Por A. Fernández Acevedo, J. Romero, F. Cabezas y L. Nogara
Hace ya 40 años que dejó de ser esa adolescente bonita y trabajadora de 17 años para convertirse en la víctima de un asesinato que sacudió a toda Mar del Plata a principios de la década del 80. No es justo que la atrocidad de su muerte opaque quién fue Silvia Cicconi, una mujer que disfrutaba de la vida, alegre, buena amiga y amante de las violetas. Su madre la conmemora en cada una de las fechas significativas con imágenes de estas flores que tan sólo diez días antes de su muerte había repartido en la inauguración del café familiar.
Todos los que la recuerdan en la página homenaje que sus allegados armaron en Facebook coinciden en que era una hermosa persona, tanto por dentro como por fuera. Una noche decidió dejar el festejo del cumpleaños de una amiga para acostarse temprano porque tenía que estudiar, sin saber que esa sería la última vez que se encontrarían.
La tarde del 26 de agosto de 1981, Silvia había estado trabajando en el bar que su familia tenía junto a su novio, Pablo Mazzei; a las 8 de la noche, partió rumbo a su casa. Se despidió de sus padres y se acostó. Cerca de la medianoche, Adela, su madre, fue a ver que todo estuviera en orden antes de irse al bar invitada por Ana María, la hermana de Pablo, que se estaba quedando en la casa de Silvia e insistió para que la acompañara.
Adela dejó a la perra guardiana de la familia en la terraza, la luz del pasillo de los dormitorios encendida, al igual que la que daba al fondo, y la puerta de entrada con doble llave. De esta manera se quedó tranquila de que su hija estaba segura. A su regreso, durante la madrugada del 27, ni bien entró se dio cuenta de que algo había pasado: todas las luces estaban encendidas, la ventana del lavadero estaba rota y la cortina flameaba al viento.
Guiada por su instinto, corrió a la habitación de su hija y se encontró con la peor escena que alguien podría imaginar: Silvia estaba acostada en su cama, con una cuchilla clavada en el pecho. Todo estaba revuelto, pero nada faltaba. Como la investigación indicaría más tarde, alguien la había violado y asesinado de 32 puñaladas. El odio era palpable y, si bien siempre se supo quién era el principal sospechoso, hasta el día de hoy es un secreto a voces que todo Mar del Plata guarda.
Un crimen que sacudió a Mar del Plata
Durante la investigación, Adela fue interrogada como sospechosa por haber sacado el cuchillo, que pertenecía al restaurante familiar, del cuerpo de su hija cuando la encontró. Pero Silvia había tenido una relación anterior a Pablo Mazzei con un hombre que no había soportado la ruptura y, poco tiempo antes del asesinato, se había mostrado agresivo con ella en público: “Era muy violento. Llegó a pegarle y a amenazar al nuevo novio de mi hija. Ella le tenía terror”, contó Adela al diario Infobae, en 2020, cuando se cumplieron 39 años del crimen.
El acusado que no fue
En febrero de 1982, al no haber grandes novedades en la investigación, el personal de la Comisaría 4º de Mar del Plata detuvo de manera aleatoria a un linyera que estaba caminando por la zona de 9 de Julio y Chaco. Ese hombre era Fernando Saturnino Peréz, apodado “Pacha”, y fue el único preso por el asesinato de la joven que, como explica el periodista Juan Carrá, que cubrió el caso para el diario El Atlántico, recuperó su libertad después de 15 años en la cárcel de Batán. Carrá también relata que “Pérez fue torturado para declararse culpable y falleció tan sólo unos años después de su salida”.
Los padres de la víctima pidieron durante todo ese tiempo la excarcelación de Pérez, porque entendían que, mientras estuviera detenido, sería imposible avanzar con la verdad del caso. Una vez en libertad vivió sus últimos días cerca de los Constantini, la familia materna de Silvia, quienes se encargaron de darle de comer todos los días y hasta brindarle una vivienda: “En una silla estaba la marca de una zapatilla de moda cara que dejó el asesino, y él usaba unas de lona. Pacha no sabía leer y el que mató a mi hija revisó libros”, detalló Adela al periodista Rodolfo Palacios, y agregó que quien utilizó la cuchilla conocía la casa.
El hombre al que apunta como culpable la madre de la víctima es alguien que conoció a su hija. Había sido su pareja antes de que Silvia comenzara el noviazgo con Pablo Mazzei y, en los días previos al crimen, había intentado recomponer su relación acercándole una orquídea y un reloj lujoso de regalo por su cumpleaños. Cuando Silvia fue a devolverle el presente, la agarró del brazo e intentó llevarla dentro de su casa, hasta que vio que estaba acompañada por su papá, Rubén. “Silvia le encontró algo a ese chico. En casa no faltó nada, había plata, alhajas, de todo. Esto se lo dije mil veces al Juez y a la Fiscal”, explicó Adela a El Atlántico. Aún hoy afirma que el sospechoso de la familia se rodea de gente poderosa y que hasta la siguen cuando va al cementerio.
Una herida que no cierra
No es un detalle menor que este crimen fuera perpetrado durante la última dictadura cívico-militar argentina y esté lleno de símbolos de la época, como el Ford Falcon verde en el que detuvieron a “Pacha” Pérez. Con los años, muchos policías y funcionarios que intervinieron en el caso fueron acusados de actuar junto a grupos mafiosos. Cuarenta años después, Adela Constantini aún espera ver al asesino de Silvia tras las rejas y, con sus seres queridos, la recuerda junto a la foto de unas violetas en el grupo homenaje en Facebook: “Se me hace difícil pensar que no se va a hacer justicia, pero también sé que no hay crimen perfecto. Antes de partir espero saber la verdad. Sos mi vida. ¡Te amo, hija!“.