Por Candela Corral

La Argentina cuenta con 57 áreas nacionales protegidas. “Son ecosistemas naturales y autóctonos identitarios a nivel nacional que, además de ser bellos paisajísticamente, cuentan con valores que ameritan su cuidado: fauna, flora, geología, ecosistemas únicos y aspectos histórico culturales”, explica Pablo Reggio, que trabaja en la Administración de Parques Nacionales diseñando y controlando políticas para la conservación de espacios nativos y la creación de nuevas áreas. 

Reggio sostiene que una de las mayores trabas en su gestión es el avance de la frontera agropecuaria y ganadera, así como también los emprendimientos mineros, madereros e inmobiliarios: “Los espacios de conservación no están aislados, son parte de una matriz territorial formada por distintos elementos. Los terrenos de producción y las industrias que los rodean son parte, por eso las actividades cercanas al ecosistema terminan afectándolo. Esto puede generar un efecto isla donde se condena a la desaparición a mediano o largo plazo a las áreas protegidas, al encontrarse envueltas por zonas completamente modificadas”, desarrolla.

Existen proyectos que buscan proteger ciertos ambientes. El más conocido es la Ley de Humedales, que desde 2013 se presenta en el Congreso y aún está pendiente su tratamiento. Este proyecto exige que se proteja, controle, restaure y defina un presupuesto de conservación para los humedales del territorio argentino.

Con el retraso en la legislación, los espacios siguen viéndose afectados, como sucede con el avance inmobiliario en la zona del Delta del Paraná, que genera inundaciones, o los focos de fuego de hace unos meses en los Esteros del Iberá, en Corrientes…
-Así es, como legalmente desde la Administración sólo podemos manejar lo que sucede dentro de los límites del área, no se puede frenar la frontera industrial. Un ejemplo claro de la desaparición de humedales en ciertas zonas se da en en los alrededores de Buenos Aires, donde crecieron los emprendimientos inmobiliarios: tapan los humedales, se instalan sobre ellos, alteran el régimen hídrico local, evitan el escurrimiento natural del agua y, en consecuencia, generan las inundaciones. Lo mismo sucede con los focos de fuego provocados y recurrentes que representan un gran problema: la expansión del desierto en las zonas húmedas. Desde lo legal es difícil avanzar en la protección de estos ambientes naturales ya que las leyes de conservación resultan difíciles de llevar a la práctica por lo restrictivas que son, teniendo en cuenta los intereses de las industrias.

La zona de los Esteros del Iberá sufrió importantes incendios en los últimos años.

No sólo la producción en los alrededores de las áreas protegidas las perjudican: la lluvia ácida provocada por la contaminación es otra preocupación. 
-La contaminación atmosférica, en relación al cuidado de los ambientes, preocupa a nivel global. Los gases que emiten las fábricas se combinan con la humedad de la atmósfera y pueden generar lluvia ácida en cualquier parte. Esto lo descubrieron en los países nórdicos mientras investigaban por qué sus bosques se secaban incluso cuando los conservaban perfectamente. Se dieron cuenta de que era por la lluvia ácida que provenía de países industrializados ubicados a miles de kilómetros. Ni las distancias descomunales salvan a las áreas protegidas. No existe un punto del planeta donde se pueda afirmar que hay seguridad de que el ambiente no se vea afectado. 

Si los espacios de conservación se ven afectados por los alrededores, ¿existen casos de convenios de trabajo en conjunto con productores en los que ambas partes se vean beneficiadas?
-Claro que sí, uno de los acuerdos más implementados es el de los llamados corredores de conservación dentro de los terrenos privados. Permiten que se siga con la producción y, a la vez, colaboran con la conectividad de las áreas protegidas. En el monte chaqueño se implementan: no se voltean los sectores de bosque y se respetan estos caminos que funcionan como autopistas para la flora y la fauna autóctonas. Otro ejemplo de una excelente convivencia entre los dueños de estancias vecinas a un ambiente protegido se da en los humedales de la Bahía Samborombón, cerca de San Clemente del Tuyú. Allí hay un área protegida de tres mil hectáreas de marismas y pantanos rodeada de campos productivos con los que se realizaron acuerdos. Se determinó un manejo sostenible del recurso y de las pasturas, y un control en las estancias que permite que funcionen como zonas de amortiguamiento para que el área protegida no reciba impactos directos por la producción.

-¿Y a nivel mundial?
-A nivel mundial también se contempla la posibilidad de favorecer mediante exenciones o disminuciones en el pago de impuestos a aquellos productores que realicen una conservación activa en sus campos. Son manejos que promueven la no destrucción del ecosistema, pero que requieren de un trabajo fino entre la Nación, las provincias, los pobladores y los productores.

La Bahía Samborombón, ejemplo de convivencia entre dueños de tierras y el medio ambiente.

La solución realista sería seguir realizando acuerdos. ¿Es imposible proteger y frenar la explotación, por ejemplo, de todos los humedales del territorio?
-Hay que entender que el aprovechamiento de los recursos naturales no se puede evitar, por algo se llaman así. En el caso de los humedales es inviable que vayan a declararse todos como áreas protegidas nacionales. No es posible que todos esos espacios del territorio argentino se protejan desde una conservación estricta, pero sí se puede lograr un equilibrio donde exista el uso sustentable y sostenible. Si no, estaríamos atentando contra nosotros mismos. Por eso se exige un inventario que sirva para definir qué áreas merecen resguardo sin alterarlas y cuáles pueden convivir con la explotación medida. 

Otro tema en agenda es la conservación de las áreas marinas y la creación de nuevas. Tal es el caso de Agujero Azul, una zona de la Patagonia de enorme riqueza marina donde se disputan los intereses económicos, la geopolítica global y los cuidados ambientales.
-La conservación marina en el país es súper novedosa, recién hace poco más de una década estamos mirando al mar y no tenemos mucha experiencia en su manejo. Se requiere de varios acuerdos con la producción pesquera. Con los pesqueros locales no es tan complicado, el verdadero problema se da con las flotas internacionales. Lugares como Agujero Azul son caladeros importantes, sitios de pesca muy significativos para estas flotas. Hay que ver también cómo controlar la intrusión en los ambientes protegidos. Es muy complejo y falta desarrollarse la instrumentación, pero hay que estar contentos porque es un logro tener una ley para áreas marinas. Nos dimos cuenta que son tan importantes como la parte continental.