Por Carola Sandoval

A menos de cinco meses de las fechas de carnaval, las murgas porteñas vuelven a ensayar y dejan asentada su esencia de festejo y solidaridad. Durante la etapa de aislamiento de la pandemia de covid-19, muchos centros culturales y espacios barriales se enfrentaron a la necesidad inmediata de reinventarse. Desde 2008, la murga porteña “Los impresentables de Flores” representa la evolución del arte, la simbolización y visualización del carnaval y de los corsos emblemáticos de la ciudad, pero también es la “voz” del vecino y el grito de las inequidades sociales que exacerba el escenario urbano.

Martín Flores, cantante de la banda de Rock “Cara de Cabra” y director de la murga, persiguió el objetivo de visibilizar y buscar formas de garantizar las necesidades básicas del merendero Juanpa Carlos, en el barrio 1.11.14, hogares y familias del barrio de Flores.

-Una de tus letras dice “Qué me van a hablar de amor si bailo por aplausos, si siempre soy juzgado, si no saben de mi sacrificio, si mañana yo trabajo”
-Uff. Hoy siento esa letra mucho más que cuando la escribimos. Esa canción afirma y reafirma que soy parte de la murga por una cuestión utópica, de creencia y sentimiento propio y puro. Ahora, ese sentimiento está a flor de piel en todo el grupo y en el barrio. Es fantástico, porque estamos unidos por el otro.

¿Existió la posibilidad de configurar un vínculo interno con el vecino durante la pandemia?
-Siempre pensamos que la murga estaba vista como “los loquitos que tocan el bombo” y punto, pero la pandemia y la necesidad nos hicieron dar cuenta de que los vecinos nos tomaban como referencia. Se creó una relación de ida y vuelta, ellos recurren a nosotros por cualquier cosa, desde comida hasta trabajo o casa. Pero también nos ayudan a juntar alimentos, útiles, ropa o juguetes para los 150 chicos del merendero Juanpa Carlos.

De “pasar la manga”, en los orígenes de la primera murga oficial “La Gaditana”, en 1906, a hacer actos sociales “de bolsillo” para el barrio, ¿cuántas murgas colaboran en servicios solidarios?
-Empezamos siendo cinco y ahora somos cuarenta murgas haciendo ollas solidarias. El tiempo pasó rapidísimo, y nos dimos cuenta de que en la ciudad de Buenos Aires éramos más de cuarenta puntos fijos todas las semanas donde las murgas se encargaban de los bolsones de comida, las ollas y percheros solidarios para más de cien mil vecinos por mes. Logísticamente, nuestro barrio es Flores, pero entendimos que el hambre no entiende de lugar y empezamos a recibir a gente de Liniers, Ciudadela, Lomas de Zamora, lugares lejos de nuestra plaza. Incluso, con otras organizaciones del barrio armamos una red muy fuerte, sin distinción de partidos políticos, y nos entendimos por una sola causa: el hambre.

¿“Los impresentables de Flores” son 50 por ciento carnaval y 50 por ciento solidaridad?
-Las murgas hacemos un laburo mucho más grande que lo artístico, eso se da en febrero y alguna que otra vez en el año. En cambio, el trabajo social siempre está presente y se ve en los ensayos, cuando viene gente de otro lado y se da cuenta de que la murga es un espacio de inclusión. En este sentido, el hecho social es mucho más grande: la murga es la última expresión artística que queda en la calle, ensaya y tiene como escenario la propia calle. Es el único lugar donde te ponés el traje y te aplauden por lo que estás haciendo y no por lo que sos. Esto conlleva el laburo social de la murga, lo que no se ve. El detrás de escena.

Entonces, ¿cuál es la mayor responsabilidad que tiene la murga?
Ser un poco “padre” de todos, estar atentos. La gente siempre cuenta las cosas que le pasan, los problemas que pueden llegar a tener en su vida diaria. La murga brinda un espacio que va más allá de los corsos. Por ejemplo, una persona con adicción sabe los límites de la murga, se acopla a ellos y los días de ensayo son un método de “salvación” para esa persona. Tal vez un día nos juntamos a ensayar, otro a hacer apliques para el traje u organizar canciones. Son pequeños actos que distraen y ayudan.

“Cada vez que decimos adiós”, un texto del libro de John Berger “Mineros”, dice que “el arte, cuando obra en justicia, se vuelve un espacio de encuentro de lo invisible, lo irreductible, lo imperecedero, del valor y del honor”. ¿Cómo definirías este pequeño fragmento?
-Representativo. El arte como herramienta de lucha y transformación. Nuestras canciones de crítica no son al espectáculo, no le cantamos a Tinelli ni al doble sentido, sino que cantamos la lucha de la desigualdad. Hace cinco años levantamos la bandera de Palestina, y en 2014 hablamos del aborto aunque en los corsos nos decian “fachos” y “nazis”. Siempre intentamos hablar del lado del que no tiene voz, del que sufre la desigualdad. El arte es eso, es gritar y visibilizar una desigualdad.