Pablo Mouesca, 11 años
Hoy: Periodista
Me angustia un poco recordar todo esto. Estaba afuera del complejo municipal de mi ciudad, Caleta Olivia. Iba con mis amigos a jugar a la pelota allí, vivía a cuatro cuadras. Recuerdo que en un momento me cansé del fulbito y fui a sentarme a la vereda. Vi que unos soldados estaban bajando cajas cerradas de camiones con lonas camufladas, se me acercó uno y me preguntó si yo era de la ciudad. A decir verdad, me dio un poco de miedo, tenía un muy mal aliento. Le dije que sí con la voz entrecortada. Vio que estaba mirando con atención el fusil que llevaba cruzado en su pecho y me preguntó si conocía de armas. Le contesté que sí, que sabía del calibre de su arma, era un 772. Se asombró y se fue adentro del complejo.
En ese momento me puse nervioso porque entendí que me había metido en problemas. Entré al gimnasio y me senté en las gradas; estaba solo, mis amigos se habían ido. Eran las tres de la tarde. Se asomó el mismo soldado con el que había hablado afuera y me hizo una seña, quería que fuera hasta donde estaba. Me pidió amablemente que lo acompañara. Entramos en una salita, que era blanca por donde la mirase, con una luz tenue. Allí estaba un oficial, un hombre mayor, de contextura grande, de manos enormes. Él me pidió que me sentara, me convidó un mate y me repitió las preguntas que me habían hecho afuera. Contesté exactamente lo mismo. En un momento me preguntó si me gustaba el ejército y qué me gustaba de él, si las armas o los ejercicios físicos. Contesté que lo que me gustaba era la disciplina que allí enseñaban. Estaba mintiendo, realmente tenía mucho miedo.
Cambió de tema, me preguntó a qué se dedicaban mis padres. “Mi papá es periodista y mi madre trabaja en la justicia, es jefa de despacho”, dije con la voz un tanto angustiada. Me di cuenta de que estaban buscando algo, no sabía qué pero sentí escalofríos. Cruzaban miradas entre los soldados, me hacían dudar. Me preguntó cómo sabía yo de armas siendo así de chico, y le dije que mi primo iba al Liceo Militar, algo sabía. Además, cuando era niño iba a la casa de mis abuelos y pasaba tardes enteras mirando ilustraciones de armas en los libros de mi abuelo. Por último, el oficial me desconcertó: me consultó si tenía algún amigo que supiera tocar la guitarra y cantar folclore para que fuera en ese momento. Antes de que me fuera a buscar a Carlitos, que cantaba siempre en las peñas, el oficial me dijo: “Si querés, traélo. Si no, andate a tu casa”. Salí de la piecita y me topé con Carlitos, acababa de salir de su clase de natación. Fue justo. Fuimos hasta su casa, agarramos la guitarra y volvimos para que él cante. Fue un mini show que duró 20 minutos. El oficial y los seis soldados que lo acompañaban aplaudían, a mí me transpiraban las manos. Nos dijeron que debíamos irnos porque tenían que seguir trabajando. Agarramos nuestras cosas y nos fuimos. Llegué hasta mi casa y me encerré en mi pieza por dos horas, no quería hablar con nadie. Cuando pude contarle a mi mamá se asustó mucho, durante días estuvimos alerta, pensábamos que iban a ir hasta nuestro domicilio. Nunca pasó.
Producción: Gastón Mouesca