Por M. del Campo, M. García, C. García Rojas y S. Peuscovich.

“Los médicos, que sin duda sospecharon mi secreta condición de vampirólogo, me dieron 30 litros de sangre proveniente, según cálculos aproximados, de 100 personas, con lo cual conseguí batir de lejos el récord del conde Drácula, que jamás tuvo tantas presas en tan pocos días.”

De esta manera, Julio Cortázar le contó en una carta a su amigo y colega Jaime Alazraki los detalles de la transfusión que recibió en 1981, tres años antes de su muerte. Muerte que, según Cristina Peri Rossi, escritora uruguaya y amiga del autor de Rayuela, fue causada por el virus de inmunodeficiencia humana (VIH): “Fue uno de los primeros muertos por el SIDA a raíz de la transfusión que recibió”.

En agosto de 1981, el escritor argentino recibió una transfusión de sangre en el Hospital Aix-en-Provence, en el sur de Francia, tras haber sufrido una hemorragia estomacal provocada por una gastritis aguda. Ese mismo año, los médicos le diagnosticaron leucemia mieloide crónica. “Quienes dicen que tenía leucemia nunca conversaron con el hematólogo François Timal, quien me enseñó las pruebas clínicas que negaban el cáncer y diagnosticaban un virus desconocido que producía pérdida de defensas inmunológicas”, dice Peri Rossi, vía telefónica desde Barcelona, donde vive hace décadas.

Según la escritora, Cortázar le había mostrado una placa negra en su lengua que, al parecer, era un sarcoma de Kaposi, uno de los signos visibles del SIDA. “Esa sangre que venía de la Cruz Roja estaba contaminada”, dice Peri Rossi, y relaciona el posible contagio de VIH de Cortázar con el escándalo sanitario que involucró a varios funcionarios del gobierno francés a mediados de la década de 1980.

Laurent Fabius, ex Jefe de Gobierno; Georgina Dufoix y Edmond Herve, ex Ministra y ex Secretario de Salud, respectivamente, fueron acusados de ser los responsables de la libre distribución de sangre contaminada con el virus del SIDA entre 1984 y 1986. La sangre, que se compraba a inmigrantes pobres, no era sometida a pruebas aun cuando en 1983 el laboratorio norteamericano Abbot ya había desarrollado un test de la sangre, cuyo uso fue recomendado por el Ministerio de Salud francés.

La utilización de ese estudio habría sido retrasada voluntariamente por las autoridades sanitarias francesas, según indicó la Asociación Francesa de Hemofílicos, que participó de la demanda judicial hacia el gobierno de ese país.

En 1993 comenzó el juicio a los tres funcionarios, pero el juez Louis Gondre, presidente de la Comisión de Instrucción del Alto Tribunal, declaró la prescripción de la acción penal. Ese mismo año, la jueza Marie-Odile Bertella-Geoffroy condenó a cuatro años de prisión a Jacques Roux, antiguo Director de Salud; a Michel Garreta, director del Centro Nacional de Transfusión Sanguínea, y a un colaborador de este, Jean Pierre Allain, especialista en hemofilia. Seis años después, en 1999, el fiscal general Jean-François Burgelin pidió que se reabriera la investigación a Fabius y Dufoix, que luego del juicio quedaron absueltos. Por el contrario, Herve fue condenado por homicidio y atentado involuntario contra la integridad física, aunque la pena no llevó cumplimiento de prisión.

Peri Rossi cree que Cortázar fue una de las 4.400 personas que, en el marco de ese escándalo sanitario, contrajeron VIH y de las cuales 1.500 murieron.

LOS SÍNTOMAS

“El SIDA es una enfermedad debilitadora que causa la pérdida del 10 por ciento del peso corporal”, dice María Cristina Escurra, médica infectóloga del Hospital de Clínicas y docente asociada a enfermedades infecciosas en la Universidad de Buenos Aires. “Tanto el virus VIH como el tratamiento antirretroviral pueden presentar náuseas, pérdida de apetito y vómitos.”

Estos síntomas fueron los que padeció Cortázar entre 1981 y 1984, y corresponden con las descripciones que sus allegados hacen de su estado de salud. “Los glóbulos blancos daban como si tuviera infecciones permanentes, tenía diarreas y un gran cansancio”, revela Peri Rossi.

“Daba la sensación de que había venido a despedirse”, dice la fotógrafa Sara Facio, sobre el último encuentro que mantuvo con el escritor en Buenos Aires en 1983. “Se lo veía algo desmejorado, no quiso hablar de más y la verdad es que fue un encuentro un poco triste para mí”, afirma la autora de algunos de los retratos más conocidos de Cortázar. “Físicamente estaba bastante deteriorado”, asegura Mario Goloboff, biógarfo de Cortázar. “Había enflaquecido mucho, su barba renegrida y espesa no podía disimular las mejillas hundidas, la mirada triste, los signos de decadencia y envejecimiento. Además tenía fuertes alergias y otros trastornos”, agrega Goloboff.

“Mientras a mí me arden los huesos, Julio anda con un resfrío”, escribe Carol Dunlop, tercera y última esposa de Cortázar, a su amiga, la traductora Silvia Monros-Stojakovic, en una carta fechada en agosto de 1981, un año después de la operación de su marido. “Cortázar contagió a Carol Dunlop de SIDA”, dice Peri Rossi. Dunlop murió el 2 de noviembre de 1982 a causa de un virus desconocido que le provocó la pérdida de defensas inmunológicas y la aparición de infecciones, que derivaron en una neumonía. “Llevaba un año enferma y con los mismos síntomas que Julio”, añade Peri Rossi.

El domingo 12 de febrero de 1984, a las 13.15, Julio Cortázar, de 69 años, murió en el hospital Saint Lazare, en Francia. “Ese día fue horroroso, yo sabía que estaba muy grave y el final era previsible”, dice Peri Rossi. “Sé que tenemos que morirnos algún día, pero me rebela porque lo de Cortázar podría haberse evitado.”