Por Melany Lima Capitao

“Tips para mantener los senos firmes”. “10 razones por las cuales deberías dejar de usar corpiño”. “¿Adiós al corpiño?” Es posible encontrar mil y un posteos sobre cómo cuidar, mejorar o resaltar el busto. O sobre cómo está de moda dejar las tetas a aire libre. O que los corpiños hacen mal a la salud y producen cáncer de mama. “Si dejás de usar corpiño vas a respirar mejor”. “No se te van a caer las lolas”. “Ahora son más las famosas que se animan a mostrar los pezones”.

En internet rondan muchos mitos pero pocas certezas sobre la verdadera utilidad de esta prenda interior. En realidad, desde el ámbito de la salud no hay investigaciones fehacientes que digan que el uso del corpiño puede provocar problemas de salud. El Doctor Gustavo Hauszpigiel, miembro de la Subcomisión de Relaciones con la Comunidad de la Sociedad Argentina de Mastología (SAM), explica: “Se sugiere su uso, aunque no se lo indica de forma universal. Se lo recomienda para aliviar la mastalgia (dolor mamario), que es un síntoma muy frecuente, particularmente en ciertos momentos del ciclo menstrual. Pero desde el punto de vista médico no existen objeciones a su uso”.

La SAM publicó, en varias oportunidades, que esta prenda no genera cáncer. Sobre ello, Hauszpigiel agrega: “En principio, no existe ninguna evidencia de que el uso de una determinada prenda de vestir aumente el riesgo de cáncer de mama, ni de ningún otro cáncer. Inclusive hay alguna evidencia científica que comprueba que el uso de corpiño no aumenta el riesgo de cáncer de mama”. Hauszpigiel se refiere a las investigaciones de los autores estadounidenses Lu Chen, Kathleen E. Malone y Christopher I, sobre el estudio de caso publicado en 2014 “Bra Wearing Not Associated with Breast Cancer Risk: A Population-Based Case–Control Study”.

Uno de los mitos que circula es que el aro de los corpiños podría generar cáncer. “Claramente son creencias sin fundamento, sólo si el alambre del aro estuviera mal revestido o en una posición incorrecta, podría causar mastalgia (dolor mamario), pero nunca cáncer”, explica. En Francia, el médico Jean-Denis Rouillon concluyó en un estudio preliminar que le llevó 15 años y que dio a conocer en 2013 que el uso del corpiño es malo porque neutraliza la sujeción muscular, produce dolores de espalda y no mantiene los pechos erguidos. Sin embargo, subrayó que su investigación no estaba basada en una muestra representativa de mujeres y que sería peligroso aconsejar el no uso del corpiño.

Entonces, si desde la medicina no hay razón para usar o dejar de usar esta prenda, ¿a qué se debe su popularidad? ¿Por qué está tan imbricada dentro de la sociedad?

Un artefacto de doble función

Luego de la primera menstruación, cuando los senos empiezan a desarrollarse, es un rito que las madres le den a sus hijas un corpiño de “entrenamiento”, generalmente de algodón, ligero, nada llamativo, cuya única función es ocultar la insinuación del pezón a través de la ropa. Acá es donde empieza el ciclo del corpiño: primero su función es tapar durante la etapa de desarrollo; luego se vuelve erótico cuando la mujer es una joven adulta que se percibe como sujeto sexual; para volver a esconder las mamas durante la maternidad y el resto de la vida de las mujeres adultas.

Entonces se muestra que el corpiño tiene una doble utilidad: por un lado, como sujetador del busto y, por otro, como acto de socialización. La docente e investigadora de la carrera de Diseño Industrial en la Universidad Nacional de La Plata Clara Tapia, dice: “El usarlo es una práctica de socialización clara hacia la construcción de un tipo de mujer; cuando nacen, a las mujeres les ponen aritos, y cuando menstrúan, les dan un corpiño”.

Tapia explica que la indumentaria es un medio de construcción de cuerpos. En ese sentido, el corpiño y su antecesor, el corset, trabajan en una conformación generalmente asociada al canon hegemónico o a las categorías de belleza. Por lo que el corpiño construye un tipo de cuerpo “perfecto”. Además, tiene una carga simbólica asociado a las categorías de lo femenino. Es parte de un concepto social de lo que se considera “la mujer”, una herramienta por excelencia porque sostiene o cubre uno de los órganos definidos de la maternidad y de la mujer cis género femenino biológico.

Para la mirada del otro

Pero, en sí mismo, el corpiño tiene un sentido estético y no anatómico. “Desde el diseño, el corpiño es una prótesis, algo externo al cuerpo que sirve para ampliar nuestras capacidades, en este caso, supuestamente, sirve para sostener, para realzar, para exhibir”, explica Pablo Ungaro, investigador y profesor titular en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de La Plata. “Hay que hacer una distinción, hay que ver cuando se empieza a trastocar que el corpiño se transforma de su utilidad como sujetador para la mirada del otro, para exhibirlo como marco del cuadro que significa el seno femenino. Tenemos la cuestión social y la mirada heteronormativa que dice que los senos tienen que ser de determinada manera; y ahí hay una dictadura de la forma”.

