Por Julieta Santoro
En la Semana Santa de 1987, el teniente coronel Aldo Rico encabezó el primer levantamiento carapintada en contra del gobierno de Raúl Alfonsín. El 16 de abril los sublevados tomaron la Escuela de Infantería de Campo de Mayo. Los militares pedían una “solución política” para poner fin a los enjuiciamientos a las Juntas Militares de la dictadura, cuyos integrantes estaban acusados de haber cometido delitos de lesa humanidad. Aldo Rico comandó el levantamiento junto con Enrique Venturino, Gustavo Breide Obeid y Juan José Gómez Centurión.
El movimiento comenzó cuando Ernesto “Nabo” Barreiro, acusado de seis casos de tortura y uno de homicidio, se negó a presentarse ante la Cámara Federal de Córdoba tras ser citado a prestar declaración indagatoria. Cuando intentaron detener a Barreiro, 130 militares se amotinaron en el Comando de Infantería de Córdoba. Ese fue el primero de cuatro levantamientos carapintadas y duró cuatro días. Las Fuerzas Armadas recibieron una orden por parte del gobierno radical para reprimir a los sublevados, pero se negaron a hacerlo. A raíz de esto, los ciudadanos salieron a las calles en todo el país para defender la democracia. Las manifestaciones populares fueron masivas en el área metropolitana y en las provincias.
La sublevación terminó el domingo de Pascuas, una vez que Alfonsín se trasladó a Campo de Mayo y garantizó medidas que implicaban impunidad para los represores. El 8 de junio de 1987 se promulgó la Ley de Obediencia Debida, que amplió los alcances de la Ley de Punto Final sancionada en diciembre de 1986.