Por M. Felicenzi, F. Chaves, A. Altamiranda, D. Salinas, A. Montoya
En una atmósfera de tensión, la jornada del 1º de julio de 1985 del Juicio a las Juntas Militares tuvo sus momentos más relevantes durante las tres horas y media en que la testigo Elena Alfaro relató cómo fue violada y torturada mientras estaba embarazada en el centro clandestino de detención (CCD) El Vesubio, ubicado en el partido bonaerense de La Matanza. Además, explicó el contacto que mantuvo con el coronel Franco Luque, subjefe del centro, durante varios años después de haber sido liberada, y cómo él se convirtió en el padrino del hijo que dio a luz en cautiverio.
Alfaro fue secuestrada por un grupo de unas diez personas armadas en la medianoche del 19 de abril de 1977 en su domicilio del barrio porteño de Boedo. Se encontraba haciendo reposo debido a su embarazo. Fue trasladada a El Vesubio, donde la llevaron a una sala de torturas en la que escuchó los gritos de su compañero, Luis Fabbril, padre de su hijo, un empleado público, dirigente sindical y director del diario “Respuesta”. Luego la torturaron con picana y fue sometida a un interrogatorio. Gracias a su buen comportamiento y a su no resistencia a la hora de declarar, la muchacha pudo ver por única vez a su marido.
Un punto importante en la declaración de Alfaro fue la relación que mantenía el mayor Pedro Alberto Durán Sáenz, jefe de El Vesubio, con algunas de las detenidas a las que obligaba a vivir con él. Cuando la jefatura se trasladó al Regimiento III de Infantería de La Tablada, Durán Sáenz llevó a Alfaro a su habitación y abusó de ella. “Cuando se enteraba de una relación sexual, Durán Sáenz sancionaba a los responsables, pero nadie podía sancionarlo a él”, apuntó la testigo.
Alfaro pasó siete meses en cautiverio y fue liberada el 4 o 5 de noviembre de 1977. Luciano Benjamín Menéndez, el comandante del III Cuerpo del Ejército, había ordenado que la mataran, pero Durán Sáenz exigió: “Déjenmela a mí, esperen que tenga al hijo, después la mato yo”. Sin embargo, eso no ocurrió y fue liberada tiempo después.
Alfaro se mudó a la casa de una tía en La Plata, donde recibía constantes visitas de Durán Sáenz y debía llamarlo por teléfono para demostrar que no había escapado. El control del militar terminó en 1978, cuando él abandonó La Plata. Pero desde entonces comenzó a visitarla Luque, subjefe de El Vesubio, quien al enterarse de que el hijo de la testigo no había sido bautizado le ordenó que lo hiciera y le informó que él sería el padrino.
Sobre el final de la audiencia, José María Orgeria, defensor de Roberto Eduardo Viola, presentó dos cartas del padre de la testigo dirigidas al coronel Luque en las que, de manera amistosa, Tomás Alfaro explicaba que su hija había viajado a Europa y se mantenía alejada de las actividades políticas, sin dejar de agradecerle: “A pesar del tiempo transcurrido desde que Ud. me la entregó sana y salva, no puedo olvidar todo lo que hizo por ella, hasta el punto de que fue elegido por Elena para que sea padrino de su hijo Luis Felipe. Es por todo esto que me llenan de espanto las declaraciones vertidas por ella”.
En este fragmento de su declaración, Elena Alfaro recuerda las pintadas nazis en las paredes del CCD El Vesubio: