Por Agustina Botto, Micaela Canal Pereira y Micaela Gallo
Pablo López (ese no es su verdadero nombre), conductor de la línea 31 hace más de diez años, llega a la medianoche al gran predio de la empresa DOTA, ubicado en Puente La Noria, próximo al Riachuelo, donde se sube al colectivo que manejará el resto de la noche. El recorrido comprende desde la zona sur del conurbano bonaerense hasta la céntrica Plaza Miserere, pasando por Villa Soldati y Villa Fiorito. Una ruta que ya de por sí es insegura y que ahora enfrenta a un enemigo invisible.
La pandemia llegó para romper su rutina, no solo con olor a alcohol en gel y lavandina. Ahora pasó de veinticuatro madrugadas de trabajo al mes, a catorce. Lo único que se mantuvo igual fue el horario de la jornada, de siete horas y cuarenta minutos.
La reducción de la circulación de colectivos en las calles no solo afecta a los usuarios. Los choferes también se ven perjudicados en sus salarios y la disminución de los días de trabajo hizo que recortaran los viáticos. El sueldo básico, cuenta el chofer, se lo siguen manteniendo, y el presentismo y los incentivos fueron respetados.
Pablo vivió la primera quincena del aislamiento social obligatorio con incertidumbre y preocupación. El grupo DOTA no le entregó ningún elemento de protección contra el virus. Recién durante el segundo período de la cuarentena colocaron una cortina plástica para separarlo de los pasajeros y le dieron un único barbijo descartable y alcohol rebajado con agua para higienizarse en cada jornada de trabajo. “Yo llevo tapabocas aparte y lavandina; trato de limpiar mi lugar: el asiento, el volante, el torpedo del colectivo y la cortina plástica; así me quedo más tranquilo”, cuenta.
Antes de la pandemia, las cabeceras, donde finalizan los recorridos, eran un lugar de encuentro entre los compañeros, donde tenían la costumbre de compartir un mate, alguna comida o una charla. Con el arribo de la pandemia, este espacio se transformó en un lugar frío y distante, se dejaron de compartir bebidas, y se usa parte de ese tiempo para tomar más precauciones, como lavarse las manos o volver a higienizar el espacio de trabajo. Le preocupa ver que mucha gente no respeta la cuarentena y teme llevar el virus a su casa e infectar a sus hijos o propagarlo entre sus seres queridos.
En cada parada, los cuidados de los pasajeros también corren por cuenta de los choferes. “Si no usan barbijo no los dejamos subir”, explica el conductor de la línea 31. “Cuando hacen la fila abajo veo que no mantienen mucho la distancia, en ese sentido no respetan tanto. No me he fijado si se tocan la cara arriba del colectivo cuando están sentados. A veces no tengo tiempo, porque también tengo que mirar los asientos vacíos para poder subir a las personas para que vayan únicamente sentadas”.
Al trabajar durante el horario nocturno, es usual que los pasajeros fijos de las dos de la mañana, principalmente trabajadores de la gastronomía y entretenimiento, establezcan una relación de cotidianeidad con el conductor. Con media cara cubierta por el tapabocas, algunos con guantes, y una cortina plástica que los separa, se perdió el vínculo entre chofer y pasajeros. Además, al estar cerrados los restaurantes y bares, muchos de ellos ya no usan el colectivo.
Cuando llega a su hogar, Pablo realiza su nueva rutina de desinfección. Se quita las zapatillas, las deja en la puerta, se desviste y pone la ropa para lavar, se da una ducha y se pone ropa limpia. Finalmente, puede saludar a sus dos hijos y a su esposa con un cálido abrazo. Para él, lo único positivo de la pandemia es que ahora tiene más momentos para compartir en familia.
Foto: Télam