Por Marco Palazzo

Mora Matassi, licenciada en Comunicación y magíster en Tecnología, Innovación y Educación en Harvard, investiga en la Universidad de Northwestern la “desconexión voluntaria digital” de las redes sociales. Su tesis doctoral nace a partir del problema de la “abundancia de conectividad” que se viene observando durante los últimos quince años, generalmente, en los países nórdicos. “En los medios tradicionales surge un discurso de pánico moral contra las redes. Otro componente es el de los discursos apocalípticos que provienen de Silicon Valley luego del escándalo en Cambridge Analytica”, explica respecto del potencial “destructivo” de estos entornos virtuales.

En la nota “Me clavó el visto” que escribiste para la revista Anfibia, explicás que WhatsApp es una de las aplicaciones más usadas por los argentinos, y que no tenerla implicaría riesgos de exclusión social. ¿Podría una persona desconectarse deliberadamente de una red semejante sin quedar excluida?
—En el campo de la comunicación móvil hace mucho se viene hablando de ciertos fenómenos de lo que se llama conexión permanente, un mundo permanentemente conectado y permanentemente en línea. Los usuarios suelen decir que se sienten agobiados, que pierden el tiempo o que no prestan la misma atención que antes. Hay un déficit de atención. Muchos sienten que están incumpliendo con ciertas normas morales de cortesía, como cuando alguien usa el teléfono en la cena y eso es “una falta de respeto”. Surgen preocupaciones respecto de esta “conexión permanente” que llevan a la dinámica de la desconexión digital voluntaria. WhatsApp es una plataforma que genera preocupación en la Argentina. Genera una gran imposibilidad de desconectarse. En 2019 mostramos en un estudio con mis coautores, Pablo Boczkowski y Eugenia Mitchelstein, que las personas quieren WhatsApp por el temor a ser excluidas. Es decir, prevalece la idea de que no hay manera de formar parte de la sociedad sin tener acceso a WhatsApp. Es difícil desconectarse de esta app porque representa una cuasi-institución del manejo de la vía cotidiana en un momento social de esta conexión permanente. Las personas modifican su presencia en WhatsApp desde un punto de vista técnico y social. WhatsApp tiene ciertas características técnicas que modelan nuestra presencia virtual, como el “en línea” y la “última vez”, o la confirmación de lectura del mensaje: el famoso “visto”. Esto permite al usuario modular su presencia desde el punto de vista técnico. Es decir, si saco la última vez, desactivo el visto y configuro mi estado a “no disponible”, ahí estoy dando cierta señal que restringe mi visibilidad. Eso se puede percibir como cierta desconexión que hacemos con la plataforma. En lo social, se generan normas de convivencia, como no contestar audios o responder en un horario específico. Esto es una manera de decir: “Yo participo de esta plataforma, pero solo de esta manera”. Hay personas que deciden apagar el teléfono, pero WhatsApp no tiene un botón de apagado. Lo que sí resulta al menos a priori un poco más difícil de imaginar es una desconexión total o radical de WhatsApp.

—En una entrevista que te hizo Rosendo Grobocopatel en febrero de 2022 resaltaste la importancia que tiene diferenciar en las redes sociales a las figuras públicas de las no públicas, como un punto poco abordado en el campo académico de la comunicación, pero importante a la vez. ¿Qué lectura o análisis se puede hacer de una persona “reconocida” en materia de desconexión digital?
Me refería a los influencers: aquellos que utilizan las redes sociales como un “todo” a fines de construir una persona que reditúe a nivel económico. Podríamos imaginar a priori que en el mundo de los influencers es más difícil la desconexión digital voluntaria. Hay pocas investigaciones sobre cómo estas personas deciden desconectarse porque son figuras que tienen muchísimo más engagement con otras personas que los que no son influencers. Están demandados socialmente y por el algoritmo. Eso es lo que configura una conectividad 24/7 que es difícil de cortar. Hay un estudio que muestra cómo los influencers generan un “brandeo personal” a su experiencia de desconexión digital. Prefieren explicitarlo para no romper ese contrato que tienen con la audiencia. Hay que considerar que en el fondo de estas figuras públicas hay un equipo de producción. Con lo cual estamos hablando ya de un proceso más colectivo.

—En el paper “Una agenda para estudios comparativos de redes sociales” que escribiste junto a Pablo Boczkowski, describen que sería más completa una comparación entre redes sociales si se analizara más de una plataforma a la vez. ¿Se puede estudiar la desconexión de una red social independientemente de la conexión que tenga uno con otra? Es decir, ¿influye la desconexión de una red en el uso de otra?
—Las maneras en las que usamos las redes sociales tienen que ver con algo relacional y sistémico. Está probado en un estudio que las personas usan entre cinco o seis plataformas a la vez. Cada persona tiene un repertorio en redes sociales. Es muy común que una persona use Twitter para consumir información inmediata, pero use Instagram para consumir contenidos relacionados con el entretenimiento y con otro ritmo. En Snapchat el ritmo es más frecuente con gente íntima, es decir, no de la esfera pública. Entonces, los usos que le atribuimos a una plataforma están moldeados por los usos que les damos a las otras plataformas. Aunque no tengo evidencia y no leí ningún estudio sobre esto, pienso que es posible imaginar que la desconexión digital voluntaria impacte en los usos que les damos a otras plataformas

—¿La tesis de tu investigación de desconectividad digital nace por una necesidad en el campo académico de la comunicación o como una solución a una adicción o patología que padecen las personas con las redes? 
—Es algo que yo puedo solamente observar no desde un punto de vista médico, sino desde un punto de vista discursivo. Nunca me siento con la capacidad de atribuir diagnósticos de lo que estoy observando. En los últimos años, el propio campo académico ve una proliferación de estudios que giran hacia la desconexión. No concibe tanto lo offline porque es una cosa totalizante. Este giro hacia la desconexión surge en general en países con mucha abundancia económica, donde se presume que hay mucha infraestructura. En esos contextos de abundancia de conectividad es donde surge esta pregunta de la desconexión por ciertos excesos de los propios usos. En los medios tradicionales surge un discurso de un “pánico moral” contra las redes. Otro componente tiene que ver con discursos apocalípticos. Lo llamo apocalíptico porque proviene del propio Silicon Valley luego del escándalo de Cambridge Analytica con mucho discurso apocalíptico sobre el poder potencialmente destructivo de estos entornos virtuales. El documental “The social dilemma” es el representante máximo de este discurso, en donde hay varones blancos que son ex trabajadores de Silicon Valley que dicen cosas como: “Cometí un error grave, esto tiene un poder destructivo sobre la democracia”. También está este giro distópico de Silicon Valley contra sí mismo de decir lo que pasó en Cambridge Analytics con la idea de que “el smartphone es como la nicotina”.