Por I. Mossayebeh, S. Barcia y T. Sajoux

Andrea Villalba tiene diez hijos y cobra 15 mil pesos de la Asignación Universal por Hijo (AUH). Antes se sentaba con ellos a pedir monedas en la entrada de un supermercado en avenida Santa Fe y Riobamba. Ahora viaja todos los días desde Villa Fiorito, en el sur del conurbano bonaerense, hasta la ciudad de Buenos Aires, para cartonear. “Mi hija mayor se queda con los chicos y me permite salir a trabajar sola, aunque al ser muchos a veces no da abasto”, se lamenta, y cuenta que, cuando tiene que salir con alguno de sus hijos, ellos la ayudan vigilando lo que hayan recolectado para que no se lo roben.

Los llamados cartoneros o recicladores surgieron con fuerza en la crisis de 2001: son personas que se vieron excluidas del mercado laboral y encontraron su fuente de subsistencia en el recupero y la venta de materiales que descartan hogares y comercios. La Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores (FACCyR) estima que, actualmente, 200 mil personas realizan este trabajo en centros urbanos o basurales de todo el país.

Brandon es de Ciudadela, tiene 23 años y dos hijos. Trabajó en una fábrica hasta que en 2020 lo despidieron. Desde entonces empezó a hacer changas para sostener a su familia, hasta que decidió dedicarse únicamente al cartoneo. “Les pido a mis ex mujeres que se queden al cuidado de los chicos, pero son privilegios con el que no todas las familias cuentan”, explica en una pausa laboral. Además, considera que “es de inconsciente” estar en la calle todo el día con los pibes, aunque durante el verano salió a cartonear con su hijo: “La jornada cambia porque el nene tiene las demandas cotidianas, nada más que estamos en la calle”.

Cartonero con su hija en Freire y Monroe.

Existen espacios de cuidado para los hijos de cartoneros, algunos gestionados por el Estado, otros por cooperativas y algunos por organizaciones de la sociedad civil. Al último grupo pertenece “Cartoneros y sus Chicos”, un espacio al que asisten 150 niños del barrio Manuel Alberti, provincia de Buenos Aires. Funciona a contraturno de la jornada escolar, contemplando el horario de trabajo de los padres, y ofrece apoyo educativo, la posibilidad de que los niños desarrollen proyectos a través de metodologías lúdicas e incluso horas para practicar deportes.

Si bien la pandemia afectó la modalidad de funcionamiento de la organización, Diego Giulisasti, el director ejecutivo, contó que durante 2021 repartieron celulares y tablets con acceso a internet entre las familias para asegurarse que los chicos continúen con los estudios. El 45,6 por ciento de los hogares con niños en el AMBA no tiene acceso a una PC, tablet, o similar, mientras que el 31,5 por ciento no tiene conexión a internet, según el informe “Situación de las infancias en tiempos de cuarentena”, del Observatorio de Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA).

Durante el aislamiento aumentó muchísimo el cartoneo informal”, agrega Giuliasati, y resalta: “No pueden ir a cartonear con sus hijos, pero tampoco tienen dónde dejarlos. Entonces, el hermano mayor se queda cuidando a los demás, abandona los estudios y así entran en una espiral de la que no se puede salir”. En el mismo sentido, Guido Carlana, licenciado en Trabajo Social e integrante del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), explica: “Uno pensaría que ver niños trabajando representa una cosa alarmante que tiene que ser resuelta. El problema está naturalizado, también esas condiciones de trabajo”. Para Carlana es fundamental garantizar el acceso a espacios de cuidado a chicos cuyos padres forman parte de la economía popular, porque “la posibilidad de crecer en un entorno mejor puede marcar una diferencia importante en su vida”.