Mario Niemal, 7 años
Hoy: Contador público
Marzo de 1976. La militancia de mis viejos. El miedo de mi familia era tal, que me mantenían en una burbuja de cristal. Mi casa era algo así como la película “La vida es bella”, se me ocultaba todo lo que podía llegar a pasar. Y a medida que fui creciendo entendí el miedo que ellos tenían y por qué me blindaban.
Casa chorizo, habitación al fondo con baño pequeño. Vivíamos en la casa de mis abuelos. Ahí es donde suceden los procedimientos. Vinieron dos veces al barrio. La primera por el “Negrito” Avellaneda, a la vuelta de mi casa, y a los tres días a buscar a mis viejos. Pero ellos ya no estaban, se habían ido.
Uno de los hombres que estuvo en el procedimiento me vino a interrogar dos veces. Después de ese hecho, no tuve más conexión con nada de lo que pasaba. Mis abuelos se encargaron de ocultarme todo. Me hicieron una carta que decía que ellos -mis padres- estaban en Posadas, y para ser más creíble tuvieron la inteligencia de usar palabras que sólo mi papá usaba.
Yo estaba siempre con esa carta, eso me tranquilizaba de alguna manera. Los extrañaba mucho. A mi abuela la llamaban con reiteración y le decían: “Venga para acá, vaya para allá que le voy a dar información”. Yo veía que pasaban cosas raras, que tocaban el timbre y venían a pedir ropa o a preguntar si había venido alguien.
Estuve institucionalizado. Venía una asistente social cada seis meses a casa a pasar lista y ver qué hacía y que no, si me iba bien o mal en el colegio. Si yo no estudiaba o me portaba mal me decían que me iban a llevar a un hogar. Ese era mi único temor. Pero mis abuelos se encargaron de mi crianza con mucho amor. Fueron mis guardas.
Producción: Agustina Quiroga