, por primera y última vez. La mujer quedó en libertad, por ahora, mientras enfrenta cargos por homicidio agravado.
De nada sirvieron las denuncias ni los planteos de los hijos mayores de la pareja. Aunque las armas casi siempre son cosa de hombres, suele suceder en condiciones extremas que la mujer es la que la empuña en defensa propia. Una llamada de los vecinos al 911 alertó al personal de la comisaría 3° de Avellaneda, que concurrió al complejo habitacional ubicado en Irala y José Mazzini, en Dock Sud. Pero ya era tarde.
Roldán fue encontrado tendido en el suelo, con su ropa ensangrentada. El cuerpo presentaba al menos tres impactos de bala. Su esposa, luego acusada de “homicidio doblemente agravado por el vínculo y por el uso de arma de fuego”, intentó quitarse la vida arrojándose al vacío desde un sexto piso. Unas vecinas lo impidieron, no sin esfuerzo.
En la escena del crimen, destrozada, Luisa alcanzó a relatar la pelea y su reacción al ver a su marido agrediendo a su hijo mayor. La detuvieron, confesó, la imputaron. Micaela, amiga de una hija de Luisa y vecina del barrio, declaró que la familia vivía situaciones conflictivas: “Él era un golpeador, han llegado a verlo arrastrar a Luisa de los pelos, también era violento con los hijos”. La mujer hizo varias denuncias que nunca fueron tomadas en cuenta, no recibió la ayuda necesaria. El colectivo #NiUnaMenos ha denunciado cientos de casos similares en los que la violencia machista termina en femicidio. Pocas, como Luisa, han llegado al extremo de defender su vida cobrando otra.
Ella tuvo un negocio de venta de ropa muy conocido en el barrio y siempre se ocupó de criar, educar y mantener a sus hijos. Él estuvo preso muchos años por varios delitos. Al recobrar la libertad, logró convencerla de continuar la relación. El hijo mayor de Luisa, que tiene 30 años, testificó a favor de su madre, pero fue repudiado por su hermana de 27, que lo echó de la casa. El sometimiento que Roldán ejercía sobre su esposa e hijos desencadenó una ruptura familiar, incluso después de su muerte.
El barrio se solidarizó con Luisa. “Juntamos más de 90 firmas, y quedó gente sin firmar”, relató Micaela. En una carta manuscrita entregada a las autoridades judiciales, narraron los hechos de violencia y las carencias sufridas por Luisa y sus hijos. La policía encontró en la casa tres armas de Roldán: dos pistolas, una marca Taurus calibre 9 milímetros y otra Bersa calibre 22, y una sobre la que no hay datos. Con ella se cometió el crimen, y por eso fue entregada a los peritos. Una vecina, para ilustrar las conductas del hombre, recordó que “una noche se encontró con un perro y reaccionó como si estuviera en presencia de un monstruo: lo acribilló a tiros”. El episodio ocurrió a la una de la madrugada y fue, según ella, “una balacera terrible que dejó las puertas de su edificio agujereadas con seis o siete tiros”.
“Todos los vecinos vamos a testificar a favor de Luisa: los que nos cruzamos alguna vez con él, los que vieron, los que sabían toda la historia”, remarcó otra vecina. La abogada penalista Florencia Sánchez explicó que en este tipo de casos hay que asumir la defensa de la mujer teniendo muy en claro “que la imputada ha recibido una agresión permanente e ilegítima, y establecer de manera fehaciente que ella actuó en legítima defensa porque su vida estaba en peligro al estar frente a una amenaza”. Una amenaza que, en casos como el de Luisa, siempre es inminente.