Por Camila Mitre
La República de Artsaj, conocida en Occidente como Nagorno-Karabaj, es escenario de un conflicto étnico y territorial desde hace décadas. Ubicada al sur del Cáucaso, se trata de una región con población mayoritariamente armenia que también ha estado bajo la influencia y el control de los imperios persa y ruso. El capítulo más reciente de las hostilidades se desató en diciembre de 2022, cuando el gobierno azerí de İlham Əliyev decidió bloquear el corredor de Lachín (principal nexo entre la región y Armenia) para privarlo de comida, agua y medicamentos. Un bloqueo que persiste hasta hoy y se suma a los bombardeos e intervenciones militares terrestres que generaron el desplazamiento de sus 120 mil habitantes hacia distintas regiones colindantes.
Para Nélida Boulgourdjian, doctora en Historia y Civilización, autora del libro Negacionismo del genocidio armenio y compiladora de Artsaj. Pasado y presente del conflicto irresuelto, la historia del conflicto “se construye en base al odio étnico hacia un enemigo que los azeríes caracterizan como interno, pero que siempre se trató de un país independiente”.
Los fundamentos para que Azerbaiyán reclame como propio ese territorio se remontan hasta los primeros tiempos de la Unión Soviética. En 1917, con el derrocamiento del zarismo y el triunfo de la Revolución, se formaron los tres Estados nacionales de Transcaucasia: Armenia, Azerbaiyán y Georgia. Para 1921, Artsaj fue incorporada de forma arbitraria a la República Socialista Soviética de Azerbaiyán por decisión del gobierno: “Los armenios nunca lo aceptaron, pero durante el período soviético tuvieron que soportarlo”, afirma Boulgourdjian.
En pleno auge de la glásnost (un sistema de liberalización política propuesto por Mijaíl Gorbachov a mediados de la década de 1980), Artsaj celebró un referéndum en el cual la población votó a favor de la independencia. Este proceso independentista comenzó en 1988, junto al de las otras quince repúblicas soviéticas y algunos óblasts. A partir de ese año y hasta 1994, se disputó una guerra con Azerbaiyán, que no quería devolver el territorio a sus pueblos originarios. El resultado fue la muerte de 20 mil personas.
El rumbo del conflicto, con varias guerras de por medio, fue producto de la disparidad de fuerzas. De un lado, Azerbaiyán, con un extenso territorio y su consolidación como potencia exportadora de petróleo y gas que le permitió entablar relaciones con otros países y acceder a todo tipo de armamento. Del otro, Artsaj, una pequeña región montañosa con pocos habitantes y sin aliados poderosos.
Aquí se disputa la prevalencia entre dos derechos que chocan entre sí: el de la libre determinación de los pueblos, amparados en una mayoría étnica o religiosa y la ocupación histórica de un territorio; y el de la integridad territorial, consolidado a través de convenios y reconocimientos internacionales que se discuten entre poderes hegemónicos y que, en la mayoría de los casos, terminan atentando contra la identidad de los pueblos.
-¿Es correcto aplicar el concepto de “República separatista” cuando se busca darle un marco normativo a lo que simboliza Artsaj?
-El término “separatista” se utilizó en todos los diarios occidentales. Los armenios consideran que Artsaj les pertenece porque han estado ahí desde la antigüedad. Son 4.400 kilómetros cuadrados que fueron cedidos en 1921 a Azerbaiyán. Stalin, que en esta época era secretario general del Partido Comunista panruso, no permitía la unión de pueblos de la misma etnia, con la finalidad de “dividir para reinar”. Hasta que, llegada la década de 1980 y amparados por la Constitución de la URSS, decidieron independizarse y solo fueron reconocidos por otras tres repúblicas soviéticas: Abjasia, Osetia y Transnistria. Básicamente, para ser separatista primero tenés que formar parte de algo.
-¿Por qué, después de la disolución de la URSS, Azerbaiyán pudo consolidarse como un Estado moderno y Artsaj no?
-Porque nadie lo reconoció. Armenia tampoco. Tuvo mucha influencia la presión de Azerbaiyán para con la comunidad internacional. Porque el plan inicial azerí siempre fue conquistar toda la región sur para unirse con Turquía. Además del desarrollo de explotación de industrias petroleras, que te acerca naturalmente a los países poderosos. Artsaj nunca pudo desarrollar su economía en torno a los hidrocarburos.
–Según el artículo II de la Convención sobre Genocidio, el accionar de Azerbaiyán es considerado una limpieza étnica. Pero la Corte Internacional de Justicia solo ha fallado a favor de una cuestión humanitaria de preservar a los civiles y no desde el derecho de la población a sus tierras, lo que permite el desplazamiento. ¿Cuáles son los intereses cruzados?
-Por empezar, Azerbaiyán se constituyó como una potencia durante la guerra de 1988-1994. Fue fortaleciendo su industria petrolera y siendo útil para las guerras que circundan la zona. Un ejemplo claro de la modernidad es la guerra de Rusia y Ucrania. Al debilitarse el traslado del petróleo hacia Europa, Azerbaiyán garantizó el suministro a potencias de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) como Reino Unido, Francia y demás. Ninguno se puso firme para enfrentar a Azerbaiyán. Lo que pasó en 1915 pasa ahora. O sea, hay intereses creados que hacen que el acercamiento hacia Armenia sea una cuestión humanitaria, pero no una del derecho legítimo de este pueblo a tener su propio territorio y que se le sea reconocido como tal.
-¿Cómo se construye el discurso de odio desde Azerbaiyán para con Artsaj y los armenios en general?
-Hacia adentro. Ese es un discurso de odio histórico, la animalización del enemigo. Desde la época de los jóvenes turcos se los construye como el enemigo interno, y no resulta complicado. Se incentiva como una cuestión nacional. Son pueblos muy orgullosos de lo que son. Este odio se consolidó durante mucho tiempo, desde los armenios de la diáspora. Hay una cristalización, digamos, que viene desde el primer genocidio armenio en manos del nacionalismo turco, de construir negatividad en el otro. Claro que no todos los turcos piensan así, supongo que en Azerbaiyán tampoco. Pero es una construcción fácil con el componente nacional.
–El presidente de Artsaj, Samvel Shahramanyan, firmó por decreto la disolución de la república a partir del 1º de enero de 2024. ¿Dónde queda el derecho a la autodeterminación del pueblo?
-En este momento lo que cuenta no es el derecho a la autodeterminación, sino la indivisibilidad de los territorios de un Estado. Las potencias consideran que Nagorno-Karabaj pertenece a Azerbaiyán. ¿Por qué? Porque defienden sus propios intereses. Nunca se ha reconocido el derecho de los armenios, ni siquiera históricamente en 1920, a tener un hogar nacional. Los artsajíes tuvieron que irse y quedaron apátridas, sin documentos, sin nada. Pudieron irse los que sobrevivieron al éxodo. Ningún país está dispuesto a aceptar a Artsaj por temor a que esto se repita con alguna situación en sus países. Por eso no se va a aceptar eso. Por ahora es así. Ellos tienen la esperanza de volver a sus casas. Pero lo que prima ahora no es el derecho a la autodeterminación, sino a la integridad territorial.