Por Joaquín Benítez Demark

Juan Elman tiene 26 años pero habla con la cadencia y la distancia de una persona algunos años mayor que puede apropiarse, sin problemas, del lenguaje lógico de un veinteañero (no tiene problema en calificar a una frase como “de cornuda”, cursi en idioma twittero). Su oficio de periodista dedicado a la política internacional lo ha llevado a instalarse en distintos países. Quizás es por eso que en su tono hay algo de veterano. Pero hay otro motivo: Elman siempre quiso ser lo que es y está metido en esto desde los 15 años. “Nunca me puse a pensar detenidamente por qué quería ser periodista. Sí me acuerdo que desde los 13 ya sabía que quería seguir la orientación de Medios en la ORT. Es más, yo iba a la sede Yatay (sede Almagro) porque Montañeses (Belgrano) tenía un ambiente muy choto y mis papás no querían que me cambie pero lo hice igual porque en Yatay no había Medios”, cuenta. En ese momento, 2014, armó un programa con algunos estudiantes de periodismo de TEA en Radio en Línea, una radio online, que en esos años era un formato tan ambicioso como poco consumido en Argentina.

Publicó en Clarín, el DiarioAr, Anfibia, entre muchos otros medios, y es licenciado en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires. Ahora vive en Ciudad de México pero en el momento en el que se hizo esta entrevista, Elman acababa de despertarse en Miami, donde pocos días antes había entrevistado al alcalde de la ciudad. Era la segunda parada en su gira por Estados Unidos de camino a las elecciones presidenciales de noviembre. El material de sus reportajes, “reporteo”, como él a veces lo llama, se fusiona y discute para ser publicado en Último Round, la cobertura del Kamala Harris vs. Donald Trump que sale vía newsletter por Cenital. En un mundo polarizado, marcado por la vuelta de rasgos radicalizados de antaño, el periodista tiene el desafío de pararse en medio de un globo terráqueo tan virtual como líquido.

―Cada periodista del staff que escribe para Cenital tiene un breve perfil de sí mismo a modo de currículum vitae, que contiene también alguna descripción de índole personal hecha por cada uno. El tuyo arranca así: “Juan Elman. Cree mucho en el periodismo y su belleza…” ¿Cómo se genera la estética para comunicar en tiempos donde lo fugaz establece los medios para que el periodismo logre su cometido?
―La belleza del periodismo se construye, en primer lugar, defendiéndola. Pero eso tiene una advertencia, un disclaimer: uno solamente puede defender esa belleza cuando tiene buenas condiciones de trabajo. A una persona precarizada (que las hay de sobra en el rubro) no le podés pedir que escriba un texto como los del New Yorker en dos horas. Ahí la belleza está comprometida y eso no tiene que ver con el autor sino con las condiciones materiales de su trabajo, los editores y los dueños de los medios. Dicho esto, para quienes tenemos la posibilidad de elegir, a veces, qué hacemos y qué no y elegimos para dónde y para quién, con qué tiempo, con qué recursos… Bueno, ahí sí uno tiene una responsabilidad. En mi caso hay una búsqueda para defender esa estética y defender lo que uno cree; yo creo en un periodismo más de largo aliento. No sólo por lo que me tomo en términos del espacio para los contenidos sino también lo que me tomo para crearlo: tiempo que me tomo para leer, tiempo que me tomo para hacer las entrevistas. Ojo igual, no siempre uno tiene que tomarse todo el tiempo del mundo, hay cosas que salen muy de imprevisto y son piezas espectaculares, muy bellas en términos de periodismo narrativo. Sin embargo lo ideal es trabajar con cierto espacio, con cierto tiempo y utilizar varios recursos.

