Por Josefina Godoy Martínez

La mayoría de las personas tiran los objetos que ya no usan en cualquier tacho de basura o bolsa de consorcio, sin saber qué pasa con ellos después. Según Ramiro Calafell Carranza, ingeniero y director de la carrera de Ciencias Ambientales de la Universidad del Salvador, “dentro de estos desechos hay algunos objetos que podrían recuperarse porque no terminaron su vida útil o reciclarse para ingresar con otra función a los procesos productivos existentes”. Pero esto no ocurre siempre, y distintos tipos de materiales terminan tirados en una esquina, en un contenedor desbordado de bolsas o en un basural a cielo abierto.

En los basurales a cielo abierto se arrojan los residuos de forma indiscriminada, sin control y con escasas medidas de protección ambiental. Se convierte en un pasivo ambiental que “puede afectar mucho a la gente, pero existe una desidia por parte del Estado, que tiene otras prioridades” y no mejora la situación. Los basurales contaminan el suelo y el agua, fomentan la proliferación de roedores y otros vectores de enfermedades, causan malos olores y se vuelven un riesgo sanitario para quienes trabajan recolectando objetos que pueden cortar, lastimar e infectar. 

-Según el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, en la Argentina hay cinco mil basurales a cielo abierto. ¿Por qué existe esta problemática?
-Los basurales existen porque el problema no es la basura, sino cómo se gestionan y administran los residuos. Se puede trabajar sobre la cantidad de desechos que se producen, la separación en origen y la disposición final, pero si la gestión fuera adecuada, no deberían terminar en un basural a cielo abierto. El tema nos atraviesa a todos, desde la persona que genera basura hasta el político que toma la decisión de cómo manejarla y las empresas encargadas de hacerlo. Es un problema multicausal, porque al menos hay dos cuestiones que se encuentran: la técnica, que tiene que ver con las herramientas, la capacidad, los recursos humanos y el equipamiento que un municipio tiene; por otro lado, existe el factor económico.

Ramiro Calafell Carranza.

-En 1977 los gobiernos de la ciudad y la provincia de Buenos Aires firmaron un convenio para que los rellenos sanitarios sean el único método para resolver el problema de la disposición final de residuos. ¿Cuál es la diferencia entre este sistema y los basurales a cielo abierto, que siguen funcionando a pesar de la medida?
Un relleno sanitario es una obra de ingeniería que implica un diseño y no solo tener un terreno donde tirar la basura, como ocurre en un basural. En el relleno quedan contenidos los residuos porque tiene una impermeabilización inferior para no afectar las napas freáticas y una superior para que el agua no entre. Todos los días se aplana y cubre con tierra. También se recolectan los líquidos lixiviados y se captan gases. A pesar de que el relleno sanitario parece de la época de las cavernas, es mejor que la basura tirada en cualquier lado. Igualmente, siempre el escenario más conveniente sería que todos reciclemos, reutilicemos y minimicemos la generación de basura antes de pensar en distintas opciones de disposición final.

-Cuando el relleno llega a su capacidad máxima y termina su vida útil, se tapa y sella. Los residuos quedan atrapados ahí, como si la basura se frenara en el tiempo. ¿Es una “máquina” para viajar al pasado?
-Sí, la encapsulan en un lugar físico para siempre. Igualmente, creo que los rellenos sanitarios son los recursos del futuro. Por ejemplo, cuando se termine el petróleo, en los rellenos va a haber un montón de plástico que va a poder utilizarse para producir productos derivados, porque somos una sociedad que vive traspasada por el petróleo y el plástico. Este último atraviesa nuestra existencia: hay estadísticas que sostienen que el plástico tarda entre mil y diez mil años en degradarse, pero nadie vivió lo suficiente para verlo. A pesar de ser un producto que se encuentra en la mayoría de los objetos que nos rodean, es un problema como residuo porque es muy liviano, poco biodegradable y con una densidad muy baja que lo hace flotar y no degradarse, aunque se descompone en partículas muy pequeñas.

Un relleno sanitario del Ceamse.

-Según Greenpeace, si no se reutilizan o reciclan, los plásticos amenazan con contaminar cada rincón del planeta, terminar en el mar o hasta en el cuerpo de algunos animales…
-Son un problema. Ahora se habla de los microplásticos que están en el cuerpo humano por la ingesta de peces o moluscos que ya tienen en su interior partículas de ese material. Puede ser que todos estemos contaminados por ellos. Pero el problema no es la generación de plásticos, sino la gestión de los residuos plásticos. En su mayoría podrían ser reciclados para producir electricidad, hacer un buzo polar o generar combustible.

-Este año hay elecciones presidenciales en la Argentina y los principales candidatos no hablaron de medidas que mejoren la situación ambiental. ¿Qué consecuencias puede haber, a largo y a corto plazo, si no se revierte esta situación?
-¿Viste la película “Wall‑E”, que muestra a un robot en un planeta desbordado de basura? Bueno, así. Aunque antes se nos van a acabar las materias primas, que es peor. Debería haber un mayor compromiso del Estado, pero si no lo hay es porque a la población tampoco le interesa. Los candidatos hablan de los recursos naturales, del litio, de Vaca Muerta, pero ninguno de la cuestión ambiental, de los basurales, de la contaminación. Tiene que haber una demanda social y una reacción política que se retroalimenten. La Argentina tiene muchas problemáticas sociales apremiantes y lo ambiental no está en la agenda. Entiendo que no se puede hacer todo junto, pero hay que empezar en algún momento. El consumo sostenible, el reciclaje y la reutilización son prácticas individuales que ayudan a la causa.