Ungaro habla del término dictadura porque hay un sistema de estandarización de los cuerpos -los talles- donde muchos quedan afuera. Tapia menciona que en Argentina cada marca sigue su propia tabla de talles o la numeración francesa (como los talles 42, 44, 46, etc.) en general. Se podría decir entonces que sí, el corpiño es una imposición porque es algo que viene estandarizado, que tiene medidas y se compra en un local. “Entonces, en el momento que vos te compras algo que ya viene con las medidas y te lo ponés en tu cuerpo es una imposición sobre tu cuerpo y es una práctica de control sobre los cuerpos”, explica Tapia y señala que esto se produce particularmente cuando la indumentaria empieza a fabricarse en serie, porque ya no es la prenda la que se adapta al cuerpo, sino al revés.

Una industria artesanal

El corpiño tiene más de 100 años de existencia. Con orígenes difusos, el hito más reconocido es la patente del diseño del brassiere en 1914 por Mary Phelps Jacob en Estados Unidos. Tanto el corset como el corpiño seguían los cánones de belleza para construir un tipo de mujer hegemónica. Con los años, el corpiño fue modificado según las tendencias de cada momento, que no sólo tenían que ver con la moda en sí misma sino con la capacidad de producción y con las tecnologías que existían en determinadas épocas. Por ejemplo, durante la Primera Guerra Mundial, se impuso como necesidad el corpiño -dejando atrás definitivamente el corset- porque resultaba más práctico para las mujeres cuando fueron insertadas en el mundo laboral y, además, era más barato de producir. Luego de las guerras, con el crecimiento de la industria cinematográfica en Hollywood, aparecieron las mujeres del cine con una figura más curvilínea y surgió el corpiño push up. O en 2016, cuando surgió el “magic bra”, que buscaba simular que quien lo usaba no llevaba nada puesto.

Pero hoy en día las tetas juntas y apretadas no están de moda. Tapia explica que las grandes marcas no están haciendo prendas muy adherentes, sino cosas más sueltas, que tienen que ver con los géneros fluidos. Sigue lo que en diseño se denomina “efecto burbuja” -todo lo que viene de abajo y sube a las grandes marcas-. Todas las discusiones sobre el canon, sobre el género, sobre el qué es lo femenino y qué es lo masculino, y esta idea de qué es lo binario empiezan a subir hacia las tendencias”, cierra Tapia. Un ejemplo es la ropa sin género que se ve hoy, con los remerones y los pantalones de talles más grandes.

Sin embargo, desde hace unos años nació una nueva forma de usar y comprar ropa interior por fuera de las “grandes marcas”: a través de los emprendimiento. Como comenta Ungaro, la “dictadura” de los talles deja por fuera muchos cuerpos que deben recurrir a comprar productos importados o a la producción artesanal. Seguido por las crisis económicas cíclicas de la Argentina y por la aparición de nuevas formas de comprar -como Mercado Libre y tiendas nubes, entre otras-, las redes sociales se vieron bombardeadas por nuevas pymes.

Vanina Difino, dueña de Dembow -marca de ropa artesanal que vende por Instagram- y estudiante de Industria Textil, comenta que empezó a producir su ropa interior ella misma y luego a venderla al público. Busca que sus clientas sientan que Dembow no las limita en absolutamente nada, que la ropa la compran para usarla porque les gusta. “Es cuestión de actitud, de ponerte lo que quieras y sentirte cómoda vos, y nada más”, plantea.

Por el mismo lado, Lucía Gulayin, licenciada en Diseño Industrial, también tiene un emprendimiento en el que vende lencería artesanal, llamado Toribia. Con imágenes que difieren sobre el tipo de público al que apunta a medida que pasa el tiempo, cuenta: “En un momento quise parecerme a las ‘grandes marcas’, más impersonales, con cuerpos hegemónicos, pero me dí cuenta de que ese no es mi verdadero interés, y no es el perfil de mi marca. Ahora estoy acercándome a lo que quiero transmitir, que es el amor por el cuerpo de cada una/o es fundamental”

Ambos casos, diferentes desde su creación hasta cómo se manejan en las redes sociales, siguen muchas tendencias sobre la producción del corpiño y la imagen de la marca. “La comodidad es un factor que rige, pero acompañada de delicadeza y tendencia. Aliento a dejar de lado los corpiños con aros que lastiman y aprietan, y a alejarse de los mandatos que nos imponen ese tipo de prendas”, comenta Gulayin. Igual, Difino dice: “El tema es que la gente se encargó de hacer una imagen de que vos podés usar esto y vos no, también el tema de los géneros. Pero trato de mostrar otros cuerpos con la misma ropa, porque a veces te dicen ‘yo eso no lo puedo usar, tapame la panza o hacémelo más largo’, y parece como que ahora ya no se ‘deberían’ escuchar esos comentarios, pero sí, es re normal”.

El escenario es similar al de 100 años atrás, cuando los corpiños eran producidos en talleres pequeños y por modistas. El corpiño ya no es un magic bra que junta los senos hasta crear una silueta redonda y perfecta -que nada tiene que ver con su forma real- sino que lo que se vende hoy es un sujetador más atractivo a la vista pero menos armado. De encaje, puntilla, engomado. Rojo, negro, blanco. Sin aros ni alambres. E Instagram se convirtió en el medio por excelencia para este nuevo mercado de lencería artesanal que busca complacer una nueva demanda: corpiños hechos a medida para lucir el cuerpo de una manera más erótica pero natural.

Foto: Unsplash