Por Emma Coria Maiorano

“El mundo fue hecho para los muertos”, escribió Flannery O’Connor en el cuento “Más pobre que un muerto, imposible”. Este fragmento es parte de una conversación entre un joven y su tío, quien justifica su afirmación: “Los muertos son un millón de veces más que los vivos y los muertos están muertos un millón de veces más que los vivos”. O’Connor escribió este cuento en 1955, hoy el mundo pertenece a los vivos y se olvidó de los muertos. 

El entierro ha variado a lo largo del tiempo, adaptándose a cada cultura, tradición o contexto histórico. Hasta el siglo XIX, los difuntos eran sepultados en los patios de las iglesias. Luego, con el crecimiento de las ciudades industriales, se decretó la construcción de cementerios con el diseño de jardines en los alrededores de las metrópolis. Durante la Edad Media había aparecido la cremación, que fue usada por la Iglesia católica como parte del castigo a los herejes. Años más tarde, este método de inhumación se convirtió en el más utilizado. Sin embargo, no solo hubo cambios culturales en relación con el difunto, sino también con el vivo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre enero de 2020 y diciembre de 2021 fallecieron 14,9 millones de personas a causa del covid-19. Desde siempre, el ser humano fue consciente de que nadie se salva de la muerte, pero la pandemia reavivó este concepto. 

El Cementerio de Recoleta: una atracción turística.

LOS MUERTOS DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES

En Buenos Aires hay cinco cementerios: dos privados, el Británico y el Alemán, y tres públicos, el de San José de Flores, Chacarita y Recoleta. Estos tres están bajo la órbita de la Dirección General de Cementerios, encabezada por Ana Lavaque, quien comenzó su gestión el 10 de diciembre de 2023. Chacarita es el cementerio más grande del país, con 95 hectáreas. Se fundó en 1871, como respuesta a la epidemia de fiebre amarilla que invadió a la ciudad. Luego se clausuró en 1886, pero diez años después volvió a abrir sus puertas con el nombre de Cementerio del Oeste, y recién en 1949 se le restituyó su nombre original. Aún así no es el más antiguo, ya que San José de Flores fue fundado en 1810 y Recoleta, en 1822. Como cualquier edificio histórico, los cementerios necesitan mantenimiento y protección, no únicamente porque se trata de espacios que constituyen la ciudad, sino también porque, como indica la palabra en griego antiguo, son un “lugar de descanso”.  

“Vemos cementerios públicos en mal estado, así como escuelas, hospitales o calles. Si las administraciones públicas descuidan a los vivos, qué podemos esperar que hagan con los muertos”, se pregunta la historiadora Marisa Vicentini, quien recorre cementerios para su podcast Magistra Vitae. Hasta el momento, no tuvo ningún impedimento para trabajar, incluso la administración la viene ayudando en sus investigaciones, pero le preocupa el estado de estos establecimientos. Hoy, el Gobierno porteño cuenta con un plan para poner en valor el patrimonio funerario. Por ejemplo, en Chacarita ya repararon el Peristilo y el Sexto Panteón, construido por Ítala Fulvia Villa, que es considerado un monumento funerario. Además, se está trabajando en la última etapa de recuperación del Panteón Alto del Cementerio de San José de Flores, que hace tres años sufrió un derrumbe importante por una acumulación de agua producto de las lluvias. La reapertura permitió que los seres queridos pudieran reencontrarse con los difuntos. 

Derrumbe en el Cementerio de Flores, 2 de febrero de 2021.

