Por F. Boetto y A. Riccobene
“Lo que más vende son los discos de vinilo, sin duda”, explica el experto mientras acomoda los fetiches que solo algunos –“los que no consumen mierda”– saben apreciar. A donde se mire se pueden reconocer cientos de productos coleccionables. Todo tiene la cara de Elvis Presley. Así es como Carlos Rodríguez Ares convive día a día con su ídolo.
En un local de la calle Florida, Rodríguez Ares colecciona, escucha y escribe todo sobre la vida del “Rey del Rock”. Además, vende objetos coleccionables del artista. “Soy un afortunado por vivir de esto”, reconoce. Con renombre en Europa y Estados Unidos, el autor de “Elvis, el hijo de América” produce shows tributo al fundador del rock & roll. “Un día llego de Uruguay, vuelvo de organizar un show, y ya estoy preparando otro para la semana siguiente en Notorius, con todas las entradas agotadas”, cuenta a modo de ejemplo, claramente enorgullecido.
-¿Cómo te cruzaste con la música de Elvis?
-Llegué a él siendo muy niño, a los siete años. Lo escuché por primera vez en la radio del auto de mi papá. Me explotó la cabeza y me compré uno de sus discos, mi primero de pasta. Aquel fue mi primer contacto.
-¿Desde entonces te pusiste en contacto con otros coleccionistas?
-No, pasaron cuatro años. En 1961 empecé a escribir cartas al exterior porque había cosas que no se publicaban en la Argentina. Empecé a contactarme con gente de afuera y en Inglaterra descubrí a Albert Hall, que hacía la revista Mansley y tenía un centro de distribución de discos. En ese entonces, siendo un chico de doce años, empezó mi obsesión por comprar, vender y canjear. Entrados los años 70 conocí entre otros a Paul Dowling, que es un coleccionista yankee, y cada vez que viajaba a Estados Unidos iba a su casa. Intercambiábamos material, yo le daba artículos argentinos y él me facilitaba los norteamericanos.
-¿Por qué decidiste dedicarte íntegramente a la figura de Elvis?
-En los 80 puse una agencia de producción artística. Trabajé con Virus, Soda Stereo, Reef, Los Fabulosos Cadillacs y Los Ratones Paranoicos. En 1988 publiqué un disco que se llama “Elvis La Pelvis”, y me cambió la vida para siempre. Tuvo muchísimo éxito en el exterior porque es una compilación que realicé con material que no estaba publicado, no solamente en la Argentina sino en el mundo. Entonces empecé a recibir órdenes de todo el mundo y decidí dedicarme cien por ciento a esto. Poco tiempo después, en 1992, fundamos con mi esposa Elvis Shop, que sigue vigente desde hace ya 25 años.
-¿Qué significó para vos que esa producción tuviera tanto éxito?
-Además de que comercialmente fue muy importante, significó un orgullo muy grande porque era como que un japonés vendiera un tango a la Argentina. El disco está considerado como una de las mejores compilaciones del mundo. Está mal que lo diga yo, pero es así. Es un disco que hoy cotiza muy fuerte y ya no está en distribución. Es mi mayor éxito a nivel comercial. Me dio un nombre internacional mucho más fuerte que el que tengo acá, en Argentina.
-¿Trabajaste con algún otro material de Elvis?
-Otro de los discos que compilé se llama “A mi manera” y también anduvo muy bien. Los argentinos tienen un gusto muy especial por las baladas de Elvis. También armamos un disco que se llama “Elvis Latino”, que está focalizado en melodías del Río Mississippi para abajo e incluye dos tangos.
-¿Tuviste la posibilidad de ver algún show suyo en vivo?
-Sí, cuando tenía 23 años lo vi cuatro veces seguidas: el 31 de agosto y el 1, 2 y 3 de septiembre en el Hotel Hilton de Las Vegas. Los shows me volaron la peluca. Era un tipo que arriba del escenario no necesitaba de ascensores que subieran y bajaran, no hacía mímica ni ninguna de esas pelotudeces que se ven en los conciertos de ahora. Era un tipo con una banda de rock, con un tacho de iluminación y muy buen sonido. Eso era todo, pero su carisma no lo volví a ver en ninguna otra persona.
-¿Pudiste conocerlo abajo del escenario?
-No, pero me hubiese encantado. Haberlo visto en vivo fue el sueño del pibe. Pero si hubiera podido pedir algo más, hubiera sido sentarme con él a charlar en un sillón.
-¿Y qué le hubieras preguntado?
-Por sus orígenes y sus influencias musicales, porque para mí Elvis fue un genio sin habérselo propuesto.
-¿Por qué?
-Él, instintivamente, el 5 de julio de 1954 juntó la música negra, el blues, el country western blanco, el gospel y el pop. Su sensibilidad lo hizo animarse a hacerlo en una época en la que la música blanca y la negra no se podían mezclar. Este tipo juntó la cultura negra con la blanca, eso no tiene precio. Y eso, que terminó siendo el rock and roll, no salió de una persona que se puso a hacer un análisis de marketing para vender: fue algo espontáneo. A partir de ahí nació la música hecha y consumida por jóvenes que sigue hasta hoy.
-¿Qué es lo que más rescatarías de su personalidad?
-Su generosidad, sin duda. Era un tipo increíblemente generoso con su familia, con sus amigos y con desconocidos. A él en Memphis le decían Santa Claus porque cuando llegaba Navidad emitía cheques a todas las fundaciones de la ciudad. Una vez regaló un Cadillac a una anciana afroamericana que miraba el auto desde la vidriera. No solo le dio las llaves de un auto que nunca en su vida hubiera podido tener, sino que además le dio dinero para que se comprara ropa a tono. Eso era Elvis.
-¿Le criticarías algo?
-Como persona no puedo criticarle nada. Hay cosas musicales que no me gustan, pero hacer una carrera perfecta en 23 años es imposible, para él y para cualquiera.
-¿Cómo describirías a los seguidores de Elvis en la Argentina?
-Es gente con mucha sensibilidad que no se guía por la estupidez que ofrece la televisión. No todo es reggaeton. Nuestro país todavía tiene un cierto caudal de público con sensibilidad que no se come lo que venden en los medios.
-¿Y vos?, ¿te consideras un fanático?
-De ninguna manera. Creo que no hay nada peor que un fanático. Prefiero decir que soy un coleccionista estudioso.