Por Antonia Folatti y Agustina Ponce 

Según el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, los Centros de Inclusión Social (CIS) tienen como objetivo brindar a las personas en situación de calle un espacio de contención integral para promover su reinserción social. Cubren las necesidades más inmediatas: alojamiento, alimentación e higiene. En simultáneo, un equipo profesional realiza una evaluación de cada persona para orientarla en el acceso a distintos beneficios y servicios: documentación, prestaciones de salud y/o de salud mental, asistencia por consumos problemáticos, entre otros. También se promueve el desarrollo de la autonomía individual a través de la finalización escolar, la práctica deportiva, la participación en actividades culturales y recreativas, y talleres diseñados para facilitar la reinserción sociolaboral.

Para eso, los CIS tienen equipos compuestos por personal administrativo, de seguridad, de enfermería, operadores logísticos, empleados de limpieza, cocineros, trabajadores sociales, psicólogos, acompañantes terapéuticos y operadores, disponibles las 24 horas. Además, las personas que acuden a estos lugares reciben las cuatro comidas, seguimiento sanitario, contención psicológica y acompañamiento educativo para niñas, niños y adolescentes.

Esta es la expectativa que se plantea desde el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat porteño. Sin embargo, la realidad es completamente diferente. Ariel Ocampo, persona en situación de calle que estuvo en un parador, detalló: “No hay control, no hay seguridad y tenés que cuidar mucho tus cosas. Es mentira que cumplen con todas las comidas, de vez en cuando te dan un arroz hervido, a la mañana un café pura agua y ya está. Tenés una cama re dolida, un colchón cualquiera, no te ofrecen sábanas y en el baño no hay agua caliente. Solo el primer día te dan un shampoo y un desodorante, después olvidate. No tenés más nada y cuando vas a pedir, te dejan tirado”.

Además de la mala atención, el proceso de ingreso es muy engorroso, aunque desde el Gobierno aseguran que se realiza de forma sencilla. “Luego de un llamado a la línea 108 tomamos la solicitud, puede venir tanto de vecinos como de la misma persona que se encuentre en la calle, a la que se le tomarán sus datos. Un equipo se acercará al lugar para tener una pequeña entrevista y conocer su realidad. Se solicitará una vacante dependiendo también de las condiciones en que se encuentre la persona”, informó un funcionario del GCBA.

En ninguno de los CIS es posible tocar timbre y pedir albergue. Tampoco se puede ingresar con objetos personales más allá de la ropa, un cochecito de bebé, celular y algún pequeño electrodoméstico. Es decir, todo lo que pueda guardarse en un locker de dimensiones modestas, que puede cerrarse con candado en caso de que la persona consiga uno, ya que el centro no se responsabiliza por el cuidado de esos objetos.

Jorge Macri recorriendo un nuevo parador .

¿CÓMO SE DIVIDEN LOS CIS?

Los Centros de Inclusión Social se organizan por género y condición. Algunos de ellos son solo para mujeres, o solo para hombres, o personas no binarias, o adultos mayores y familias. En teoría en ninguno de estos se pueden mezclar, a menos que sea un parador mixto en donde solo se vinculan en lugares comunes. Sin embargo, su cumplimiento queda en un segundo plano. “Hace dos años una persona nos sacó de la calle a mí y a mi hija y nos ofreció ir a un parador. Después de pasar por la admisión llevé a la nena a la ducha. Fue solo un segundo que fui a buscar el shampoo que me iban a dar y cuando me di vuelta había un hombre abusando de mi hija, que en ese momento tenía 6 años. Por suerte no le llegó a hacer nada pero inmediatamente nos fuimos de ahí. Es un lugar horrible, el peligro es total. Nadie debería pasar por lo que pasamos, se suponía que era un lugar seguro. Prefiero seguir toda la vida durmiendo acá en la puerta del banco antes que volver a un parador“, contó Mónica, que aún vive en la calle. Esto deja en evidencia el poco compromiso que se oculta bajo la fachada de la página oficial. 

