Por Julián Valdez

Entre los largos pasillos del campus de la Universidad de San Martín (UNSAM), Damasia Gallegos se mueve con la soltura de quien está en su casa. Es restauradora, magíster en Historia del Arte Argentino y Latinoamericana y profesora de la escuela de Arte y Patrimonio de la misma universidad en la que ahora busca un aula vacía. La mayoría de los espacios del edificio son laboratorios, así que ya sentados entre probetas y computadoras cuenta que en el verano de 1991 viajó a Nueva York y que, en una recorrida turística habitual, alguien en un museo le explicó que en las pinturas que estaba mirando había partes que eran originales y otras que no. El descubrimiento la fascinó y empezó a investigar por su cuenta. Al año siguiente, estaba de vuelta en Buenos Aires estudiando restauración y trabajando en la puesta en valor de murales de la Casa Rosada. “Desde que arranqué ese año, nunca más paré”, afirma.

En 2008, Gallegos formaba parte del centro TAREA (nombre adoptado por el acrónimo de taller, restauración y arte). El equipo fue convocado para participar de la restauración de una obra que redefinió al muralismo latinoamericano en su totalidad. “Sin dudas fue un antes y un después para mí”, remarca Gallegos. Se trataba de “Ejercicio Plástico”, el mural creado por el mexicano David Alfaro Siqueiros, los argentinos Lino Enea Spilimbergo, Antonio Berni y Juan Carlos Castagnino, y el uruguayo Enrique Lázaro.

La historia de este mural empieza con la visita de Siquieros a Buenos Aires, ocasión en la que conoce a Natalio Botana, director y fundador del diario Crítica, quien le encargó hacer un mural en el sótano de su mansión Los Granados, en Don Torcuato. Con los años, la quinta cambió de dueño y, con ello, el mural. El nuevo propietario se propuso extraer la obra pero, en mitad del proceso, los gobiernos de México y de Argentina comenzaron un litigio que derivó en que el mural quedara guardado en contenedores durante 18 años. El conflicto judicial se destrabó en 2003, cuando el presidente Néstor Kirchner lo declaró como “Bien de interés histórico artístico nacional”, dando comienzo al proceso de restauración.

En el libro que publicaron al terminar la restauración, “Ejercicio Plástico. La reinvención del muralismo”, explicás que el trabajo requirió entrecruzar teoría, datos analíticos y documentos. ¿Cómo fue ese proceso?
-Hubo varias etapas. Primero, antes de meter las manos en la masa, siempre hay una tarea previa de investigación en la que conocés qué tenés entre manos, la técnica, historia y contexto de la obra. Lo que recabás en esa etapa ya te va determinando cómo vas a restaurar, qué métodos usar, qué materiales emplear. Después empezamos con las tareas de limpieza. Una vez hecho eso, hubo que consolidar, es decir, readherir algunos pedazos. Recién ahí viene la parte de nivelación de la superficie, que sería como enduir en una pared, y después llegás a la etapa que se llama de reintegración pictórica, que es volver a agregar color en las zonas donde hay faltantes de pintura.

Imagino que no debe ser fácil dar con un color que coincida con el original y que transite el paso del tiempo de una manera también similar. ¿Cómo se logra eso?
Se usan materiales específicos de conservación. Si, por ejemplo, a un óleo lo restaurás con óleo, caés en el error de que el óleo que estás restaurando ya envejeció y el que estás aplicando es nuevo; entonces, después de un tiempo se van a ver los distintos envejecimientos. Para eso existen colores desarrollados especialmente que se testean para determinar que van a envejecer de una forma parecida a la pintura original. Y en cuanto al color, también son importantes los análisis químicos porque determinan qué material se usó. En este caso, al principio creíamos que era piroxilina, porque sabíamos que Siqueiros había usado mucho ese material. Pero después determinamos que era silicato de etilo. Lo descubrimos tratando de entender cómo se había mantenido tan bien estando tantos años en contenedores que ni siquiera estaban bien sellados. Y resulta que esta pintura tiene la particularidad de tener una enorme afinidad con el silicio que está en el muro, por lo que forman una unión muy duradera. Ese fue un gran hallazgo, porque Siquieros nunca más volvió a usar este material.

El mural estuvo durante 18 años guardado en un contenedor, en medio de una batalla jurídica.

Como deja en claro el nombre de la obra, se trató de un ejercicio y, por lo tanto, debe haber tenido mucho de experimental. ¿Con qué otras cosas inesperadas se encontraron?
-Fue un proceso en el que descubrimos muchas cosas. Las herramientas elegidas también fueron muy novedosas: usaron soplete, un elemento que Siqueiros ya usaba pero no era común en la época. Otra cosa llamativa es la característica del trabajo en equipo: no hay límites definidos entre los artistas en la obra, está todo entrelazado. Por el carácter de Siqueiros, seguramente habrá dado casi todas las directivas, pero fue un trabajo de conjunto. Y con la limpieza empezamos a descubrir detalles como los movimientos de algunos pies en el agua, que generan como un efecto de levantar arena, un efecto de movimiento. Se dio un proceso como el que sucede cuando escuchás una canción o mirás una ciudad: cuanto más la vivenciás, vas descubriendo nuevas cosas y más la vas entendiendo.

En una entrevista contaste que el libro “Cómo se pinta un mural, de Siquieros, pasó a ser “un libro de bolsillo” para vos, un material a consultar a cualquier hora del día. Imagino que el hecho de estar tantos meses ligada a este proceso de reconstrucción y su historia habrá sido muy movilizante.
-Sin dudas fue un hito para mí. Lo que tiene la restauración es que es una actividad muy anacrónica, que lleva mucho tiempo. Y en ese tiempo una se involucra con la obra de tal forma que cuando llega el día en que la tenés que entregar casi que llorás, porque te la están sacando después de haber convivido con ella muchísimo tiempo. Por ejemplo, para la etapa de archivo, leí muchísimas cartas de Siqueiros y también las que Castagnino le escribía a su mujer, entonces terminé conociendo una faceta casi íntima de los artistas. Sumado a eso, la restauración de este mural en particular tenía varias cosas que sumaban: el hecho de estar pasando todo atrás de la Casa Rosada, el armado del Museo del Bicentenario, fueron muchas cosas muy movilizantes. Y toda la historia del mural, de Siqueiros y Botana también, era muy fuerte, muy novelesca. Así que sí, en lo personal me involucré mucho. De hecho me pasaba, muchos años después, de seguir encontrando cosas relacionadas al mural. Para que te des una idea, después hice una maestría en Historia del arte y mi tesis fue sobre eso. No lo dudé, ya se había convertido en parte de mi vida.