Por J. M. Manzano, T. Narváez y V. O’Brien
“El jazz me enseñó cierto swing que está en mi estilo e intento escribir en mis cuentos, un poco como un músico de jazz enfrenta un take, con la misma espontaneidad e improvisación”, dijo Julio Cortázar en una entrevista publicada en 1983 en España.
Según el periodista y musicólogo Sergio Pujol, Cortázar es el escritor argentino más “musical”, en el sentido de que la música marca el pulso de su escritura, a la vez que es un tema recurrente en su obra. “Empezó con el jazz desde su infancia, cuando llegaron a sus manos discos de Ellington, Armstrong y otros pioneros”, explica el especialista.
Lo interesante en Cortázar, según Pujol, es que nunca dejó de amar ese primer jazz que escuchó, pero a la vez tuvo la suficiente apertura para incorporar novedades. “En ese sentido, Cortázar no cayó en la polarización tradición-modernidad que escindió al jazz entre los años 40 y 50”, dice el autor del libro Jazz al sur. La apertura del autor de Rayuela a nuevas formas dentro del género se notaba, por ejemplo, en la admiración que declaraba tener por el saxofonista argentino Leandro “Gato” Barbieri, una de las máximas figuras del jazz de vanguardia en la región.
Cortázar escuchaba en ese ritmo un gesto de libertad, de improvisación, de una música irrepetible en cada ejecución, según define el cineasta Manuel Antín, amigo del escritor. Todas las audio-cartas grabadas en casetes que Antín recibió de Cortázar empezaban con el tarareo de una pieza de jazz.
El jazz fue protagonista de más de un cuento de Cortázar, con “El perseguidor” como el ejemplo más notable. El relato está inspirado en la vida y muerte de Charlie Parker, el creador mayor del estilo moderno o bebop. Según Carlos Inzillo, periodista y fundador del ciclo de conciertos Jazzología, que lleva veinte años en el Centro Cultural San Martín, Cortázar ve en la psicología de Parker al artista inconformista, al vanguardista que toca la música del mañana, algo que siempre está fugado hacia delante, y que en esa búsqueda desesperada deja la vida.
“En Rayuela también hace constantemente referencia al jazz, siempre asociado a sus personajes más queridos y más jugados. Y hace lo mismo, con mucha agudeza, en un par de relatos de La vuelta al día en 80 mundos: ‘Enormísimo cronopio’ (dedicado a un concierto de Armstrong en París) y ‘La vuelta al piano de T. Monk’”, dice Inzillo.
A Cortázar no solo le gustaba escuchar jazz e incorporarlo en sus textos, sino también tocarlo. “Cortazar no incursionó en la música, salvo algunas prácticas aisladas de trompeta que eran su hobby”, dice Pujol.
“En un tiempo tocaba la trompeta pésimamente, para tortura de mis vecinos, pero ahora estoy constantemente viajando, de un lado a otro, cuando no estoy en Nicaragua, estoy yendo a México o regresando a París. Vivo en los aviones”, dijo Cortázar en una entrevista publicada en 1983 en Madrid. “Y la trompeta es un instrumento implacable que exige una preparación de los labios y eso sólo se consigue tocando seguido. Por otro parte, ahora no estoy en las mejores condiciones físicas para tocar la trompeta, pero me divertía mucho cuando podía hacerlo. En realidad, debo confesar que yo soy un músico frustrado.”