Por Oriana Picorelli y Luz Moreno
La primera dama había muerto el 26 de julio de 1952 y sus restos habían sido parafinados por el doctor Pedro Ara, quien luego del funeral continuó con su mantenimiento en el segundo piso del edificio de la Confederación General del Trabajo (CGT). En septiembre de 1955, las Fuerza Armadas ejecutaron un golpe de Estado contra el gobierno constitucional, tras lo cual el presidente Juan Domingo Perón tuvo que exiliarse, primero en los países limítrofes para, meses después, llegar a España. El doctor Ara continuó con sus tareas en sus oficinas, que para entonces se encontraban bajo el mando de la Marina, hasta el 22 de noviembre del mismo año, esperando una orden de Perón.
Esa noche, el cuerpo de Eva fue secuestrado por el teniente coronel Carlos Eugenio Moori Koenig, jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), y el mayor Eduardo Antonio Arandía, quienes habían ordenado a sus oficiales levantar la guardia, con el objetivo de retirar el féretro y hacer un entierro clandestino. Cuando el presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu supo acerca del robo, ordenó su devolución inmediata, pero Moori Koenig, en un acto de desobediencia, se negó a seguir sus instrucciones.
El jefe del SIE sometió al cadáver a un viaje por diferentes zonas de Buenos Aires durante alrededor de una semana en una furgoneta blanca de florería, guardándolo dentro de una caja de madera que contenía material para radiotransmisores: el cuerpo de Eva estuvo tras la pantalla de un cine, en las casas de varios oficiales y, finalmente, en la propia oficina de Moori Koening.
El historiador Santiago Regolo resalta que “los militares secuestraron el cuerpo de Evita con el objetivo de que no cayera en manos de activistas y militantes, que en ese momento se conocían como la Resistencia Peronista”.
El teniente coronel exhibía el féretro como un trofeo, bajo un cristal: lo había posicionado verticalmente en una esquina de su despacho en el edificio del SIE, para presentarlo a sus amigos y a visitantes de manera ostentosa. Después de un tiempo, fuentes cercanas a Moori Koening reportaron un extraño cambio en su comportamiento. Levantaba sospechas la cantidad de horas extra que se quedaba en su oficina para mantenerse cerca a los restos de Evita, con los cuales, según el historiador Martín Stawski, había desarrollado una obsesión necrofílica. “Esto se ve reflejado en un documental donde el coronel Héctor Cabanillas habla de esta obsesión compulsiva”, puntualiza Stawski.
OPERATIVO TRASLADO
El presidente de facto Aramburu destituyó al teniente Moori Koenig y fue reemplazado por Cabanillas, quien planteó sacar al cuerpo del país. Según el investigador Regolo, los militares temían que el lugar donde se encontraba Evita, cualquiera hubiera sido, terminara siendo un altar para sus seguidores, “dada la devoción que tenían las amplias masas populares por ella”.
El plan diseñado por el teniente coronel Alejandro Lanusse, denominado “Operativo Traslado”, consistió en trasladar el cadáver a Italia y sepultarlo en Milán bajo el nombre de una monja, María Maggi de Magistris. La Iglesia católica se comprometió a que la Compañía de San Pablo, orden religiosa cuyo superior general era el padre Giovanni Penco, custodiaría la tumba. Estaba implícita también la ayuda del papa Pio XII. Una vez consolidadas sus alianzas en Italia y en El Vaticano, el plan se puso en marcha y embarcaron el féretro en el buque Conte Biancamano, con destino final a Génova. Los restos de Eva Perón fueron enterrados en el Cementerio Mayor de Milán y se mantuvieron allí por 14 años.
En 1970, la agrupación guerrillera peronista Montoneros secuestró a Aramburu y le reclamó que revelara el paradero del cuerpo, pero el ex presidente se rehusó argumentando que el coronel Cabanillas tenía todos los documentos y que Evita había tenido una cristiana sepultura. Cuando notaron su falta de disposición a confesar dónde había sido enterrado el cuerpo, decidieron matarlo.
OPERATIVO DEVOLUCIÓN
Luego de la muerte de Aramburu, el presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse decidió devolverle el cuerpo a Perón para acercarse a él y establecer el Gran Acuerdo Nacional. Cabanillas y Sorolla viajaron a Italia de nuevo, esta vez para comenzar con el “Operativo Devolución”, que consistió el traslado del cadáver a España, que fue entregado a Perón en Puerta de Hierro, Madrid. Hasta la devolución del cuerpo, Perón no sabía de su paradero, pero el investigador Regolo resalta que tampoco se encontraba en un estado de desesperación por recuperarlo.
En 1972, por pedido de Perón, el doctor Pedro Ara inspeccionó el cuerpo y confirmó que estaba en buen estado, aunque para la familia de Evita estaba muy deteriorado. Por esta razón, cuando Perón regresó a la Argentina, el cadáver quedó en España para que Ara siguiera trabajando.
El ex presidente y su nueva esposa, María Estela Martínez, llegaron a Argentina el 17 de noviembre de 1972, y en menos de un año, el 23 de agosto de 1973, ganaron las elecciones generales como presidente y vicepresidenta. El tercer mandato quedó trunco con la muerte de Perón, el 1 de julio de 1974. Poco después, ese mismo año, un grupo de Montoneros se infiltró en el Cementerio de Recoleta para secuestrar el cuerpo de Aramburu y ofrecerle un intercambio a María Estela Martínez por el regreso del cuerpo de Evita a la Argentina.
La entonces presidenta accedió al canje y dispuso el traslado, que se concretó el 17 de noviembre. El cadáver de Evita fue depositado junto al de Perón en una cripta ubicada en la Quinta de Olivos, donde el público podía verla. Después del golpe de Estado de 1976, los dictadores autorizaron el pedido de las hermanas de Eva y llevaron los restos a la bóveda de la familia Duarte en el cementerio de la Recoleta. Hasta la actualidad, a 70 años de su muerte, siempre tiene flores frescas.
El cuerpo de Eva Perón viajó 22 mil kilómetros durante su secuestro, demostrando qué tan lejos estaban dispuestos a llegar los militares para que no se volviera un símbolo de las masas ni una amenaza a su régimen.