Por J. Lota, M. Pacheco, M. Graziano, C. Feil, M. Zubiaurre y N. Espósito

La escuela de noche, publicado en el libro “Deshoras”, 1982

Hacía años que la idea lo rondaba, quizá desde el primer día cuando la escuela era todavía un mundo desconocido y los pibes de primer año nos quedábamos en los patios de abajo, cerca del aula como pollitos. Poco a poco habíamos ido avanzando por corredores y escaleras hasta hacernos una idea de la enorme caja de zapatos amarilla con sus columnas, sus mármoles y ese olor a jabón mezclado con el ruido de los recreos y el ronroneo de las horas de clase, pero la familiaridad no nos había quitado del todo eso que la escuela tenía de territorio diferente, a pesar de la costumbre, los compañeros, las matemáticas.

A los 14 años, Julio Cortázar ingresó a esa Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, en el barrio porteño de Balvanera, donde llegaba el tranvía, a la que degradaría y recordaría para siempre, en paralelo, en su literatura. No fue para él aquel Nacional Buenos Aires de la “Juvenilia” de Miguel Cané, pero ambos dejaron a sus colegios en sus libros.

Tras una especie de secundario de cuatro años y un profesorado de tres, en 1935, egresó con el título de Profesor Normal en Letras. Durante esos años, se lo llamaba “belgica-no”, por su particular acento. A aquel adolescente no le faltaron las aventuras ni sus primeras cartas de amor. Parte de esa vida está en “La Escuela de Noche”, el único cuento en el que se refirió directamente a su estancia en el Acosta.

El Mariano Acosta por dentro en la actualidad.

Ya docente, el colegio secundario recibió sus críticas: “Querían ir deformando las mentalidades de los alumnos para encaminarlos a un terreno de conservadurismo, de nacionalismo, de defensa de los valores patrios; en una palabra, fabricación de pequeños fascistas.

Aun atacando a la institución, siempre recordó con cariño a dos profesores: Arturo Marasso y Vicente Fatone. El primero le enseñó literatura griega y española, tal vez lo fascinó con la mitología griega y seguramente despertó su vocación literaria. El segundo fue quien le abrió su otro mundo de conocimiento, el de la filosofía, teoría del conocimiento y la lógica: “Esa clase de profesores con los que un buen día podés ir a su casa y se crea una relación que duró muchos años”Por su promedio de 9,45, el rector del Normal lo eligió para formar parte del cuerpo docente del Colegio Nacional San Carlos de Bolívar, en 1937.

Un azaroso sorteo de asignaturas lo convirtió en docente de Geografía. Aceptó, aunque no era lo que prefería. Pero tampoco su mayor desilusión fue enseñar lo que no quería; lo peor para él fue saber que sus alumnos bolivarenses no conocían a Beethoven. Resignado a su cargo, sólo ejerció para poder mantener a su familia y comprar libros en Buenos Aires, mientras empezaba a soñar con París.

DE CUYO A PARÍS

En 1939 fue trasladado a la Escuela Normal de Chivilcoy, donde daba un total de 16 horas semanales de Historia, Geografía e Instrucción Cívica. Sus alumnos lo admiraban y sus colegas colaboraban con él, mientras seguía sin poder hacer convivir su pasión con su trabajo. Pero trabajaba a destajo. Llegó a la cátedra universitaria recién en 1944, cuando lo contrató el rector de la Universidad Nacional de Cuyo, Irineo Fernando Cruz, para enseñar Literatura Francesa y de Europa Septentrional.

Sin embargo, Cortázar no podía dejar de sufrir: Mendoza fue un minucioso entrenamiento para la soledad, los 1.000 kilómetros que lo separaban de Buenos Aires le dolieron en el cuerpo. Pero allí también apareció un nuevo hombre, el de las contiendas políticas, y la vocación por las letras y la militancia explotó.

Ya miembro de la Asociación de Profesores Democráticos, participó en la toma de la Universidad, junto con profesores y alumnos, en defensa de la autonomía universitaria. Fue la primera vez que pasó un día preso y el principio del fin del docente. Opositor al naciente peronismo, renunció a su cargo y se fue de Mendoza en diciembre de 1945. París empezó a estar muy cerca.