Por Dionisio Gadano
Unos minutos después de la hora acordada, en la pantalla se abre un pequeño cartel que reza: “Walter Larrea desea unirse a la llamada”. Al presionar el botón “Admitir”, aparece un hombre de 55 años, robusto, con una barba blanca tupida que le cubre la mitad de la cara. Debajo de su pelo gris enmarañado hay una nariz ancha sobre la cual se posan unos anteojos casi cuadrados con un grueso marco negro. En los cristales de los lentes se refleja el monitor de una computadora, la misma que utilizó durante varios meses para tomar asistencia en las accidentadas clases virtuales de la Escuela de Enseñanza Media N° 6 del Polo Educativo Mugica, a pocas cuadras de la Villa 31.
Larrea es preceptor y delegado de la Unión de Trabajadores de la Educación (UTE). Trabaja en el Polo desde 2011. Cuando comienza a hablar, lo hace con tanto entusiasmo que parece que estuviera frente a un auditorio lleno de gente. Sus años de militancia le han otorgado formación, experiencia y, sobre todo, perseverancia.
—¿Cómo era la brecha digital en los estudiantes de la Villa 31 antes de la pandemia y cómo es hoy?
—Ya existía desde antes, pero ahora se profundizó porque todo es virtual. El año pasado toda la comunidad educativa tuvo que pasar por un proceso de aprendizaje. En el Polo Mugica la mayoría de los profesores son grandes, están hace muchos años, fue difícil. Al principio del aislamiento, cuando el barrio estaba explotado de casos, lo único que podíamos hacer era mandar tareas. En ese momento los maestros no se daban cuenta y enviaban, por ejemplo, materiales con videos de YouTube. Los chicos no suelen tener computadoras o conectividad, la mayoría entra con celulares que a veces ni siquiera son de ellos, sino de los padres, e incluso algunos los comparten entre varios hermanos. Además tienen que acceder con datos móviles, entonces muchas veces no podían abrir los videos u otros archivos, ya sea porque no tenían datos o no sabían bien cómo hacerlo. Los teléfonos celulares no son herramientas aptas para realizar tareas escolares.
—En 2010 se presentaron el Plan Conectar Igualdad, que funcionaba en todo el país, y el Plan Sarmiento, pensado para la ciudad de Buenos Aires. A través de esos programas se entregaban netbooks a los estudiantes. ¿No quedó ningún vestigio de ellos para poder utilizarlos ahora?
—Cuando los que están en el Gobierno de la Ciudad estuvieron en Nación durante la presidencia de Macri, cerraron el Conectar Igualdad y dejaron de repartir las computadoras. El Plan Sarmiento lo fueron degradando. En un principio les permitían a los chicos del barrio llevarse las computadoras a las casas. Ahora los obligan a dejarlas en la escuela, ni siquiera nos dejaron dárselas el año pasado. Hablan de la importancia de la educación y la presencialidad, pero desmantelaron todo eso. Es todo marketing. Desde el Ministerio de Educación de CABA, hace dos o tres años quisieron cerrar las escuelas nocturnas y hubo una lucha muy importante de las comunidades educativas para evitarlo. En ese momento, uno de los argumentos que daba la ministra Soledad Acuña era que existían opciones virtuales para esas instituciones vespertinas. No había virus, pero la presencialidad no era tan importante.
—¿Por qué cuestiona la presencialidad?
—Consideramos que no están dadas las condiciones epidemiológicas. El único evento constante en el tiempo que muestra el crecimiento de casos fue la escolaridad presencial. Nosotros abrimos la escuela desde febrero, pero en abril decidimos acatar el decreto de Alberto Fernández porque en ese lapso crecieron muchísimo los contagios. Cuando suspendimos la presencialidad, las familias lo entendieron, porque ellas más que nadie han sufrido mucho el covid el año pasado, y este año lo vuelven a tener, la tasa de positividad sigue siendo muy alta. Todo esto se suma a que los protocolos son muy difíciles de cumplir con los recursos que tenemos, y encima no los fueron ajustando a medida que hacía más frío y aumentaban los contagios, sino que los querían flexibilizar más. Por todo esto es que venimos haciendo una campaña muy fuerte para pedir computadoras, tablets y conectividad. Nos parece que ese es el camino que se tendría que haber trazado para tener lo que llamamos presencialidad remota.
—El Gobierno de la Ciudad siempre habla de “integrar el Barrio 31 al resto de CABA”. A nivel educativo, ¿se está haciendo lo propio para que esto suceda?
—Un ejemplo concreto: en uno de los bachilleratos de la villa, el Alberto Chejolán, no pudieron iniciar las clases este año porque tienen una situación de hacinamiento y por la pandemia obviamente no pueden funcionar. Le pidieron un espacio físico al Gobierno de la Ciudad. Como no hubo respuesta, la directora de otro polo, el Walsh, les ofreció un lugar y todavía no lo autorizaron por, según dicen, cuestiones administrativas. Por esto mismo y todo lo que te comenté antes se ve que no, no existe ese interés de integración que siempre mencionan.
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