Por Sol Vega
La multitud levanta la mirada, los ojos bien abiertos. Algunos gritan de emoción, otros se abrazan, otros rezan y muchos permanecen en silencio, como si contuvieran el aliento. El humo blanco empieza a emerger de la chimenea de la Capilla Sixtina. Es 8 de mayo de 2025, pasadas las 18.08 en Roma, y todas las miradas están centradas en el Vaticano. Las campanas de la Basílica de San Pedro comienzan a sonar, confirmando la noticia: un nuevo Papa ha sido elegido. La plaza estalla en aplausos. Tras una espera cargada de tensión, las cortinas del balcón central se abren. El cardenal protodiácono, Dominique Mamberti, da un paso al frente y, con voz solemne, pronuncia las palabras que marcarán la historia: “Habemus Papam”. El mundo ahora conoce su nombre: Robert Francis Prevost, León XIV.
Nacido en Chicago el 14 de septiembre de 1955, e hijo de madre española, Robert Francis Prevost es el primer Papa estadounidense de la historia y el segundo del continente americano, después de Jorge Mario Bergoglio. Aunque su elección marca un hito para la Iglesia, su recorrido no responde a una mirada norteamericana, sino a una profunda sintonía con las periferias de América Latina.
Prevost ingresó en 1977 al noviciado de la Orden de San Agustín, profesó sus votos solemnes en 1981 y fue ordenado sacerdote el 19 de junio de 1982. Se doctoró en Derecho Canónico en Roma, con una tesis sobre el rol del prior local, aunque su verdadera escuela fue América Latina. Entre 1985 y 1998 vivió como misionero en Perú, en Chulucanas y Trujillo, donde se desempeñó como formador, vicario judicial y profesor. Fue allí donde se sumergió en la realidad latinoamericana, aprendió español y forjó vínculos profundos con las comunidades locales.
Su experiencia en Perú es, para muchos, la prueba más clara de su afinidad con el legado del papa Francisco. Durante esos años, Prevost desarrolló una sensibilidad pastoral muy cercana a la de su antecesor: una Iglesia comprometida con las periferias, cercana a los más vulnerables y atenta a las realidades sociales de América Latina. Ambos comparten una visión profundamente humanista, en la que la fe se traduce en un compromiso concreto con quienes más lo necesitan.
Pero también hay diferencias. Prevost es más institucional, menos disruptivo. Aunque impulsa ciertos cambios, lo hace con cuidado, sin generar rupturas. Mientras Francisco no temía incomodar, León XIV parece preferir el camino del consenso. Un ejemplo claro es su postura sobre el rol de las mujeres en la Iglesia: respalda su liderazgo pastoral y administrativo, pero se opone a que accedan al diaconado o al sacerdocio. En sus palabras: “Clericalizar a las mujeres no necesariamente resuelve un problema; podría crear uno nuevo”.
Después de ejercer como prior general de los agustinos a nivel mundial entre 2001 y 2013, en 2014 el papa Francisco lo designó administrador apostólico de la diócesis de Chiclayo, y más tarde obispo titular. Su lema, “In Illo uno unum” (“En aquel uno, somos uno”), refleja su enfoque: promover la unidad y la comunión en la Iglesia. Durante ese tiempo, fue vicepresidente de la Conferencia Episcopal Peruana y obtuvo la nacionalidad peruana.
Su proyección en la Curia romana se consolidó en 2023, cuando fue nombrado prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina. Desde allí, jugó un rol central en la designación de nuevos obispos en todo el mundo, con especial atención en el fortalecimiento del perfil pastoral en las iglesias latinoamericanas.
En el Consistorio de septiembre de ese año fue designado cardenal. Desde entonces, su nombre empezó a circular con fuerza. Tenía todo lo necesario: experiencia de gestión, trayectoria internacional, bajo perfil, equilibrio ideológico. Y algo más: el aval implícito de Francisco, que –aunque no podía elegir a su sucesor– dejó una huella profunda en el Colegio Cardenalicio.
En su primera aparición como pontífice, León XIV pidió rezar por su predecesor, agradeció al Colegio Cardenalicio por la confianza y ofreció un mensaje breve, centrado en la paz. Además, la elección de su nombre no es casual: León XIV remite a León XIII, el papa que que fundó la Doctrina Social de la Iglesia con “Rerum Novarum” –un documento clave que defendió los derechos de los trabajadores y abordó la justicia social–; Prevost busca transmitir una fuerte autoridad doctrinal y una sensibilidad hacia los problemas sociales actuales. En un contexto de creciente desigualdad y crisis global, su nombre refleja un compromiso con el legado de Francisco y los desafíos del presente.
Por otro lado, aunque Donald Trump celebró públicamente la elección de León XIV como “un gran honor para Estados Unidos”, el nuevo Papa ha expresado su desacuerdo con algunas de sus políticas migratorias. En X (anteriormente Twitter), Prevost retuiteó un post que denunciaba las deportaciones a El Salvador y cuestionaba la falta de empatía hacia los migrantes. Además, respondió directamente al vicepresidente J. D. Vance, quien había dicho que primero se debe amar a la familia, al prójimo o a la comunidad antes que a los demás, al señalar que “Jesús no nos pide que clasifiquemos nuestro amor por los demás”.
Por ahora, la plaza aplaude. Algunos lloran, otros cantan. La imagen de Robert Francis Prevost, con su atuendo papal y una presencia imponente, comienza a recorrer el mundo. Con su elección, una nueva etapa se abre para la Iglesia católica. El Vaticano tiene Papa. Y se llama León XIV.