Por Candela Contreras y Candela Klimovsky

Julio Manuel Pereyra es educador comunitario y activista por la inclusión y la educación comunitaria. Nació en Uruguay, pero vive y trabaja donde los niños y sus derechos lo requieran. Hace siete años fundó Caminos de Tiza, la única escuela itinerante terapéutico-pedagógica, en un contexto intercultural bilingüe y rural, para niños, niñas y adolescentes con y sin discapacidades. “Hemos viajado por toda Latinoamérica, recorriendo diferentes comunidades, trabajando con la Pedagogía de la emergencia”, cuenta en diálogo con Publicable. Hoy la escuela está instalada en Misiones, aborda contenidos tradicionales de la educación formal, sexual, braille y lengua de señas, entre otros temas con más de 350 alumnos en 14 comunidades.

¿Qué te llevó a fundar Caminos de Tiza?
—Todo comenzó en un basural, en Paso de los Libres, Corrientes, en donde los chicos no sólo no estaban escolarizados, sino que eran analfabetos. Allí decidí empezar con una propuesta de educación de apoyo escolar y de reinstitucionalización, y así garantizar derechos, DNI, certificados de discapacidad, vacunas y atención clínica. En la zona no había colegios y los niños que estaban escolarizados tenían plazas discontinuas y faltaban mucho. Cuando mis acciones tuvieron un impacto mayor, me empezaron a llamar de otros barrios y descubrí que había infantes con discapacidad que no iban a la escuela oficial.

Obtuvieron reconocimientos como el premio Oscar Arnulfo Romero, el Global Teacher Awards y el de la Fundación La Nación de Educación. ¿Qué crees que los diferencia de los otros candidatos a estos galardones?
—Que nuestro fin no es solidario, sino pedagógico. Funcionamos como una primera instancia, previa a la escolarización de los chicos y luego hacemos el seguimiento y mantenimiento de los casos, no sólo para garantizar el ingreso, sino la permanencia y el egreso. Además, mantenemos el vínculo para evitar que los niños sean utilizados con fines políticos, electorales o religiosos. El principio básico de nuestro proyecto es que sea laico y compartir problemáticas siempre desde lo pedagógico. Hoy, en Caminos de Tiza, participa la profesora Yanina Rossi, que se ocupa de todo lo que es abordaje con perspectiva de género, derecho de salud sexual y reproductiva, y el veterano de la guerra de Malvinas Raúl Salcedo, que realiza el registro documental de todo nuestro trabajo, lo que nos permite ponerle nombre, rostro, historias y lugares a nuestras acciones.

Recorrieron comunidades en Chaco, Corrientes y Río Negro, ¿cómo se aseguran que el trabajo perdure cuando deben dejar cada lugar? 
—Siempre buscamos que queden referentes, formando personas para crear un espacio de reconocimiento propio. Intervenimos de una manera educativa y atendiendo problemáticas puntuales: la trata de personas, la temporada de alacranes, prevención de accidente con animales y potabilización del agua, entre otras. Además, hemos creado escuelas, formamos auxiliares docentes indígenas y educadoras de espacios de primera infancia. Lo importante es que se empoderen los locales como referentes pares, sobre todo los papás de chicos con discapacidades, para que puedan atender y entender a sus hijos. Nuestra labor es la de llevar herramientas y conseguirlas a través de donaciones. Hoy estamos instalados en Misiones, lo que nos permite realizar un seguimiento real del impacto de nuestras acciones. Además, Yanina es misionera y una referente aquí, reiniciar una propuesta similar en otro lugar sería muy complejo.

Al no recibir ningún tipo de apoyo económico del Estado, ¿de qué manera se sustentan?
—Planteamos las necesidades de cada comunidad a través de las redes sociales para que las personas nos puedan ayudar. Esto nos garantiza que los recursos que necesitamos sean trazables, que la persona que donó pueda visitar las comunidades, verificar su uso, dónde están y el impacto que han tenido. No aceptamos dinero, sólo donaciones de elementos que se requieran. El único gasto económico que tiene Caminos de Tiza es el combustible de la camioneta, que sale de mi bolsillo, eventualmente del municipio que auxiliamos, o nos ponen vehículos a disposición. 

Fueron la única escuela itinerante que se sostuvo durante la pandemia, ¿cómo fue posible?
—No sólo fue posible, sino que no interrumpimos jamás nuestra labor, hasta el punto que ganamos un premio por haber sostenido la traza de los niños con y sin discapacidad en lugares de baja y nula conectividad de zonas rurales. Al estar acostumbrados a tratar con enfermedades a las que nos enfrentamos cotidianamente, como dengue o sarna, ya teníamos protocolos de seguridad e higiene, por lo que pudimos sostener la presencialidad fácilmente. Las dificultades que tuvimos en ese momento fueron los traslados dentro de la provincia, pero pudimos sacar los permisos de seguridad y hacíamos los registros correspondientes que habilitaban nuestra entrada. Es más, en 2020 recibimos una de las donaciones más importantes que nos han hecho: el único vehículo que tenemos y que nos permite realizar nuestro trabajo.