Lo esencial es invisible a los ojos, excepto si se trata de un cementerio, ya que generalmente se lo relaciona con un lugar tétrico y abandonado. “Queremos que los ciudadanos de Buenos Aires no tengan que elegir un cementerio en Luján o en Pilar porque entrar a Chacarita es como entrar a la casa del conde Drácula”, dijeron a Publicable desde la Dirección General de Cementerios, para luego explicar que estos establecimientos públicos buscan ser autosustentables y, para que esto suceda, deben ofrecer un espacio en el que las persona sientan que su ser querido será cuidado. Además, como parte de su plan de preservación, la Dirección trabaja con el arzobispo de la ciudad, Jorge García Cuerva, quien una vez por mes oficia una misa en los panteones de Chacarita para acercar al público a los interiores del cementerio. Estas medidas no tienen únicamente el objetivo de mantener y cuidar estos espacios, sino también de generar movimiento. Sin vivos, no hay muertos

ACÁ NO HAY VIVOS

En Chacarita, donde se concentra la mayor cantidad de movimiento, hay tres formas de inhumación: tierra, nicho y bóveda. También cuenta con panteones, que son construcciones funerarias más amplias donde ingresan los afiliados de una determinada mutual o asociación civil. A diferencia de un cementerio privado, en los públicos no se puede comprar un espacio y no ocuparlo, pero cuentan con tarifas más económicas. En el caso de que un difunto vaya a tierra, se hace una contratación de sepultura por cinco años, porque la ley prevé que el establecimiento no puede remover un cuerpo hasta que no esté completamente reducido. Después de ese tiempo requerido, la familia puede elegir cremar o renovar el contrato. Si se desea esta última opción, lo único que se pide es que el espacio debe estar mantenido. “Hay familias que no vienen nunca más y la tumba ni tiene césped, es un yuyero”, detallan en la Dirección.

Si el difunto va a nicho, se puede pagar una contratación hasta por treinta años. Y en el caso de las bóvedas, no hay restricción, ya que se puede abonar por la cantidad de tiempo que tenga la concesión. Así funciona en Chacarita, mientras que en Recoleta la mayoría de las bóvedas son a perpetuidad. “A veces no pagan el lugar donde lo han dejado. Pasan 22 años, uno lo llama, le avisa que debe el pago y por ejemplo, la persona explica que no está en condiciones de abonar, algo que es válido, pero tampoco dejan una florcita”, se lamentan en la Dirección. También señalan que antes existía una “cultura del fallecido”, y las familias visitaban al difunto una vez por semana porque se lo honraba con la presencia. Hoy estos espacios cuentan con menos concurrencia, porque la sociedad reniega del fin: “Muchas veces a alguien que está triste porque perdió a un ser querido le dicen ‘la vida continua, no llames a la tristeza’, pero la tristeza no se llama, pertenece a la parte saludable de un sujeto ante la pérdida de alguien querido”. Como resultado, muchas familias prefieren no hacer velatorio, sino que piden que el fallecido sea trasladado directamente al cementerio. 

Los nichos del Sexto Panteón del Cementerio de Chacarita.

“El arraigo por los días festivos todavía tiene una impronta en las provincias del interior, como Tucumán, Salta o Jujuy. Hoy lamentablemente en Capital Federal y el Gran Buenos Aires se perdió”, detalla Salvador Valente, secretario adjunto del Sindicato de Obreros y Empleados de los Cementerios, Cocherías y Crematorios (Soecra). Sin embargo, en la ciudad de Buenos Aires cada 2 de noviembre se festeja el Día de los Muertos gracias a la comunidad boliviana. Esta conmemoración, que celebra a los seres queridos que murieron, tiene mucha fuerza en su calendario, entonces transportan sus costumbres hasta los cementerios cercanos; en este caso, al de San José de Flores. El objetivo es cultivar la memoria de los muertos “haciendo florecer las tumbas de los difuntos” a través de las ofrendas. No son lo únicos, las comunidades quechua, kolla, aymara y andinas también se unen a la celebración. Hay tanta concentración de personas que este año habrá control de tránsito para ayudar a que la zona sea de fácil circulación. Cada 2 de noviembre en el cementerio de Flores hay vida. 

La comunidad boliviana celebra el Día de los Muertos cada 2 de noviembre en el Cementerio de Flores.

