Por Gabriela Scorzelli

En la profesión de todo bailarín hay una tensión intrínseca entre el sacrificio y la satisfacción. La maestra de danza y ex primera bailarina del Teatro Colón Karina Olmedo relata en primera persona los desafíos que implica una profesión que, por su ritmo y las horas de entrenamiento que requiere, hace de la “vida del bailarín” una diferente a la del resto. Además, en un mundo al que califica cada vez más superficial y colmado de ideales de perfección, Karina remarca la necesidad de no perder el sentido del por qué del arte: “Poder sentar a alguien en la platea y llevarlo por un rato a otro mundo”.

-¿Cómo ves el futuro de la danza y el arte en general, teniendo en cuenta el contexto actual?
-El futuro de la danza para mí significa volver a sus raíces, romper este ciclo superficial en el que estamos como sociedad y empezar de nuevo desde la esencia. Hoy parece que los desafíos están más en ser popular en Instagram y tener seguidores que en trabajar en silencio y prepararse para llenar el escenario con historias profundas y significativas.

-¿Qué significa para vos la danza?
-Para mí, la danza es una forma de vida. Comencé a bailar desde muy pequeña, a los cinco años, al principio como un juego. Toda mi vida estuvo acompañada por la danza. Más allá de ser una carrera o profesión, siempre fue mi modo de vivir.

-¿Cómo decidiste dedicarte a la danza?
-No fue una decisión, fue una casualidad. Mi hermana mayor jugaba vóley en Independiente, mi madre la llevaba a entrenar y yo las acompañaba y me aburría. Un día, en el salón frente a donde entrenaba mi hermana, había una profesora de danza. Así empecé y nunca más dejé. Después de dos o tres años le sugirió que me llevara a una institución. Entré a la Escuela Nacional de Danzas y, a los diez años, Gloria Casta, una maravillosa maestra, se encargó de mi formación. Y finalmente hice el ingreso al Teatro Colón.

Olmedo fue primera bailarina del Teatro Colón.

-¿Cuáles fueron tus mayores desafíos desde que empezaste hasta que llegaste a ser primera bailarina?
-Lo que más me costó fue el ambiente. Venía de una familia descontracturada y el ambiente de la danza es muy competitivo y solitario. No hay equipo como en un deporte, estás muy solo con tu bolsito y tu cuerpo. El maestro te puede ayudar, pero sos vos en tu día a día haciendo los progresos o las transiciones que tenés que hacer.

-¿Cómo se lidia con la idea de perfección que hay en la disciplina?
-La carrera tiene dos aspectos muy difíciles. Como los deportistas, dependemos de la opinión de otros: maestros, coreógrafos, directores. Siempre estamos expuestos a que otro nos elija o prefiera. Eso crea una realidad emocionalmente dependiente, donde sentimos que debemos ser perfectos para gustar. Con los años, la madurez y la terapia, uno comprende que no puede gustarle a todo el mundo. Se necesita mucha inteligencia emocional para entender que nadie es perfecto. La limitación de que otros decidan sobre tu carrera deja muchas cicatrices psicológicas en los bailarines.

-Dijiste en una entrevista que hay algo muy ingrato en la danza, que tiene que ver con la estética que hay que seguir. ¿Cómo viviste ese aspecto en lo personal y en tu carrera?¿Cómo lo vivís siendo maestra?
-En mi carrera siempre tuve que cuidarme físicamente. No era naturalmente delgada. En mi época, nos pesaban al principio de cada mes y, si aumentabas de peso, te bajaban la nota y te ponían en el grupo de “gordas”. Era muy duro para una niña de 14 años. Gracias a Dios ahora hay más información sobre nutrición y los chicos pueden acudir a nutricionistas para una alimentación sana.

-¿Cómo convive la danza clásica con el ritmo de la vida actual?
-Creo que es más traumático para la generación actual, con videos y comparaciones constantes. Hay mucha ansiedad y falta de paciencia. Esta carrera requiere al menos diez años para bailar bien. No se pueden saltar los procesos porque el cuerpo necesita tiempo para adaptarse. Además, los concursos han aumentado la ansiedad. Muchas chicas estudian sólo para competir y ganar premios, lo que distorsiona la visión de por qué bailan.

Olmedo el día de su retiro

-¿Una anécdota que te haya quedado grabada?
-Recuerdo el concurso de ingreso al Colón. Mis zapatillas estaban muy gastadas y Gloria, mi maestra, me dijo que era importante que me presentara para que me conocieran. Necesitaba conseguir nuevas puntas, pero cuando fui a comprarlas el precio había subido y el dinero que tenía no era suficiente, mi papá era tachero y juntaba las monedas para poder comprarme cada par de zapatillas. Sin celular para comunicarme con mis padres, tuve que regresar sin las puntas. Al día siguiente, con las puntas muy desgastadas, pasé las primeras rondas del concurso. Mi mamá se quedó afuera desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde llorando con mi papá porque se sentía mal por no haberme podido comprar las puntas. Finalmente, logré entrar.

¿Qué valorás de tu carrera?
Valoro cada momento de mi carrera, cada clase. Bailar siempre me ha traído mucha felicidad. Siento que nací para esto, cada función es como una misión y siento que la cumplo cuando logro que alguien del público se fuera feliz.

EL ARTE DE BAILAR MÁS ALLÁ DE LA PERFECCIÓN

La danza clásica representa en el imaginario social un ambiente muy competitivo, pero la competencia existe en todos lados. Karina Olmedo atribuye parte de esa competitividad a que en la Argentina existen muy pocas compañías, lo que a su vez genera que haya pocas funciones donde bailar. “En Europa bailan tanto que la gente ya te tira los roles. La Argentina siempre se caracterizó por tener pocas temporadas y pocas funciones. Entonces, la gente está desesperada por bailar y crea un ambiente muy hostil porque todos quieren salir a bailar”, afirma Olmedo. En Buenos Aires, por ejemplo, hay solo dos compañías.