Por Camila Mitre

Pablo Vázquez, periodista y escritor madrileño, es un personaje más personaje que cualquier protagonista de los filmes que critica o de los que pone en escena con sus propios guiones. “Perdedor con encanto que sólo gana cuando se equivoca”, lo define la revista Fotogramas, uno de los medios para los que trabaja: “Escritor de medio pelo, guionista mal y fan del Nestea -té helado-”. 

Vázquez es uno de los pocos privilegiados que ejerce el oficio que ama, aunque admite que debe reinventarse para poder suplir las necesidades que conlleva básicamente vivir. Además de para Fotogramas, escribe para las revistas Jot Down y Espinof. También utiliza su Instagram -en el que tiene casi 32mil seguidores– para dar curso a críticas que a la hegemonía mediática no le interesa publicar. 

Como guionista de la escena independiente, trabajó en muchas de las producciones del director español Norberto Ramos del Val. Filmes como Summertime, Faraday y Amor tóxico, en el que dio voz a personajes que pecan de bizarros, histriónicos y muy realistas, que mantienen diálogos interminables a lo largo de los filmes pero que nunca pierden el pulso. 

¿Cómo podrías definirte en tu oficio de crítico de cine?
―La gente me reprocha que soy demasiado buenista con las películas, que no suelo hacer una crítica demasiado destructiva, pero eso tiene que ver mucho con mi biografía y mi experiencia vital. Como he trabajado también en otros sectores, he visto el cine desde otras perspectivas: desde el rol del actor, del guionista y trabajando en películas de bajo y medio presupuesto. Entonces, eso me hace también defensor de las películas, sobre todo las pequeñas y con poca distribución. Con ellas soy menos duro y más entusiasta que con aquellas que llegan de un gran estudio, con millones de presupuesto. 

¿Todas las películas merecen ser criticadas? 
―Sin duda. Hay películas que te dan más juego y hay otras que te dan menos porque realmente son versiones repetidas y, aunque puedes usar muchos referentes porque la película te recuerda muchas cosas, pues no puedes decir nada inteligente, o nada suculento ni ingenioso sobre ella. Yo estoy constantemente viendo películas aunque no tengo tiempo para ver lo que realmente me apetece, a veces también me gusta ver películas clásicas o algunas de los ‘70, ‘80 y ‘90, sólo por gusto.

¿Qué hacés cuando querés escribir una crítica pero no le interesa a ningún medio?
―Trato de mezclar mi gusto personal con el interés que pueda tener algún medio. A veces a partir de ahí se la suelo proponer a un editor y él también decide. Si es una película muy pequeñita que se va a estrenar en pocas salas, se dificulta vendérsela al medio, o al menos a un medio grande. Entonces me tengo que contentar con escribir la crítica en redes sociales. A veces mi Instagram tiene llegada a más gente de lo que puede llegar un medio escrito. El único problema con todo eso es que no recibo dinero a cambio, pero sí puedo llegar a más gente. 

Sólo en 2022, las plataformas de mayor renombre produjeron más de 4 mil películas y series.  ¿Cómo elegir qué ver y qué criticar y qué no? 
―Una cuestión de gustos. A mí me gusta mucho el cine comercial y el hollywoodense. También me gusta el cine que se hace en Sudamérica, el francés, el italiano, me gusta el cine moderno y el cine clásico. Creo que ahora no vivimos una eclosión fantástica de cine, pero aún así se hacen películas muy interesantes, al menos en lo que es una superproducción. A esto se añaden también las plataformas. Se hace un cine para plataformas y otro para salas comerciales. Ahí está también la irrupción de las series. Existe una oferta desmesurada y el crítico no lo puede cubrir todo. Además de ser crítico, soy profesor, intento ver casi todo lo que se estrena en salas. Además de series, cortos y leer cosas relativas al cine, como otras críticas o ensayos. Pero no se puede abarcar todo.

¿Existen, entonces, diferencias entre el cine para streaming y el cine para salas?
―No debería existir una diferencia grande. El cine de plataformas está diseñado para verse en casa, a veces son películas más ligeras o con menor calidad, porque están hechas para que la gente las vea mientras cena o hace otras cosas. Las películas más espectaculares, con una carga más crítica y más ideológica se reservan para las salas de cine. Yo creo que el crítico ante eso no debe tener ningún prejuicio. Es decir, tiene que analizar de la misma forma una película hecha para salas, una película hecha para plataformas. Hay que saber con qué te vas a encontrar. Cuando veo una película en plataformas ya sé que habrá una menor carga de autoría, son producciones de encargo, uno muy bien hecho, con buenos actores, muy eficaz, pero también muy funcional. Esa diferencia se ve pero hay que valorar las películas en su justa medida. 

Una entrada de cine a una sala comercial cuesta a menudo lo mismo que una mensualidad en cualquier plataforma, esta es una constante que parece cumplirse a nivel mundial. ¿Es el streaming el nuevo opio del pueblo?
―Estamos en una fase que promete ser muy rompedora, parece ser que el cine va a pasar a un estadío nuevo, pero esto ya lo hemos vivido antes. El cine como espectáculo de masas se ha encontrado con crisis similares en el pasado. La irrupción de la televisión en los ‘70 dio lugar a que las productoras estrenen películas muy largas y muy espectaculares como 55 días en Pekín o La caída del Imperio romano para volver a traer a las salas al público que estaba enganchado en sus casas con la televisión. Luego, cuando llegaron los videoclubs y cualquiera podía alquilar películas y verlas en casa sin depender de la programación televisiva. Pero el cine ha sobrevivido a todo eso. Se puede llegar a una convivencia perfecta entre las películas para salas y las películas para ver en casa. Yo soy bastante positivo al respecto. Hay gente que es más catastrofista y dice que el cine va a desaparecer completamente como acontecimiento social. Pero, incluso, yo creo que las plataformas no son un invento tan radical como lo fue la televisión. 

¿Son las plataformas una herramienta democratizante, en la que pueden tener fácil llegada al público tanto las grandes producciones como la escena independiente?
―Cuando el cine independiente no viene con una gran productora detrás, no interesa que se vea tanto, ni que sea un éxito. Las plataformas también son productoras y les interesa vender sus productos o aquellos por los que han pagado mucho dinero. Entonces, si consigues meter ahí una película independiente, va a estar muy escondida y va a llegar a un público muy reducido. Es el equivalente de estrenarla en una sola sala o que esté en el sótano del videoclub. El problema es que hay tanta oferta, que al público no le da tiempo de disfrutar películas pequeñas, porque hay películas que ya se venden como independientes, pero es sólo una apariencia. Entonces, es difícil que esas películas encuentren su hueco. A lo mejor, si se crean nuevas plataformas dedicadas a cine más underground, esas películas puedan encontrar su lugar. Como hace unos diez o doce años con la irrupción del cine low cost y el cine de guerrilla.