Por Santino Girardi
Según el último informe estadístico de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en 2024 se registraron 2.076 causas penales contra menores en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El 88,6% de los involucrados fueron varones, principalmente de 16 y 17 años.
El 29 de abril de 2025, en la Escuela Secundaria N°88 de Villa Elisa, partido de La Plata, un alumno de 12 años amenazó a un compañero con lo que parecía ser un arma de fuego. El incidente ocurrió dentro del aula, cuando el chico apuntó a la cabeza de su compañero y gatilló el arma frente a los demás. Más tarde, se determinó que se trataba de una réplica de juguete.
El 11 de abril de 2025, en la Escuela Secundaria N°26 de Florencio Varela, una estudiante de 16 años fue detenida tras llevar a clases una pistola calibre .380. La directora del colegio alertó a la policía, que al revisar la mochila encontró el arma con el cargador colocado y tres cajas con 50 balas cada una. La madre de la adolescente informó que su hija estaba bajo tratamiento psiquiátrico y que ese día había regresado a clases tras un año de ausencia. El arma pertenecía al padre de la chica.
También durante abril de 2025, en la Escuela Media N°4 de Ingeniero Maschwitz, en Escobar, cuatro estudiantes, de entre 13 y 15 años, planeaban una masacre dentro de la institución en un grupo de WhatsApp titulado “Tiroteo escolar”. Los mensajes incluían frases como “persona que ven, persona a la que disparan”. La presunta líder del grupo afirmaba tener acceso a armas de su padrastro y asignaba roles específicos a sus compañeros como si se tratara de un escuadrón.
No son los únicos casos. La aparición creciente de este tipo de violencia debería conducir a un análisis urgente del estado de los más jóvenes. ¿Qué está diciendo un chico de 12 años que amenaza a otro con un arma de juguete? ¿Qué falló para que una adolescente fuera al colegio con un arma cargada en la mochila?
La serie británica Adolescencia, estrenada por Netflix a principios de este año, aborda la temática desde una ficción que tiene como protagonista a un chico de 13 años, llamado Jamie, que asesina a una compañera de colegio, llamada Katie. La serie cuenta el crimen, y las circunstancias que derivan en él: el bullying, la soledad, el colegio que no interviene ni previene.
La producción dio que hablar en todo el mundo. En el Reino Unido se discute incluirla como material educativo en las escuelas. La pregunta es: ¿cuántos Jamie hay caminando por la calle hoy? ¿A cuántas Katie no se pudo proteger?

¿SE PUEDE COMPRENDER QUÉ HAY DETRÁS?
Los chicos violentos son alarmas. Evidencian un sistema que no los escucha, no los cuida y no los contiene. En la mayoría de los casos, detrás de una chica o chico violento hay un hogar donde se vive violencia. Padres o familiares ausentes, negligentes, maltratadores.
En el primer trimestre de 2025, casi mil niños, niñas y adolescentes denunciaron violencia doméstica en Argentina. Los equipos interdisciplinarios de la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) detectaron maltrato psicológico o emocional en el 93% de las denuncias, maltrato físico en el 38% y abuso sexual en el 11%.
Las escuelas, muchas veces, son el segundo escenario de desprotección. Equipos sin capacitación para detectar señales de alarma, sin herramientas para intervenir ni prevenir. Muchos son los docentes y directivos que se encuentran sin recursos ni formación para abordar estos casos.
En los barrios, especialmente en los más vulnerables, las redes comunitarias están rotas o nunca existieron. Hay chicos que crecen sin adultos referentes, sin pares, sin grupos de apoyo ni espacios de contención.
Por otro lado, el plano digital aparece como un eslabón cada vez más determinante. Niños, niñas y adolescentes pasan horas frente a pantallas que no sólo entretienen, sino que también educan, muchas veces de manera indirecta. Las redes sociales muchas veces exponen a contenidos y discursos violentos que los más chicos absorben sin darse cuenta.
A su vez, la validación a través de likes y seguidores, la sobreexposición y la presión por encajar en determinados modelos sociales, culturales o de éxito pueden generar frustración, ansiedad, e incluso naturalizar conductas agresivas. Como muestra Adolescencia, la virtualidad no funciona como refugio, sino como multiplicador del malestar y medio donde se facilita el bullying.
Muchos de estos chicos, los que planifican, los que amenazan, los que matan, arrastran sufrimientos invisibles: ansiedad, traumas, trastornos de conducta, cuadros depresivos. Y lo más grave: no están diagnosticados ni tratados.
En la Ciudad de Buenos Aires, el Hospital de Clínicas José de San Martín registró un aumento del 30% en las consultas por depresión y ansiedad en jóvenes entre 2023 y 2024. A nivel nacional, se estima que 1 de cada 7 niños y adolescentes de entre 10 y 19 años fueron diagnosticados con alguna patología de salud mental. Sin embargo, solo 3 de cada 10 personas con malestar psicológico buscan ayuda profesional, y el 39% no consigue turno para atenderse.
La aparición cada vez más frecuente de niños y adolescentes violentos dispara una pregunta: ¿por qué? No hay una única respuesta, pero sí un gran número de factores que se entrecruzan: contextos familiares atravesados por la violencia o el abandono, escuelas que no logran contener ni intervenir, un sistema de salud mental colapsado y un ecosistema digital que muchas veces amplifica modelos agresivos y facilita el acoso. Estos chicos son, en muchos casos, el resultado de un entorno que no supo o no pudo cuidarlos a tiempo. Comprenderlo no es justificar, es el primer paso para prevenir que se repita.