Por Santino Girardi, Mia Yelpez y Abril Semo
El documental Brandy Hellville & The Cult of Fast Fashion, lanzado en la plataforma Max, deja al desnudo el lado oscuro del culto de la moda rápida impuesto por la marca Brandy Melville. Desde el título, Brandy Helville (un juego de palabras entre “hell“, infierno en inglés, y el nombre de la marca de ropa para adolescentes), se muestra la verdadera cara de la empresa a través del crudo testimonio de jovencitas exempleadas, periodistas, editores de moda y ejecutivos que formaron parte entre 2013 y 2020 de la firma italiana, creada por Silvio y Stefan Marsan (padre e hijo) a principios de la década de 1980.
Los que vivieron y fueron parte del furor que provocó la marca desde su llegada a los Estados Unidos en 2009 revelan mecanismos cuestionables como el racismo, la segregación por los talles “perfectos” que generó la marca, el consumo exagerado con fines de “pertenecer”, la contaminación ambiental que implica el descarte de la materia prima de la moda rápida, el trabajo mal remunerado de quienes confeccionaban las prendas y hasta casos de abuso sexual. La marca se caracterizó por su falta de inclusión debido a que cuenta con un solo talle con medidas únicas para todas las prendas que produce y vende. Como su talle no era para todos los tipos de cuerpos, cada vez fue más cuestionada por la escasa producción de medidas en sus diseños.
De esa manera, a pesar de los cuestionamientos, Brandy Melville consiguió convertirse en un “club” al que solo se puede pertenecer si la ropa luce en cuerpos “perfectos”. Esto llegó a generar severos problemas de autoestima en adolescentes y niñas que derivaron en trastornos de la alimentación. En uno de los testimonios reunidos en el documental se afirma que, en la adolescencia, “si usabas Brandy Melville, eras cool y la marca era la norma social del momento”. De lo contrario “estabas haciendo algo mal”. En este punto, es fundamental comprender el rol disciplinador que cumplen las redes sociales. El incentivo, luego de la compra de prendas, es publicarlas en cuentas personales de redes sociales para “pertenecer”.
Las empleadas que no eran blancas eran enviadas a realizar trabajos de stock o inventario, mientras que para estar de cara al público era necesario ser “bonita” o, al menos, “blanca y delgada”. El exvicepresidente de la marca, Luca Rotondo, le confesó a Business Insider que varias mujeres no fueron aceptadas para trabajar debido a su físico y etnia. Varias exempleadas admitieron, al ser entrevistadas por ese medio, que “mientras más atractiva sea la vendedora, más le pagan”.
ROPA DESCARTABLE
La marca es parte de lo que se denomina “fast fashion”, en español “moda rápida”. Este término se refiere al constante lanzamiento de colecciones de ropa que siguen las tendencias del momento, lo que implica una producción muy rápida y barata. Esto desemboca en precios bajos y una enorme contaminación, ya que la baja calidad de los materiales de las prendas hace que deban desecharse al poco tiempo de uso. Esto genera más residuos que tardan mucho tiempo en degradarse. La mayor parte de la ropa desechada termina en Ghana sin que se llegue a comprender por qué se descarta tanta cantidad de ropa. Los desechos de la industria textil, especialmente el poliéster, generan entre un 2 y un 10 por ciento de la emisión de gases de efecto invernadero. Además, esta actividad industrial utiliza por año el cuatro por ciento del total de agua dulce que se consume a nivel mundial.
Lo que queda en evidencia es que Brandy Melville no respeta la ética. No solo lucra con las inseguridades de millones de mujeres jóvenes, sino que contribuye a algunos de los problemas más preocupantes de estos tiempos. Brandy Melville es el ejemplo de cómo se manipula a la sociedad, sobre todo a la juventud, para que haga lo sea con tal de sentirse parte de una moda. Mientras se deja de lado a muchos grupos de personas y se vulneran derechos de los empleados, los únicos privilegiados son sus propietarios.