Por Victoria Rodríguez, Pedro Maldonado y Luca Casaccio

A las 11 de la noche del 8 de noviembre de 1989 Malena Laucero, de 34 años, regresó a su casa luego de una cena con amigos. La noche estaba despejada; puertas adentro y afuera de su casa no se escuchaban sonidos de nadie despierto y reinaba la tranquilidad. Malena confirmó que su hijo de 9 se había acostado temprano ese día. A 7 kilómetros de su casa, ebullía uno de los eventos más trascendentales de la historia moderna: por el paso Bornholmer comenzaba el proceso que derivaría horas más tarde en la caída del Muro de Berlín, y con ella, el fin de la Guerra Fría.

El 9 pasó a la historia como una fecha de celebración: “Nunca vi tantos besos y tantos abrazos, las familias y amigos que venían separados hacía décadas se reencontraron en plena calle y se vivía un ambiente de festejo, todos querían llegar hasta el centro de Berlín Federal, en la Avenida Hohenstaufen Strasse sobre la que vivíamos”, recuerda Malena. Berlín Occidental, parte hasta ese día de la República Federal Alemana, se vio iluminado por fuegos artificiales. En paralelo, miles de rostros se ensombrecieron entonando La Internacional, himno comunista. El proceso de reunificación determinaría el fin de la existencia de la República Democrática Alemana (RDA), y se saboreaba una tristeza sin parangón: el preludio de algo terrible que estaba por suceder.

En esas primeras semanas y meses, el contraste entre ambos territorios se hizo presente: “No fue todo armonía, fue un proceso muy difícil. Esta reunificación significaba que Alemania Occidental era la norma, es decir, que todos los valores que podían traer los de la República Democrática no valían. Tenían que adecuarse a las normas de trabajo, formas de vida, concepción de la historia, de la literatura, todo tenían que reformatear para transformarse en ciudadanos como los federales. Alemania Federal devoró, a los orientales, la ola los tragó”. 

Los acuerdos de Postdam que repartieron los territorios alemanes a los aliados establecieron que la parte más dañada por la guerra y menos industrializada pasaría a manos de los soviéticos, que a su vez, habían derrotado a Hitler con costos altísimos: millones de muertes, ciudades enteras demolidas y una economía agotada. 

En la República Federal Alemana (RFA) suena un teléfono: es una de las compañeras feministas de Malena que vive en la RDA. Le da un parte de cómo viene el trabajo militante y le cuenta algunas particularidades. En los edificios socialistas se reunían en los patios interiores luego del trabajo. Allí tomaban café o té y se fortalecían los lazos sociales. La solidaridad era la norma. Luego de la caída del muro, aquellos que se reúnen periódicamente no se encontraron más. Los vecinos no sabían donde estaban los del 1ºC o del 8ºA. Habían desaparecido.

Unificar las dos Alemanias fue un proceso dolorosísimo.  El canciller Khol, que gobernó durante muchos años, dijo al día siguiente que había que ajustarse el cinturón, cerrar los ojos y tirar para adelante”, recuerda Malena. Sin embargo, el mandatario occidental también había declarado que “nadie recibirá menos que antes y muchos recibirán más”.

A partir de la caída del Muro de Berlín, empezaron a darse muchos cambios y procesos para la reunificación de las dos Alemanias. La industria nacional de la RDA se desplomó al punto de casi desaparecer por la llegada de nuevos productos importados desde el lado capitalista. “No te daba la cabeza para poder absorber todo lo que estaba pasando desde el punto de vista económico. Por ejemplo, se cerró la policía del otro lado o había que anular el ejército de Berlín Oriental. Se destruyó toda la industria, se vendió todo por chaucha y palito”.

Uno de los ejemplos más resonantes sobre esta situación ha sido el famoso auto Trabant. Este automóvil era el único disponible en el lado socialista previo a la caída del muro. Sin embargo, luego del famoso 9 de noviembre, su fama desapareció rápidamente por las nuevas ofertas de autos a tal punto que los vendedores lo vendían por solo un marco. El icónico “Trabbi” se dejó de fabricar tan sólo dos años después del histórico suceso. Casi un año después, el 3 de octubre de 1990 se concretó la reunificación de todo Alemania pero hasta el día de hoy las consecuencias están vigentes en el pueblo.

“En Alemania Federal nos impusieron por un año un impuesto del 1% de nuestros salarios para lo que se llamaba el aporte solidario hacia los ex integrantes de la DDR. Este es un impuesto que era por un año pero sigue hasta el día de hoy. O por ejemplo la gente de la República Democrática cobra menos jubilación que los que vivieron y trabajaron en la República Federal. Hasta incluso muchas mujeres del lado democratico perdieron su lugar en la construcción cuando se unieron las Alemanias. Es hasta estos días que la discriminación para la población oriental continúa”, concluye Malena.

Edición: Ornella Mainetti y Mora Zaballa