Por Luciana García y Matías Pérez

La relación entre educación y pobreza es bidireccional: la insuficiencia de la primera impacta sobre la segunda, pero la insuficiencia de recursos también amenaza la posibilidad de completar los años de educación obligatoria”, afirma el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC) en su informe “Reducir la pobreza crónica”. Teniendo en cuenta que en Argentina casi seis de cada diez chicos son pobres, es inevitable que la educación se vea afectada.

Alumnos de escuela primaria durante el dictado de clases presenciales en la pandemia.

Esta estimación, que se traduce en un 57,7 por ciento de pobres entre los 0 y los 14 años, de acuerdo con lo informado por el Indec en el segundo semestre de 2020, se reduce a un solo concepto: la infantilización de la pobreza. Es decir que los menores de edad –niños, niñas y adolescentes– sufren una condición socioeconómica particularmente vulnerable en comparación con las personas de las demás franjas etarias. En otras palabras: la brecha económica entre niños y adultos se profundizó.

Frente a esta situación, el Estado ocupa un rol central: es responsable de garantizar de forma gratuita el derecho de los niños a ser educados. Sin embargo, “en la actualidad, la escuela no solo tiene que velar por que el chico aprenda, sino también cuidar que no le ‘pasen cosas’”, apunta Stella Framulari, vicedirectora de una escuela primaria en Presidente Derqui, Pilar. Framulari remarcó la importancia del asesoramiento que reciben las instituciones educativas por parte de equipos de inclusión pedagógica y el rol que ocupa la escuela para los alumnos en situación de vulnerabilidad. 

Ianina Tuñón, socióloga responsable del Barómetro de la Infancia del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina (UCA), explica que “un niño no solamente es pobre porque su familia tenga condiciones materiales limitadas, sino que también lo es cuando tiene una educación de muy baja calidad”. Tuñón señaló también, en una entrevista para la TV Pública, que la pandemia potenció las desigualdades sociales: “No nos engañemos que hubo una continuidad educativa para niños en condiciones de indigencia o de pobreza”.

En este contexto, se vuelve complejo el acceso de los estudiantes pobres a una educación de calidad que cumpla con un mínimo de continuidad, si se lo compara con aquellos que no están en una situación de vulnerabilidad socioeconómica. “Hay un debate en estos días con el tema de la presencialidad donde se piensa a la educación como instrumento para terminar con la pobreza… La educación es muy importante, sí, pero hay estudios que muestran que cambios muy sutiles en el ingreso económico de las familias pueden generar grandes cambios a nivel del desarrollo cognitivo de los chicos, explica Federico Giovanetti, psicólogo e investigador del Conicet. “Es muy importante que el Estado pueda garantizar la nutrición de los chicos, así como la capacidad económica y social de la familia.”

En muchas ocasiones es la escuela, en definitiva, la que se encarga de atender las distintas realidades socioeconómicas de los estudiantes y sus familias. Una prueba de eso es la función de comedor escolar que muchas veces cumple. “Durante la cuarentena, sí o sí abríamos las escuelas una vez al mes porque los chicos no venían a comer y había que dar alimentos a esas familias de bajos recursos, cuenta Framulari.