―Hablás de la falta de tiempo y también de la suerte de tenerlo, ¿qué es lo que viene después, cuando tenés que sentarte a escribir?
―Algo que me parece que es un poco una idea “de cornuda” pero yo la defiendo, es que te tiene que gustar mucho lo que hacés. A mí me gusta mucho lo que hago, entonces todo el tiempo estoy pensando en cómo hacerlo mejor, cómo hacerlo más lindo. Lo que a mí me sigue movilizando es cuando me encuentro con cosas que me gustan mucho y digo “¡Puta, me hubiese encantado haberlo escrito yo!”. Soy un apasionado de esto. La idea de belleza también está ahí, en siempre querer superarse. Hay una frase de Leila Guerriero que está en su libro Zona de Obras que dice: “No creo en crónicas que no tengan fe en lo que son: una forma de arte”. Sobre el periodismo en general, en eso creo yo también.

―Desde 2019 escribís en Cenital, un medio innovador en su momento, que apunta a ese periodismo de “largo aliento” y al que sus suscriptores aportan más del 50% del financiamiento. Sos uno de los periodistas que forma parte del elenco desde la creación del medio que lidera Iván Schargrodsky. En ese momento tenías 20 años…
―Cuando terminé la secundaria twitteaba mucho e Iván (Schargrodsky) me seguía. Un día me invitó a tomar un café para charlar. Ahí él me fichó, a menudo nos mandábamos mensajes y un día me propuso ser parte de Cenital, un proyecto que en ese entonces todavía no tenía nombre. Iván había pensado un plantel muy bueno pero no había craneado cómo ejecutar cosas necesarias como los editores y directores de producto: una parte operativa funcional. En el mientras tanto, hasta que efectivamente Cenital se volvió real, yo nunca dejé de pensar en cómo hacer para que sea realizable. Una vez que salimos (al principio éramos poquitos), en un momento yo escribía mi newsletter, ejercía la dirección de producto y además hacía de editor. Yo coordinaba el proyecto de newsletter junto a otros consultores. Desde el vamos terminé asumiendo un doble, triple rol. 

―Siguen haciendo newsletters pero ya no parece un formato tan innovador como lo era en ese momento y varios medios lo implementaron como recurso, ¿qué te da y qué te saca esa herramienta?
―El newsletter te brinda la posibilidad de establecer una conexión directa con el lector. Así que eso es bastante único: armar una especie de conversación que se repite un día fijo de la semana, con lo que eso implica. Genera una rutina. Podés hablarle al lector en un tono más ameno, menos solemne y establecer una relación casi de confianza. Lo que nosotros habíamos visto desde un punto de vista colectivo era que para afianzar la identidad del medio y la fidelidad de una futura comunidad de lectores y ganar suscriptores eso servía mucho. Desde un punto de vista individual, para construir una voz narrativa, tener a un público fiel que leía al cual yo le entraba de una forma mucho menos solemne me iba a servir y creo que así fue. Creo que buena parte de mi construcción como autor, como periodista -no me atrevería a llamarme de otra manera- transcurrió ahí. Pero eso cambió mucho, en su momento los newsletters te daban una exposición mayor. Ese mercado está colapsado ahora y la gente lee menos newsletters y eso impacta en el vínculo con el lector. A veces termino sintiendo que lo que escribo son notas que salen por correo.

―En una entrevista que se publicó en 1997 en el suplemento Radar, de Página/12, el periodista venezolano Boris Muñoz le preguntaba a Gabriel García Márquez si América Latina seguiría siendo un callejón de sueños sin salida. Él respondió que sí. En base a tu experiencia cubriendo en carne propia procesos democráticos en la región, ¿creés que América Latina es hoy un callejón de sueños sin salida?
―Es posible pero, no conforme con eso, me surgen dos cuestiones. La primera es que Europa, por ejemplo, no parece ser hoy un callejón mucho mejor que Latinoamérica. En segundo lugar creo que los sueños no tienen horizonte. Las adversidades que se atraviesan en esta parte del mundo alejan a la imposibilidad de soñar y, al contrario, vuelven a los sueños más fuertes. No por eso hay que mantener el status quo, al revés, pero no todos los sueños tienen salida y entonces Latinoamérica se vuelve un gran campo para crearlos. Habiendo dicho esto, debería chequear esa cita, ja.