Por Luciana García

De la existencia de una crisis en la industria audiovisual argentina no hay dudas. La falta de nuevas ideas de comercialización, incentivos fiscales, reducción de impuestos al sector y de federalismo, sumado al aggiornamento parcial a las nuevas tecnologías y servicios OTT (Over-the-top), parecen ser prueba de ello. Más grave aún: una deuda con un sector que no sólo ocupa un espacio económico en el colectivo nacional, sino también social y cultural.  

De acuerdo al último informe publicado por la Cuenta Satélite de Cultura (CSC), en 2019 el sector audiovisual, que incluye al cine, la televisión, la publicidad, los videojuegos, el transmedia y la realidad virtual, representó en la variación interanual del valor agregado bruto (VAB) el 3,1% del sector cultural. Un resultado negativo, si se toma en cuenta que entre 2004-2008 el rubro había crecido un 12,50% promedio, y entre 2011-2014, un 5,45%. En 2015, comenzó un estancamiento que sigue hasta hoy.

“El impulso que se había dado con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (26.522) en 2009 para la creación de nuevas señales estatales, regionales y provinciales comenzó a frenarse. No se lograba un desarrollo pleno de contenido ni producción, recuerda Guillermo Tello, Coordinador General de la Multisectorial por el Trabajo, la Ficción y la Industria Audiovisual Nacional, entidad que nació en 2015.

Con la creación del Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM) a través del Decreto de Necesidad y Urgencia 267 en 2015, el panorama empeoró. “El DNU del macrismo fortaleció a las señales extranjeras, permitió la fusión de empresas internacionales con nacionales y utilizó al territorio argentino como boca de expendio”, afirma Tello, “todo el espectro de periodistas, actores, guionistas y directores quedó diezmado”. Sin embargo, la crisis es más amplia. 

Para Eduardo Bagnato, titular de la Cámara Argentina de Productoras Independientes de Televisión (CAPIT), entenderla requiere analizar dos factores. Por un lado, que la situación del sector audiovisual acompaña a la crisis del país. Lo segundo, considerar que “hace más de veinte años se está dando un proceso de mutación en la industria”

Frente a ello, la demora en el “update tecnológico”, y en la creación y sanción de la Ley de Economía del Conocimiento, que busca poner en un pie de igualdad a la industria audiovisual con otras, resulta fundamental. Basta analizar el caso de la televisión argentina para comprender. “El negocio de la TV como se pensaba hace 30 o 40 años es absolutamente distinto al de hoy. Esto va desde los medios que se usan para emitir los contenidos, hasta la forma que tenés para financiarlos”, asegura Bagnato. 

“Hoy la única fuente de financiamiento que tiene la TV es por publicidad, que debe ser un tercio de lo que era en 1998. ¿Entonces cómo bancás los productos? No tenés forma”, explica el titular de CAPIT. “Lo que sí está sucediendo ahora, es que algunos contenidos como las miniseries, o algunos unitarios, salen multiplataforma. Entonces de repente tenés a ´El marginal´ en TV Pública, Internet y en Netflix. Con esa suma hacés posible que la productora pueda bancar el producto y generar un negocio”.

Las plataformas de streaming han revolucionado la forma de consumir productos audiovisuales y también las importaciones y exportaciones de servicios culturales. Según el informe “Puntos de partida”, publicado por el Observatorio de la Industria Audiovisual Argentina-PIRCA, el streaming creció un 7,59% entre 2011-2019, “pasando de representar el 1% de las importaciones de servicios audiovisuales en el año 2011, al 49% en 2019”

Sin embargo, las plataformas presentan un problema de base para la Argentina:  no están catalogadas dentro del estatuto de la televisión. “No es lo mismo hacer una tira diaria en Canal 13, que una serie o película para Netflix. Esto tiene que modernizarse para fortalecer la producción en el país”, afirma Gastón Cocchiarale, vocal de la Asociación Civil de Trabajadores del Arte (ACTA). 

“Tenemos regulaciones antiguas, ficciones de muy alto costo y una inflación impresionante. Si encima le agregás reglas del juego poco claras, se arma un combo en el cual el que viene a invertir dice: ¿para qué voy a producir acá? Me voy a Uruguay, Brasil, Colombia o México”, remarca Cocchiarale. “Y no es sólo eso, se suma la falta de políticas públicas para este tipo de ficciones, inversiones, producciones”.

En esta línea, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) presentó en 2020 un proyecto que busca trasladar el llamado “impuesto cine”, equivalente al 10% de una entrada, al ámbito de las plataformas digitales. El dinero de los gravámenes incrementaría la recaudación del Fondo de Fomento, hoy reducida casi a cero por la pandemia, pensada para financiar la producción de contenido audiovisual en Argentina.

En el informe “DEISICA 2020”, publicado por el Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina (SICA), se advierte que en 2019 se estrenaron 441 películas, de las cuales 209 fueron nacionales. La prevalencia del contenido extranjero en el cine, las plataformas e incluso la TV es un hecho. Este mismo criterio puede extrapolarse al país, donde la inversión en contenidos predomina desproporcionadamente en la Provincia y Ciudad de Buenos Aires con respecto al interior. La lógica federal queda en el tintero. 

Para Tello, hay que trabajar para que los estudiantes y profesionales del rubro no deban prestarse al “desarraigo territorial” y puedan “tener una realización personal y artística en su propia provincia”. Además, según el vocal de ACTA, el federalismo permite repensar las posibilidades del país: “Imaginate el contenido que se podría filmar en Rosario, Mendoza o en la Patagonia, mostrando nuestros paisajes al mundo… porque encima eso beneficia al turismo y a la gastronomía”.    

La competitividad a nivel global es cada vez mayor. Y la necesidad de trabajar como un país que ofrece su servicio audiovisual para otros mercados, sin descuidar la generación de contenido propio, también. La promoción de la propiedad intelectual es primordial. “El sector artístico no es un mundo frívolo y espectacular como se piensa, es un patrimonio cultural. Es ser argentino”, concluye Cocchiarale.