Por Luciana García
“Yo me despierto a la mañana y es como si tuviera diez años. Me abren una juguetería y me dicen ‘entrá y agarrá lo que quieras’. Eso es el mundo para mí”, afirma Joaquín Fargas, ingeniero industrial de profesión, y artista desde que tiene memoria. Quizás su carácter jovial y sus anteojos sean lo que lleve a recordarlo en primera instancia, pero lo imborrable es la inagotable curiosidad y la pasión que transmite al hablar del arte, la ciencia y la tecnología. Más específicamente, del bioarte.
Esa corriente artística, originada a principios del siglo XXI, busca difuminar los límites entre estas tres ramas. “No hay duda de que fui el primer bioartista”, asegura Fargas, “probablemente porque fundé en 2008 el primer laboratorio de bioarte en la Universidad Maimónides”. La oportunidad surgió como resultado de sus constantes propuestas de proyectos multidisciplinarios.
Si bien su obra Robotika, un robot con inteligencia artificial, le produce “mucha emoción”, no tiene una favorita, aunque el proyecto Biosfera ocupa un lugar importante. “Me genera satisfacciones constantes porque en muchos lugares del mundo se ha trabajado con ella”, reflexiona desde el living de su casa. Reuniones van, reuniones vienen, Fargas siempre está trabajando. Ya sea en su estudio de San Isidro, en la casa, o en el laboratorios. Escribiendo un libro, divulgando y popularizando la ciencia, o creando bioarte.
—¿Cómo se encuadra esta expresión artística biotecnológica en el arte contemporáneo?
—Hace quince años no era tan fácil, porque cada vez que hacía una presentación aparecía la pregunta: “¿Esto es arte?”. Incluso, estuve en pareja con una curadora artística que dudaba de si lo que yo hacía lo era o no. Cinco años después, empezó a generarse el debate. Hoy, prácticamente a nadie se le ocurre ponerlo en duda, pero aún es difícil el acceso a determinados lugares. En la feria de ARCO, en Madrid, o en ArteBA, acá en la Argentina, me fue mal por la resistencia al concepto del arte de la academia, el tradicional. Por eso, este año me sorprendió mucho cuando fui convocado por el Fondo Nacional de las Artes para hacer una instalación en Tecnópolis de la Biosfera. Ahí dije: “Un tiro para el lado de la justicia, empieza a haber una validación de un arte que venía cuestionado”. Además, las obras en sí tienen cierto grado de dificultad para ser exhibidas. ¿Cómo llevo algo que estoy cultivando en el laboratorio? Por otro lado, todas requieren de un comentario, una explicación. “El arte no se explica”, me dijo una vez una directora de Cultura, pero ella venía del arte abstracto, donde cada pintura e interpretación es única. No todas las obras son para hacer un deleite sólo estético.
—¿Qué rol ocupa entonces la estética en tus obras?
—Es fundamental. Tenemos que tener una estética que podamos definir desde muchos puntos de vista. Hay una estética visual, que impacta en ciertos sentidos, y una más emocional, que lo hace en nuestras mentes. Las obras tienen que estar perfectamente montadas y deben producir, apenas uno las ve, un impacto. Lo interesante es que, así como el arte puede tomar las herramientas existentes para producir alguna obra artística, también dispara algún tipo de investigación científica de acuerdo con algunos requerimientos que plantea.
—Cuando se trata de bioarte, ¿qué diferencia puede trazarse entre la investigación artística y la científica?
—Una cosa dispara a la otra. La ciencia permite el desarrollo tecnológico, y este, a la vez, hace que la ciencia avance. Pero todo eso está, de alguna forma, en la creatividad. La imaginación es más importante que el conocimiento. El trinomio “arte, ciencia y tecnología” es el ideal, porque siempre se empuja esa creatividad, que viene desde el punto de vista artístico, y de ahí parte el impulso para el desarrollo científico. Uno puede estudiar la técnica que va a utilizar, probar y cultivar en el laboratorio, pero también tiene que estar el trabajo conceptual, que implica aprender un poco el idioma de los científicos para después comunicarse y trabajar con ellos. Esa consulta directa con los biólogos, médicos… poder preguntarles: “¿Es posible hacer esto? ¿Cómo lo hago?”. Es una forma de trabajo que utilizo y me permite desarrollar lo artístico.
—Hay un patrón en tu vestimenta cuando se trata de charlas o conferencias: las remeras con la cara de Albert Einstein intervenida por Andy Warhol. ¿Cuál es el mensaje detrás de ello?
—Que todo tiene que ver con todo, con una estética. Yo cuido la imagen también desde la comunicación de mi propia persona. Vengo del campo de la divulgación. En esa área, incluso, voy a algo más específico, que es la popularización de la ciencia y tecnología. De hecho, hace 25 años fundé el Exploratorio, un centro de ciencias ubicado en San Isidro. Además, lo de Einstein tiene que ver con la creatividad, porque entiendo que se desarrolla. Él decía: “Yo puedo saber mucho de matemática, pero no puedo imaginarme nada”. En cambio, uno se imagina todo… Es muy interesante este pensamiento de la imaginación libre, que no tiene que ver con el conocimiento.
—En tu página web, afirmás que el concepto de “utopía” engloba a algunas de tus obras. ¿Hasta qué punto esas ideas, desarrolladas en función de la ciencia, son una suerte de fantasía y no algo posible?
—Algunas de las obras que estoy haciendo son utópicas, sí, pero siempre subyace de ellas una cierta verosimilitud que puede ser una realidad. Hay que ver cuánto de utopía tiene. Yo establezco una diferencia entre la ciencia ficción y la ciencia futura. ¿Cuál es la diferencia? Ese grado de verosimilitud justamente. He planteado en un proyecto, en 2015, que podemos viajar al futuro a través de la crioconservación, pero… ¿hacerlo a través de los agujeros de gusano? Eso, para mí, hoy es ciencia ficción. Todo el mundo está deseoso de la utopía… ¿Sería bueno llegar a ella? ¿Qué pasaría si llegásemos y después no tuviésemos ninguna expectativa mayor? ¿No perderíamos tal vez la razón de nuestra existencia, que es esa búsqueda constante?
—El historiador del arte español Daniel López del Rincón plantea que “los bioartistas trabajan desde la conciencia de que la naturaleza es algo fabricado y artificial, y lo que buscan es algo muy propio del arte: hacer visible lo invisible” . ¿Cuál es su opinión al respecto?
—Es un rebuscado, pero la primera frase es cierta. Nosotros somos un código, la naturaleza lo es. Entonces, ¿quién lo escribió y por qué es así? Y hacer visible lo invisible… Ahí es donde se justifica que esté el arte, porque sirve para poner sobre el tapete ciertas cosas, como las problemáticas ambientales. Uno pretende, con la parte científica y la comunicación, llegar a la razón; y a veces, a donde tenemos que llegar es al corazón, a la emoción. Me parece que forma parte de una misión hacer que el bioarte tenga una cuestión utilitaria, que es mejorar el conocimiento. Por eso, mis proyectos están asociados a programas educativos. Para muchos, el arte tiene que ser algo inútil, que esté ahí simplemente para deleitarnos los sentidos y no producir ningún tipo impulso en el cerebro, pero yo creo que se necesita producir una reacción y decir: “Tenemos que actuar en consecuencia”.