CREMACIONES: LA OPCIÓN MÁS ELEGIDA

Tiempo atrás, la cremación no estaba permitida para la religión católica. Sin embargo, en 1963 la Santa Sede aconsejó “vivamente la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos”, pero explicó que la cremación no es contraria a “ninguna verdad natural o sobrenatural” y que esa acción no impide que aquellos que soliciten ser cremados obtengan los sacramentos. La comunidad católica no la abrazó enseguida; de hecho, algunas personas aún se resisten a este método de inhumación. Sin embargo, ganó terreno y superó a las sepulturas. Por ejemplo, durante septiembre en Chacarita hubo 535 cremaciones y 359 sepulturas, según la Dirección General.

La cremación llegó como un mal para la industria porque la gente tira las cenizas al mar, al río o hasta en una cancha de fútbol, entonces nosotros quedamos afuera”, explica el secretario adjunto del Soecra. Además, agrega que no solo se trata de una cuestión económica, sino también cultural: “Hoy la sociedad quiere todo exprés. Una cosa es desentenderse del tema de acá en adelante, pero otra es hacer una despedida como corresponde, y eso también se está perdiendo“. 

Y AL FINAL, SIEMPRE QUEDAN LOS MUERTOS

Tiempo atrás, la ciudad de Buenos Aires se había olvidado de sus muertos. Hoy la Dirección General de Cementerios sostiene que hay una decisión de recuperar estos espacios, que han perdido su valor por el descuido. Sin embargo, ese descuido ya tuvo consecuencias porque contribuyó negativamente al cambio cultural respecto del duelo. “Hay un alejamiento a este tipo de actividad, entonces uno debe trabajar en forma global para modificar esta situación”, afirma Valente. Estas iniciativas tienen efecto. Por ejemplo, el pasado Día de la Madre, en Chacarita se realizó una misa que tuvo una gran asistencia. “Para salir esperé casi una hora. Los que trabajan acá me dijeron que desde hace quince años aproximadamente no ven esa cantidad de gente en el cementerio”, cuentan desde la Dirección de Cementerios porteña. Un plan de preservación necesita de los vivos. Pero los vivos intentan alejarse de la muerte, aunque sea inevitable. “La muerte no llega más que una vez, pero se hace sentir en todos los momentos de la vida”, dijo años atrás el filósofo y escritor francés Jean de La Bruyère. Hay otra verdad: los muertos no reclaman. Depende de los vivos cuidar de sus difuntos y de los espacios de descanso. No hay que olvidarse de que el mundo es de los muertos. 

El Cementerio de Chacarita, en una imagen del 2 de noviembre de 1908.

LA INSEGURIDAD LLEGÓ A LOS CEMENTERIOS

Aunque parezca insólito, es posible robarles a los muertos. Pero, ¿qué? “No nos olvidemos de que antes eran sepultados con joyas, dientes de oro, entonces han destruido panteones para saquearlos. También se puede ver que las placas de bronce fueron robadas, hay restos expuestos o trabajos de brujería a la vista”, explica Hernán Aznarez, un aficionado que tiene una cuenta en TikTok con más de 80 mil seguidores donde comparte sus expediciones por distintas necrópolis. Los cementerios de la ciudad de Buenos Aires habían sufrido el retiro de la Policía de la Ciudad, entonces quedó únicamente la seguridad privada, pero no era suficiente. Fuentes de la Dirección General de Cementerios cuentan que no tuvieron asaltos a mano armada. Sin embargo, afirman que “el robo de los bronces en la pandemia fue terrible”, ya que durante la noche, los ladrones saltaban los muros de Chacarita para cometer el delito, y consideran que esto fue posible porque “hubo colaboración de gente que trabajaba ahí”. Hoy la policía regresó y la situación mejoró. 

“¿Por qué las calles son tan peligrosas? Porque todos nos hemos guardado, entonces la calle la ocuparon los que roban”, reflexionan desde la Dirección de Cementerios. El Día de la Madre dieron la orden de no revisar los autos a la salida, ya que había mucha gente. No se trató de una decisión para acelerar el paso sino que consideraron que era muy difícil que alguien robara una placa de bronce en un espacio repleto de personas. “El retorno de la gente a los cementerios es una gran oportunidad para evitar que entren a robar porque es más probable que suceda en un espacio de 95 hectáreas sin ojos alrededor.