Carolina Schavelezon, 5 años
Hoy: Diseñadora gráfica
Mi papá fue fundador de Editorial Galerna, donde hacían todo lo que leían los militantes. Fue el editor de Osvaldo Bayer cuando publicó “La Patagonia rebelde”, y a raíz de eso nos tuvimos que ir. Esa era su forma de militar. Por su trabajo había viajado mucho y nos iba bien. México fue el destino.
Yo tenía cinco años y me fui de golpe, sin mis juguetes ni mis amigos. Me llevé mi colección de libros y un muñeco que todavía tengo. Más allá de lo repentino del viaje, era chica y mi infancia fue muy feliz allá. Para mí México es el mercado, los olores, la comida y las frutas. Es un país muy rico y muy intenso. Las vacaciones eran el paraíso: tenía el mar, la montaña y los pueblitos de pescadores.
La escolaridad en México la hice en colegios fundados por españoles exiliados en la época de la Guerra Civil. Había muchos chicos de distintos países y las familias buscaban esa diversidad. El director de mi primaria se llamaba Don Costa y había sido viceministro de Educación en Cuba, en la época de la Revolución. Recuerdo que paraba las clases para leernos poesía. La escuelita era en la montaña. Cuando íbamos en auto los chicos nos bajábamos porque no nos aguantaba el peso en la subida. Los papás se repartían en turnos para llevarnos.
En el secundario pasé a un colegio privado muy grande, de excelencia, y fue una experiencia muy interesante. El concepto de excelencia allá no estaba vinculado con el autoritarismo, como acá. La profesora de Ciencias Sociales saltaba la soga con nosotros en el recreo.
Sin embargo, los recuerdos más impactantes del exilio son de lo que mi madre bautizó como el “desexilio”. Fue un regreso muy violento porque se suponía que volvía a mi país y a mis cosas, pero para mí mi país era México. Volvimos cuando tenía 15, en el medio de mi adolescencia. Ya habíamos venido de vacaciones, y tener familia en la Argentina era mágico pero también estaba muy contenta en México. Lo duro fue darme cuenta de que era extranjera allá y acá.
Producción: Teo Helman