Por D. Giulietti, M. Fernández, A. Schenone y M. Alí

Monjas y lesbianas; dos palabras que, por definición, entendemos casi opuestas. Pero, en realidad, aquello no es más que una concepción equívoca. Sería ilógico siquiera pensar que una persona puede elegir de quién enamorarse. Quienes hayan atravesado este sentimiento en algún momento de su vida, podrán darnos la razón y si no lo han hecho, de todas formas, probablemente coincidan también. Entonces: ¿por qué una religión sí podría determinar por quién sentir si, tal como se demostró a lo largo de la historia de la humanidad, hasta el momento no existe fuerza divina que lo haya logrado? Y eso es, justamente, lo que el libro ‘Monjas lesbianas: se rompe el silencio’, escrito por RoseMary Keefe Curb y Nancy Manahan, logra reforzar. En su relato, se cuentan 42 historias y cada una de ellas, por varias razones, es diferente; sin embargo, hay dos puntos en los que sí coinciden: tanto Barbara Mackenna como Ayyelet Hashachar, Monique Dubiois, Eileen Brady y el resto de las protagonistas, trabajaron para la Iglesia y todas ellas se enamoraron, en algún momento de sus vidas, de otra mujer. Entonces, si el enamoramiento es inevitable y su escrito no hizo más que dar ejemplos para ello, ¿realmente se encuentran en esquinas tan opuestas o simplemente se trata de una creencia instalada en el imaginario social? 

Por supuesto, las protagonistas del libro no son las únicas personas que han atravesado una situación similar en el mundo. Muchas vivieron ocultas y algunas todavía lo siguen haciendo. En realidad, con el correr de los años y según cada contexto socio cultural, lo que ocurrió es que lo que pasaba comenzó a hacerse cada vez más visible o, por lo menos, muchos tuvieron que agachar la cabeza y aceptarlo. Entonces, una pequeña minoría también se animó a hablar y revelar su secreto. Al salir de esos conventos, aunque muchas veces por obligación ante sus confesiones y no por elección propia o falta de fe, algunas de esas religiosas comenzaron a agruparse y formaron asociaciones.

Betania en colores es una comunidad de curas y monjas homosexuales surgida en España como un espacio de diálogo y opinión en pos de una mayor inclusión dentro de las diferentes religiones. Mediante su unión y al descubrir que no estaban solos, supieron encontrar un equilibrio entre su vocación profesional y su inclinación sexual. Esto les llevó a comprender que, lejos de ser un error o un pecado, la atracción entre personas del mismo sexo se relacionaba con establecer un vínculo afectivo, positivo, que no era más que un regalo de Dios. Fue el momento en el que lo que muchas veces los avergonzaba y atormentaba se convirtió en una oportunidad para ser libres en todos los sentidos. Desde aquel entonces, se volvió una especie de ritual reunirse de forma clandestina los miércoles, en un departamento de Madrid para orar, rezar y cantar, y los sábados en una parroquia para la celebración semanal de la Santa Eucaristía. El grupo se volvió, de esa manera, también una terapia de sanación, una manera de aceptarse a ellos mismos y al resto más allá de lo preestablecido. 

Cristianas y cristianos de Madrid Homosexuales (CrisMHom) es otro claro ejemplo de que la homosexualidad no representa un freno cuando se desea profesar una fe. La entidad, definida como de diversidad sexual, funciona como un lugar de amparo para quienes integran la comunidad cristiana y, además, forman parte de la comunidad LGBTQ+ (Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales y Queers). Desde la organización plantean tres compromisos básicos: con la sociedad, con el colectivo y con las Iglesias Católica, Reformada y Ortodoxa, y lo hacen de muchas maneras. Una de las principales es acoger a quienes se les acercan en busca de asilo. Otra es realizar el llamado “Amigo que escucha”, una confesión anónima con quienes dudan acerca de un equilibrio entre sus creencias y su orientación sexual. Tampoco faltan las reuniones de oración cada jueves y las celebraciones mensuales con charlas que, aunque se basan en la religión, incluyen también la sexualidad, la diversidad y la importancia de establecer vínculos.

Es un hecho: las monjas lesbianas existen, más allá de que hayan estado ocultas durante siglos por pudor, miedo, vergüenza o censura. La única diferencia con lo que ocurría años atrás, es que la existencia de estas agrupaciones de monjas, curas y creyentes religiosos sirvió como impulso para animarse a romper con el silencio.