Por Valeria Michelesi
Todos los días veo caer las hojas amarillas del árbol que está frente a mi ventana. ¿Cómo era sentir el colchón de hojas caídas debajo de los pies? ¿Cómo se sentía estar en libertad? Esas preguntas rondan en mi cabeza sin parar. Nunca nadie nos avisó que esto pasaría, que hablaríamos con nuestros vecinos de balcón a balcón, que veríamos a nuestras familia y amigos a través de una pantalla, que nuestros “nos vemos pronto” se convertirían en un “hasta dentro de unos meses”.
En estos momentos pensar en el pasado no es lo mejor, a algunos los deprime y otros anhelan que las cosas vuelvan a ser como antes aunque saben que muy probablemente no lo harán. La mayoría se sienten encerrados, con miedo, deprimidos, ansiosos y no ven el día de que al fin alguien diga que podemos ser libres de nuevo.
A pesar de todo, los días pasan rápido. Ya se volvió una rutina. La esperanza es lo único que nos mantiene cuerdos, la ilusión de volver a nuestra vida cotidiana y de empezar a disfrutar de los pequeños detalles que antes no veíamos porque estábamos cada uno en su mundo sin saber que a la vuelta de la esquina nos esperaría algo que cambiaría nuestras vidas en un segundo.