A diferencia de estos, los centros para personas con discapacidad cuentan con espacios físicos libres de barreras arquitectónicas y adaptados ergonómicamente. La prestación se extiende por seis meses, renovables según evaluación de la coordinación, con un tope de dos años. Pueden solicitar el ingreso personas autoválidas de entre 18 y 59 años con el Certificado Único de Discapacidad (CUD). 

También hay un parador especializado en salud mental únicamente para hombres. Funciona todo el año y tiene 26 profesionales de distintas especialidades dedicados al abordaje integral de quienes asisten a estos sitios. El equipo profesional está compuesto por tres psiquiatras, dos psicólogos, doce psicólogos sociales, un trabajador social, seis enfermeros especializados y dos acompañantes terapéuticos. El objetivo es abordar rápida e integralmente la problemática de la salud mental, ya que, según datos oficiales, en la ciudad seis de cada diez personas en situación de calle padecen problemas de consumo o trastorno mental severo, aunque para el Gobierno parece que es un problema del género masculino únicamente. 

¿POR QUÉ ALGUNAS PERSONAS PREFIEREN DORMIR EN LA CALLE ANTES QUE EN LOS CIS?

Son varias las razones, pero la idea que predomina es que son lugares peligrosos. “No es un ambiente muy seguro, pasan cosas. Brindamos lo básico pero las condiciones no son las más óptimas”, confirma una empleada del CIS de mujeres Azucena Villaflor, en Constitución. 

Otra de las razones radica en sus reglas muy estrictas. Al ingresar, se debe firmar un acta de acuerdo al reglamento interno, que establece que se deben cumplir ciertas normas y reglas de convivencia, como ocuparse del cuidado de los hijos y realizar los tratamientos médicos necesarios. Además, si bien las personas alojadas pueden salir durante el día, nadie sin permiso previo puede regresar después de las 19 o 20. También deben mantener un buen trato entre ellos y el personal, no pueden fumar, deambular sin calzado ni en ropa interior. Tienen que tender su cama y darse una ducha diaria, entre otros requisitos. Según la gravedad del incumplimiento, la consecuencia puede llegar hasta la expulsión.

Un estudio realizado por el Observatorio de Innovación Social de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA expuso que ocho de cada diez personas en situación de calle sienten desconfianza hacia estos espacios. El 85 por ciento respondió que no asiste a ellos como consecuencia de situaciones violentas, robos, consumo de drogas y la similitud que tiene con la prisión. Ariel Ocampo, que pasó por uno de estos espacios, contó: “Cuando quedé libre estuve en dos paradores, uno en Retiro y otro en La Boca, pero no me gustaron porque me hacían acordar a la cárcel, más que nada por el trato, los horarios y la comida. Suelen llevar ahí a otros presos que recién salen, al menos al de Retiro, y se torna violento. Yo me fui porque no me sentía bien, estuve tres días nomás, avisé que iba a hacer un mandado y nunca más volví”.

OPERATIVO “FRÍO 2001”

En 2001, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires inauguró un parador para cobijar a quienes no tenían techo, gracias a una donación de la Iglesia de Antioquía. Tenía la capacidad de albergar a mil personas y estaba ubicado en el barrio de Palermo. El objetivo principal era combatir el frío y evitar que las personas en situación de calle perdieran la vida por congelamiento. La novedad respecto de los hogares tradicionales era que podía ser utilizado de un modo más flexible. Estaba abierto entre las 22 y las 8, y se podía entrar y salir sin restricciones.

Sin embargo, hoy la situación se agravó y el porcentaje de personas en situación de indigencia es del 13,5 por ciento en CABA, según datos del INDEC. La existencia y el cuidado de estos lugares es sumamente necesario para la población. “Creo que los paradores son muy importantes en este momento de crisis económica, de mucho desempleo, de bajos salarios, donde las personas más vulnerables, en general mayores o padres de familia, se quedan sin ese trabajo que tienen, probablemente precario debido a la clase social baja a la que pertenecen por sus pocos estudios, y terminan durmiendo en la calle, desamparados. Es por eso que es necesario que tengan un lugar donde poder comer y dormir, para no caer en la miseria ni depender de las personas que les den caridad, ropa y comida“, señaló Margarita Olivera, funcionaria del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la ciudad de Buenos Aires.