Por Emiliano Herrera

“No dejan pensar, no dejan crecer, no dejan mirar, pero por suerte puedo ver”. Esta rima sencilla pertenece a Destrucción, la canción de V8 que se convirtió en el himno del heavy metal argentino. El tema da inicio a “Luchando por el Metal”, álbum debut del grupo, que en abril de 1983 vio la luz para dar un testimonio rabioso de una de las épocas más oscuras del país.

La canción fue escrita por el baterista Gustavo Rowek a sus 18 años, mientras trabajaba frente a una máquina de coladas de plástico de dos de la tarde a diez de la noche: “No quería estar ahí, quería estar tocando la batería y sentía que me cortaba todo el mambo; además, se vivía una situación general de mucha injusticia social”, recuerda Rowek, que cuenta que las estrofas le salieron en poco tiempo. “Fue para lo único que me sirvió ese trabajo”, bromea.

El baterista Gustavo Rowek compuso la letra de Destrucción cuando tenía 18 años.

Sobre los años de dictadura, el baterista dice que era muy complicada la “logística” de vivir, además de tocar en vivo, y recuerda: “Era moneda corriente que estemos tocando, se prendan las luces blancas del salón, entre la policía y fuéramos todos presos, ¡por nada!”. Además, señala que ellos se habían criado en medio de esa situación, entonces -desgraciadamente- les parecía normal.

Claro que el denso cuadro de situación también se vivía debajo de los escenarios. El periodista Frank Blumetti, fundador de las revistas Riff Raff, Madhouse y autor del libro “Heavy Metal Argentino” (Ediciones Karma, 1993), habla del accionar de la policía: “Te paraban por la calle y te pedían documentos, te palpaban de armas, te humillaban como podían y, si podían y tenían ganas, te mandaban adentro 24 horas por averiguación de antecedentes. Si caías preso, la humillación seguía y la condena social también: éramos todos vagos, drogadictos, satanistas o anarquistas ante los ojos del común de la gente”.

Otra legendaria banda de heavy metal, Hermética, dice en una de sus canciones: “Cuando V8 era mala palabra, intentaban con vos lavar los cerebros”. Sobre esto, Rowek completa: “No hay ninguna duda de que V8 era mala palabra, porque nosotros veníamos con un quiebre generacional y de discurso muy grande, incluso señalando a los músicos que estaban antes que nosotros como cómplices de un pacto músico-militar. Entonces no nos querían los medios, porque íbamos y pudríamos las notas, ni los músicos, porque les hacíamos sentir ese quiebre generacional, salvo honrosas excepciones”.

El periodista Frank Blumetti.

En este sentido, Blumetti remarca que V8 era rebelde en la imagen y en la actitud, y además da cuenta de la anomalía que representaba el estilo en la época: “En los medios del mainstream nadie sabía bien qué era el heavy metal, nadie sabía bien cómo grabarlo en los estudios, la gente en general no tenía ni idea”.

La vida activa de V8 se extendió entre 1979 y 1987, es decir, una mitad durante la dictadura y la otra en los primeros años de democracia. Sin embargo, el aire de la época fue siempre similar. El periodista remarca que “el paso de la dictadura a la democracia no significó que las actitudes autoritarias policiales y de la sociedad cambiaran de la noche a la mañana”. “En ese contexto de bronca contenida se movió V8, solía haber mucho quilombo antes, durante y después de los recitales. No todo el tiempo, pero era común”, cierra.

Hoy V8 es un emblema y quedó en la historia como la banda que marcó el inicio del heavy metal en Argentina. En aquella época oscura ocupó un lugar importante en la escena contracultural de Buenos Aires, con todo lo que aquello implicaba. Rowek mira en perspectiva y reflexiona: “Yo creo que V8 se plantó y desde su lugar indudablemente peleó contra los militares; dejó su huella, su voz fue escuchada y su mensaje también. Quizás sea demasiado pretencioso decir que contribuyó al afianzamiento de los valores democráticos, pero desde nuestro lugar, que era la música, hicimos todo lo posible para que eso suceda”.