Por Melina Callebaut
“El contexto nos ayudó a tener horas libres y pensar de qué forma podíamos ayudar y retribuir desde nuestro expertise”. Esa fue la idea de Facundo Cancino, un estudiante de Ingeniería Electrónica de 27 años, que lo motivó a comenzar el proyecto Coronathon, que realiza y distribuye máscaras para el personal médico en todo el país.
Hace ya casi siete años Facundo y su amigo y primer socio, Matías Ñañez, comenzaron Lab-a, una empresa emergente que crea soluciones tecnológicas para problemáticas de salud. El proyecto empezó cuando el padre de Cancino, neurólogo de la Clínica Santa Catarina dedicado a la rehabilitación de personas con discapacidad, les aconsejó “hacer algo que ayude a la gente”.
“Lab-a nació el día que fuimos a la clínica y conocimos a un chico que había quedado cuadripléjico y quería usar la computadora para volver a hablar con sus amigos”, cuenta el estudiante. Con un par de giroscopios y otros elementos del club de robótica de la facultad que tenían a mano, armaron una vincha para que pudiera manejar las redes sociales con la cabeza: “Ahí decidimos que queríamos usar lo que sabíamos para ayudar, y empezamos con ese proyecto, el Giromouse”. Hoy la startup tiene cinco socios y un equipo de 17 personas trabajando en distintos productos.
El contexto mundial los impulsó trabajar desde sus casas y, sorpresivamente, comenzaron a ser mucho más eficientes que en el taller. Fue entonces que pensaron proyectos para ayudar a enfrentar la pandemia. “Surgieron un montón de propuestas, como hacer respiradores o barbijos, pero terminamos decidiéndonos por las máscaras”, relata Cancino.
A partir de un diseño compartido abiertamente por la empresa checa de impresoras 3D Prusa, en Lab-a hicieron un prototipo que llevaron a varios centros de salud con los que tenían contacto desde sus proyectos previos. Con las indicaciones de los especialistas corrigieron y se pusieron a producir. “Eso hizo que nuestro proyecto pegara más que otros que hacían lo mismo, porque las máscaras eran superiores”, comenta Facundo, y agrega: “Desde la mesa de desarrollo se tiene un montón de preconceptos que después, en la realidad, no son válidos. Es muy difícil ponerse en el lugar de la persona que tiene la necesidad. La mejor forma es ir a esa persona, sea quien sea, de cualquier rubro, y poder validar”.
Cuando se empezó a correr la bola de lo que estaban haciendo, les llovieron más pedidos que de cualquier otro producto de la empresa y se enfrentaron con que había una necesidad que debía satisfacerse a corto plazo. Pero la forma de producir en masa, con inyección de plástico, requería una matriz que tarda entre 15 y 20 días en hacerse. Coronathon surgió, entonces, como una manera de entregar la mayor cantidad de máscaras posible hasta que la elaboración a gran escala sea factible. “Veamos si la gente que está en su casa encerrada como nosotros quiere poner a disposición sus impresoras y ayudar”, pensaron desde el equipo de Lab-a.
Solucionar problemas: el potencial de la comunidad maker
Las personas que tenían las máquinas disponibles se fueron sumando, y comenzaron a coordinar el trabajo entre todos. Se sumaron algunas empresas y la compañía Urbano organizó la logística, que implicaba buscar el plástico, entregarlo en las casas de los colaboradores, recolectar las piezas y llevarlas a una central de armado y desinfección.
A través de una plataforma online empezaron a armar grupos de trabajo por barrio, la gente con impresoras se fue sumando y espontáneamente surgieron moderadores. “Todo esto lo fuimos coordinando desde Lab-a porque somos los que arrancamos, pero de a poquito se volvió algo totalmente por fuera de nuestra empresa”, cuenta Cancino.
Actualmente el proyecto anda solo. Es lo que los socios de Lab-a querían lograr: que esta organización los trascienda. “Coronathon es una oportunidad excelente para que la comunidad maker muestre su potencial. Espero que sea la patada inicial para que esa comunidad se dé cuenta y empiece a realizar proyectos de forma coordinada. Hay mucho para hacer”, opina Facundo.
El proyecto comenzó a difundirse por los medios de comunicación y las redes sociales, y desde Coronathon se impulsaron distintas campañas. Al comienzo, para conseguir makers, y después pedidos: “Apuntábamos a hacer diez mil, pero tuvimos más de doscientas mil solicitudes, así que las cerramos y decidimos entregar a los que necesitan máscaras ahora”, relata el socio de Lab-a, y agrega: “En esa línea no hubo demasiadas tensiones porque si bien se esperaba un caos en el sistema de salud, todavía no llegó”. En estos días pudieron entregar en los lugares más urgentes. De hecho, aparecieron empresas que están produciendo estas máscaras y desde el Lab-a direccionan los pedidos que no pueden cubrir.
Por otro lado, vía Instagram empezaron a pedir donaciones para solventar las diez mil máscaras. Pero la cantidad de dinero recaudada superó el monto necesario. Ese resto fue destinado a quienes ya habían comenzado a producir las máscaras con inyección de plástico. Cuenta Facundo: “Cuando lo contamos en la comunidad, varios pibes que tenían impresoras 3D dijeron que también disponían de máquinas para inyectar manual y se ofrecieron a hacer ese laburo”.
Debido a que una empresa anónima donó los materiales y la plata recaudada se utilizó para pagar las piezas a precios muy baratos, desde Coronathon pudieron establecer un nuevo objetivo de producción: 20 mil máscaras más. Actualmente las donaciones se encuentran abiertas para completar la última parte de este proyecto.
Con más de 17.400 protectores entregados a 117 centros de salud, Cancino reflexiona sobre el proyecto con una perspectiva muy distinta a la del comienzo: “Al principio pensaba que todo era todo gracias a Lab-a y nos sorprendía lo que habíamos armado. Pero con el paso de los días entendimos que en realidad fuimos un canal para que esta comunidad que está latente en Argentina muestre lo que puede hacer. Estuvo muy bueno ayudar a que eso pase”.