Por Trinidad Reynoso
“A la madrugada, desde el sillón de mi casa, pensaba cada foto que podría haber hecho”, recuerda la fotógrafa Paola Olari, sobre la noche del cacerolazo, en diciembre de 2001. Para ella, que hoy tiene 42 años, esa fue su primera cobertura como fotoperiodista. Lo que no sabía era que desde ese momento haría muchas otras coberturas más. La reforma previsional, el desalojo a los manteros y la desaparición de Santiago Maldonado son sólo algunas de las movilizaciones en las que estuvo presente, retratando con sus cámaras, la réflex y la de “bolsillo”, que lleva a todos lados por si surge una cobertura de forma imprevista.
Si bien le interesan el movimiento feminista, para el cual militó por muchos años, y las movilizaciones ambientalistas, con las que también se siente involucrada, Paola afirma que la clave está en la empatía. Su definición del fotoperiodismo es esa: ponerse en los zapatos de quienes no comparten sus ideas y creencias para lograr una mirada sincera. “Mi responsabilidad es tratar a quienes retratamos y las situaciones que retratamos con la mayor objetividad posible, ser fieles a lo que está ocurriendo”.
Se formó como fotoperiodista en la Escuela de la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA) y además es abogada laboral egresada de la Universidad de Buenos Aires. Integra la cooperativa de trabajo Imago Agencia, el medio cultural “Encuentro de Espectadores”, el colectivo artístico “Me Flipa”, el grupo de fotógrafas “Pandilla Feminista” y la organización Mujeres de la Matria Latinoamericana.
—Cuando hacés por ejemplo un book, tenés bastante control de las fotos que estás sacando y del movimiento de las personas pero en una marcha o en una obra de teatro todo sucede rápido y ya no podés manipularlo. ¿Cómo es sacar fotos de algo sobre lo que no tenés control?
—Es más desafiante tratar de retratar algo que no sabés cómo se va a desenvolver, es una de las razones por las cuales elegí el fotoperiodismo. Lo impredecible me parece muy atractivo, pero a la vez no es del todo cierto porque hay cosas que tienen un devenir que se repite. Por ejemplo en las marchas, uno sabe dónde están los mejores puntos de luz, cuál es el recorrido de la movilización, entre otras cosas. De todas formas, cada vez hay que ir más preparados, casi como si estuviéramos yendo a una guerra. Es importante estar atentos no sólo a lo que estamos registrando sino también a lo que está sucediendo a nuestras espaldas.
—¿Cuál es el proceso previo de investigación antes de cubrir una movilización?
—En general, primero trato de saber sobre qué es, conocer el contexto, quiénes se espera que estén, y los horarios. Aunque todos saben el horario de comienzo, a veces es interesante registrar algo de la previa, del armado. También hablar con los referentes de las organizaciones que marchan es parte del trabajo y es un proceso que se fue dando debido al aumento de la represión, la cual estuvo muy fuerte en una época y se fue incrementando hacia los reporteros también. Antes si alguien estaba con la cámara no se lo tocaba, era sagrado, ahora eso ya no sucede. Con el pasar de los años se fue dando entonces una solidaridad y una protección mutua con los colegas. Se trata de pasarnos información, avisarnos, y cuidarnos entre nosotros.
—Y en las marchas feministas, como la del aborto, donde vos te sentís más involucrada, ¿te resulta más fácil hacer fotos que te gusten?
—Sí, creo que más allá de que como fotoperiodista hay que estar preparado para cubrir cualquier hecho que sea relevante periodísticamente, ocurre que hay más posibilidad de creación y de un registro más sensible cuando estamos involucrados con el tema. Hubo marchas feministas en las que mucho tiempo sólo estuve marchando y no haciendo registro. Ahora no estoy militando, entonces las últimas veces me sentí super rara de estar sólo sacando fotos, pero a la vez con conocimientos acerca de qué cosas ocurren y pudiendo así poner el ojo en algunos detalles. Es una cuestión de empatizar, hay una responsabilidad de cómo pararnos y poner el ojo y el lente, incluso, con quienes no empatizamos.
—Esto de empatizar se relaciona también con algunos trabajos tuyos como el de la desaparición de Santiago Maldonado. En ese movilizaciones hubo personas muy cercanas a él, familiares que estaban muy atravesados y angustiados por lo sucedido. ¿Cuál es el límite del fotoperiodismo, si es que lo hay, cuando se presentan situaciones como estas?
—Creo que sí hay límites, estoy segura de que no todas las imágenes, por más cruentas que sean, pueden causar un efecto de ayuda a la causa que estamos retratando, hay una creencia muy clásica de que la foto va a generar en las personas que lo ven un sentimiento y se van a sensibilizar y van a apoyar. Las imágenes tienen poderes en el sentido de movilizar a la gente y demás, pero lo cierto también es que hay tanta cantidad de imágenes hoy en día que a veces se logra el efecto contrario, como una especie de anestesia, es todo tan pesado, tan fuerte que ya no lo queremos ver más. Yo soy de la idea de que todas las fotos se pueden hacer pero antes hay una cuestión de la edición, es decir, ver qué foto mostraremos.
—También tomaste registro del desalojo a los manteros, situación en la que hubo mucha violencia de por medio y mucha gente luchando por su trabajo, ¿cómo viviste esta cobertura?
—Lo de manteros fue concretamente un día que justo estaba en la Plaza Once y se desató toda esta cuestión, en ese momento tenía encima la cámara de bolsillo y decidí quedarme el tiempo que fuera necesario para ver qué ocurría. Habían cortado las avenidas Rivadavia y Pueyrredón a la altura de la plaza, la gente estaba movilizándose, y reclamaban de una manera muy fuerte, de hecho recuerdo que prendieron fuego unos contenedores que se encontraban en el lugar. Se trataba en su mayoría de personas migrantes y había muchas mujeres. Fui acompañando y retratando las discusiones, el corte de avenida, la convivencia de la policía con los manifestantes y la gente que se asomaba para ver qué sucedía. Siempre me gusta retratar no sólo el conflicto en sí sino todo lo tangencial que da un panorama y que termina de contar la historia completa.