Por E. Di Pompo, M. Sabini, G. Sastre y O. Cuarterolo

Me interesa el enfrentamiento de dos técnicas, dos estilos, la habilidad de vencer siendo a veces el más débil”, dijo Julio Cortazar acerca de lo que para él era el mayor atractivo del boxeo, en una entrevista publicada en 1983 en Madrid.

El escritor siempre decía que no le gustaban los deportes colectivos, sino los individuales, porque en estos últimos la responsabilidad del triunfo o la derrota no está dividida. “En el boxeo un hombre vence a otro, gana porque es mejor o porque hizo mejor las cosas”, analizaba.

La pasión de Cortázar por el boxeo comenzó cuando tenía nueve años, en 1923, con la pelea de Miguel Ángel Firpo y el estadounidense Jack Dempsey por el título de peso completo, calificada años más tarde por el escritor como una “tragedia nacional” porque el argentino tiró fuera del cuadrilátero a su rival ganando técnicamente la pelea, pero el árbitro continuó con el combate, del cual salió victorioso el norteamericano.

Despidió a Dempsey por entre las cuerdas, lo tiró sobre las máquinas de escribir de los reporteros (sí, joven amigo, en ese entonces se llevaban las maquinitas al ring side), y si no hubiera ocurrido que el árbitro era yanqui y además perdió la cabeza, en ese mismo momento Firpo hubiera sido campeón del mundo”, escribía Julio Cortázar en su cuento “El noble arte”.

En 1951, cuando se fue a vivir a París, consiguió su primer trabajo relacionado con el boxeo. Las Actualidades Francesas, un medio de comunicación, lo contrató como traductor al español para las radios de Latinoamérica. Una de sus primeras tareas fue relatar una pelea por el título mediano para México y Argentina, con resultados negativos. “Se entusiasmó de tal forma con la pelea que no pudo describir correctamente lo sucedido en el ring, confundiendo a la audiencia y costándole el trabajo”, dice Lucio Aquilanti, coleccionista de primeras ediciones de Cortázar. La pelea la protagonizaron el argentino Adolfo Ramírez y el francés Serge Caboche, quien ganó por nocaut en el quinto round.

A los 59 años, escribió en la revista El Gráfico “Un triunfo con algunas nubes”, una crónica de la pelea en la que el argentino Miguel Ángel Castellini le ganó por puntos a Doc Holliday por el título mediano junior. “Como es lógico, el público fue a ver ganar a Castellini. Como también es lógico, Castellini ganó. La única cosa ausente en tanta lógica fue lo que justifica y da su auténtica belleza al deporte: la alegría”, escribió Cortázar sobre esa pelea en el Luna Park.

El mismo Luna Park fue el escenario en el que el periodista Carlos Irusta, director de Ring Side, la revista de boxeo más antigua de la Argentina, conoció al autor de Rayuela en los años 70, cuando cubría lo sucedido en los vestuarios para la radio LR4 Spléndid. “El cable del micrófono y de los auriculares no tenían mucho alcance, solo para los vestuarios, pero cuando me enteré de que estaba Julio tiré del cable hasta llegar a la primera fila, y cuando le pregunté si le podía hacer una nota, me dijo automáticamente que no, le di la mano y me fui. Me molesté mucho con él porque a mí no me quiso dar la nota y a El Gráfico sí”, dice Irusta. “En el estadio no hubo revuelo, y eso que ya para aquel entonces era un escritor muy reconocido. Nadie sabía que estaba Cortázar mirando la pelea.

Según Irusta, los boxeadores preferidos de Cortázar eran Carlos Monzón, Miguel Ángel Firpo y Justo Suárez. Este último dio vida a uno de sus cuentos más famosos, “Torito”, título que hace referencia al apodo de Suárez, el protagonista, un peso liviano argentino que ganó popularidad en la década de 1930. En “Torito”, el narrador en primera persona es el propio Suárez y dice: “Qué tiempos, pibe, aquí sí era lindo pelear, con toda la barra que venía, te acordás de los carteles y las bocinas de auto, che, qué lío que armaban en la popular… Una vez leí que el boxeador no oye nada cuando está peleando, qué macana, pibe. Claro que oye, vos te creés que yo no oía distinto entre los gringos, menos mal que lo tenía al trompa en el rincón, áperca, pibe, dale áperca”.

Otro de sus cuentos sobre el boxeo es “La noche de Mantequilla”, que relata el combate entre Carlos Monzón y Mantequilla Nápoli. “Monzón contra las cuerdas, un sauce cimbreando, un uno-dos de látigo, el clinch fulminante para salir de las cuerdas, una agarrada mano a mano hasta el final del round, los mexicanos subidos en los asientos y los de atrás vociferando protestas o parándose a su vez para ver.” En “Segundo viaje”, cuenta el auge y la decadencia del Ciclón Molina, desde el punto de vista de uno de sus compadres: “Después de la pelea con el Gato Fernández a nadie le quedó duda de que el camino estaba abierto, el mismo camino de Mario Pradás dos años antes, un barco, dos o tres peleas de apronte, el desafío por el campeonato del mundo”.

Es difícil encontrar otro autor de la relevancia de Cortázar que le haya dado tanto protagonismo a este deporte, según Carlos Irusta. “Abelardo Castillo es un gran escritor, su padre era manager de boxeo –dice Irusta-, pero no creo que ni él, ni nadie, siga los pasos de Cortázar.