Por Lola Ildarraz

La pared está colmada de fotos. Al menos siete cuadros de distintos tamaños retratan siempre al mismo niño: sonriendo, abrazando a su abuelo, con un globo de cumpleaños. La oficina dentro de la inmobiliaria, en una de las callecitas del corazón de San Telmo, parece un santuario de adoración. El retratado, Pablo, hoy tiene siete años y su nacimiento fue posible gracias a la donación de gametos sexuales. Su mamá, Claudia Ceballos, sonríe ni bien mira las imágenes de su hijo: toda su cara se ilumina. “Cuando me hacen notas ahora, no suelo mandar imágenes actuales. Creo que tiene que decidir él si quiere esa exposición y aún es muy chico para hacerlo”, explica.

Claudia se define a sí misma como “Susanita” cuando habla de su deseo de ser madre. Hace referencia al recordado personaje de Mafalda para explicar que siempre quiso una familia. Cuenta que, luego de finalizar un matrimonio de más de una década y con el reloj biológico presionando, se dio cuenta de que podía encarar su proyecto de maternidad sin una pareja al lado y que su prioridad en ese momento era tener un hijo. Fue entonces que, investigando sobre las distintas alternativas, Claudia llegó a Concebir, una asociación civil que hoy preside y que brinda asistencia y acompañamiento a pacientes con dificultades reproductivas.

Ni bien arranqué con los estudios, descubrí que no tenía la reserva ovárica necesaria para el tratamiento y que, además de donación de esperma, necesitaría una donante de óvulos, recuerda. En ese entonces, por 2012, no existía aún la Ley de Fertilidad Asistida, que en su momento fue reclamada por Concebir y sostiene que “toda persona mayor de edad puede acceder de forma gratuita e igualitaria a las técnicas y procedimientos realizados con asistencia médica para lograr el embarazo”.

Por esta razón, Claudia tuvo que afrontar los gastos. Fue así que un día su padre le comentó que había cobrado el retroactivo de su jubilación y le dijo que quería que usara el dinero para comenzar su camino hacia la maternidad: “Con esa plata y lo que tenía ahorrado, logré el tratamiento que me dejó seis embriones. De esos, dos no resultaron, otros fueron un embarazo químico y del último par solo quedó uno viable: mi hijo. Mucha gente piensa que con intervención médica solo un intento basta. La realidad es que casi siempre los que logran el embarazo pasan por un mínimo de tres tratamientos.

Una vez nacido Pablo y logrado el tan ansiado sueño, Claudia se propuso criarlo con sinceridad sobre su origen, un componente clave de su identidad: “Tomé la decisión de contarle la verdad desde la panza: le expliqué primero con botones y luego con palabras médicas cómo funciona la donación. Hoy juega a ser médico de fertilidad”.

-En varias entrevistas comentaste que desde Concebir recomiendan decir la verdad de la donación desde el comienzo. ¿Cómo ayudaste a fortalecer la identidad de tu hijo al ser sincera sobre sus orígenes?
-Opté por contar mi decisión desde el minuto uno a todos, desde amigos y familiares hasta clientes, porque es mi forma de ser, pero también porque creía que le hacía un bien a mi hijo. Le abrí paraguas, allané el camino. En la actualidad, me ocupo de que todas las madres y compañeros de él me conozcan y de encontrarme con las maestras antes de que arranque el año para charlar; además de encargarme de dejarle en claro a Pablo que hay distintos tipos de familia en su curso, y eso está bien. Sigo abriendo paraguas y soy exageradamente social porque justamente quiero que tenga un entorno que conozca su historia, que lo acompañe.

-¿Preguntó alguna vez sobre el papá?
-Aún es chico y no entiende mucho, pero cuando me ha preguntado por qué no tiene un papá le dije la verdad: que yo no tengo pareja y aún así elegí tenerlo porque quería acompañarlo en su crecimiento, jugar, disfrutar y que conozca a su abuelo. Es imprescindible ser sincero porque es más fácil ir con la verdad que ocultar un secreto toda la vida, pero también porque siempre cabe la posibilidad, como en los tratamientos te cruzás con tantos pacientes y médicos, que de todas formas el niño se termine enterando. Ante una mentira sobre su identidad, le destrozás la vida.

-En la Argentina solo hay dos bancos de gametos que permiten la donación no anónima. En tu caso, elegiste el Programa de Identidad Abierta de Reprobank (PIA), que da a los nacidos la posibilidad de conocer su origen genético. ¿Qué te llevó a tomar esta decisión? ¿A qué información puede acceder tu hijo?
-Desde el principio tuve en claro que quería que él pudiera conocer sus orígenes genéticos. Es parte de su identidad y puede ser tan simple como que quiera saber por qué tiene los ojos del color que los tiene. A través del PIA, una vez que cumplan los 18 años, los nacidos pueden pedir una carpeta que se guarda en el banco con información del donante. Hay desde datos de salud, un número de DNI y algún teléfono, hasta fotos de la infancia y una carta sobre por qué donó. El tema es que el programa solo guarda el archivo hasta los 25 años del nacido. En el caso de Argentina, esta opción existe únicamente para los donantes de esperma: las de óvulos siempre son anónimas. En este caso, y en todos los que no nacieron en el programa PIA, desde Concebir siempre recomendamos iniciar amparos cuanto antes para que la Justicia obligue a guardar las historias clínicas que, por ley, solo se deben conservar diez años.

“Hoy mi hijo juega a ser médico de fertilidad”, afirma Claudia.

-Es decir que si los bancos quiebran o pierden las historias clínicas, no existe un resguardo estatal.
-Exacto, por eso reclamamos la creación de un Registro Nacional de Donantes de Gametos que proteja esta información. No solo para que sea el Estado el que guarde las historias clínicas, sino también por otros grises legales, como la cantidad de niños nacidos vivos que puede haber con el mismo donante. Actualmente, cada banco tiene sus regulaciones, pero puede pasar que una persona done en varios distintos y eso no se sabe. Otro ejemplo: las gestaciones solidarias o la subrogación, que suceden y no están prohibidas pero tampoco reguladas. Luchamos por el derecho a la identidad de los nacidos por donación de gametos sexuales, pero también por los descendientes de nuestros hijos. La genética sigue su recorrido y alguno de los eslabones del futuro puede necesitar información.

-A pesar de que varios países ya cuentan con la donación abierta como norma, algunos bancos sostienen que aquí habría menos personas dispuestas a donar si no existiera el anonimato. ¿Qué opinás de esta postura?
-Considero que no existe la noción real del donante anónimo porque a través de un proceso judicial se pueden conocer sus datos. Y, por otro lado, no creo que bajen las donaciones. La mayoría de los donantes tiene motivos muy fuertes, como ser familiares de personas a las que les costó concebir o ser ellos mismos hijos nacidos gracias a la donación. No creo que la falta de anonimato cambie esa motivación.