Por A. Schenone, D. Giulietti, M. Alí y M. Fernández

Cuando fuimos descubriendo movimientos erráticos que no tenían explicación y recordamos algunas cosas de antes de que ella saliera de viaje, como que no prestaba atención y estaba perdida, fue un llamado de atención distinto. Ahí me di cuenta de que pasaba algo. Para mí, tuvo un principio de esquizofrenia, no nos dimos cuenta y detonó en el viaje”, cuenta Máximo Cash, hermano de María, a Diario Publicable, a diez años del inicio de uno de los casos policiales contemporáneos más emblemáticos de la Argentina.

La última vez que vieron a María Cash, una joven diseñadora porteña de 29 años, fue el 8 de julio de 2011, antes de desaparecer sin dejar rastro luego de partir con destino a Salta. A pesar de que el tiempo hizo menguar la búsqueda y de que la Justicia no estuvo de su lado, la familia continúa luchando y manteniendo las esperanzas de encontrarla con vida. “Esta fecha fue un quiebre en mi vida. Un cambio de actitud, de personalidad y de cómo afrontar las cosas. Aprendí a darle siempre para adelante y no decaer. Hicimos todo lo posible para encontrarla pero, al mismo tiempo, uno tiene que continuar. No lo olvidamos y no lo dejamos estático. Hasta el día de hoy seguimos moviéndonos”, dice Máximo, con un mate de por medio, de esos que solía compartir cada tarde con su hermana.

El destino que nunca fue

María había salido el 4 de julio desde la terminal de ómnibus de Retiro hacia la casa de un amigo en Salta, pero se bajó antes de llegar, en Rosario de la Frontera. Tras ser captada por cámaras de seguridad, hacer dedo, subirse a dos vehículos, llamar a sus padres, enviarles correos electrónicos y pedirles ayuda, comenzó una búsqueda sin fin. Para su familia fue una sorpresa rotunda, más todavía que la agonía durara tanto tiempo. Cuando Máximo partió en su búsqueda junto a su padre, pensaban que la encontrarían y que, después del susto, volverían todos juntos en el auto

Imagen de cómo se cree que es el rostro de María hoy

Se la vio por última vez en plena ruta, cerca de Palomitas, un pueblo salteño donde está la Difunta Correa y paran todos los viajantes a prenderle una vela. Ella siguió caminando y estuvo en movimiento desde el martes hasta el viernes, no trató de comunicarse ni de pedir un teléfono. Hace poco me enteré de que ahí hay mucha prostitución y, por ende, trata de personas”, explica Máximo, y sigue: “Estaba totalmente indefensa; en su estado, cualquiera la pudo agarrar y meterla adentro de un auto. En toda esa zona había mucho movimiento turístico. Los salteños nos contaban que a la noche veían como aterrizaban avionetas que transportaban chicas y droga desde Paraguay, Bolivia y otras provincias del país”.

La ineficacia de la Justicia y el juego mediático

A lo largo de estos diez años, fueron múltiples los actores judiciales que pasaron por el caso: desde sus abogados, primero Pedro García Castiella y ahora Pablo Tort, hasta la fiscalía de Salta, donde la causa está a cargo del Juez Federal Nº 2 Miguel Medina. Para Máximo, “las cosas se manejaron muy mal desde el principio” y “la Justicia es totalmente lerda para todo y no funciona“. “Es necesario que realmente se pongan a trabajar, porque me parece terrible que todavía haya miles de expedientes que no estén digitalizados. Tendrían que haber tenido desde el minuto uno el listado de pasajeros que fueron en el ómnibus con María, pero lo hicieron muchísimo después”, recuerda.

Lo mismo ocurrió con los medios de comunicación. Cuando la noticia se publicó en los medios nacionales, el domingo 10, la familia comenzó a recibir llamados de distintas provincias por las que María había pasado. Todos daban datos incongruentes. A partir de ese momento, el padre y el hermano emprendieron su propia búsqueda recorriendo el país en auto e hicieron miles de folletos con la cara de la joven.

Mi cabeza colapsó, al igual que mi celular, porque nos llamaban de muchos medios. No quería escucharlo más, eran las 4 de la madrugada y se comunicaban para ver si podíamos salir en vivo. Se aprovechaban, pasaban una línea y se ponían amarillistas. No les importaba lo que pasaba, sólo querían vender la noticia. No recuerdo otra familia que haya hecho cosas tan grandes, que haya salido con su auto por distintos pueblos y se haya involucrado como nosotros. Si bien por momentos eran una ayuda, al mismo tiempo embarraban la cancha. Había gente bien y mal intencionada, nos hacían jodas y llamaban a la noche para preguntar si había chicas para una fiesta. O gente a la que le parecía haberla visto ese día o un tiempo atrás y ya no nos servía. Y esto sigue pasando todavía”, dice Máximo.

Lo esencial es invisible a los ojos

Generalmente, cuando un caso resuena tanto en la sociedad, se suele olvidar que detrás de un nombre hay una persona y, con ella, una familia. María Cash no es sólo un misterio sin resolver: es una hija, una hermana, una amiga y muchas cosas más. “Siempre fue muy divertida, creativa y emprendedora. Alegraba todo con su presencia. Cuando tenía 15 años e iba a fiestas, agarraba algunas telas que había por ahí y hacía vestidos que parecían de alta costura. Era la más inteligente de los cuatro hermanos y tenía las mejores notas. Era muy solidaria, si uno necesitaba algo siempre estaba ahí, a la hora que fuese, ayudándote”, recuerda Máximo con una sonrisa, algo de nostalgia y un amor que se puede percibir a través de su cámara web. Para los Cash, la búsqueda aún no terminó y no lo hará hasta que María vuelva a su hogar, donde la esperan sin bajar los brazos desde el 4 de julio de 2011.

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